En la investigación doctoral sobre adolescentes me contaban cómo a través de la pornografÃa vieron por primera vez un cuerpo desnudo del sexo opuesto, una relación coital y ciertas prácticas sexuales. La mayorÃa de las mujeres declaraba un desinterés y un rechazo por la pornografÃa, traducidos en un consumo muy eventual porque les daba asco. Unas pocas opinaban que existÃa un ocultamiento personal de las mujeres y un silencio social sobre su interés y uso de pornografÃa porque eliminaba el marco amoroso que legitima su actividad sexual.
Entre los varones también habÃa posturas encontradas. Algunos criticaban el carácter fantasioso de las situaciones que presenta la pornografÃa, alejándose de las complicaciones habituales que ellos tenÃan para y por tener relaciones sexuales (por ejemplo, su temor a los embarazos). Con todo, eran muchos más los que valoraban lo que conocieron en la pornografÃa: el cuerpo desnudo de la mujer, el sexo oral y el sexo anal, las diferentes posiciones para tener relaciones y otros asuntos del placer. SentÃan que habÃan incrementado su saber sobre cómo hacerlo y que estas cuestiones estaban ausentes en otras instancias de aprendizaje sexual, como la escuela y los diálogos con su familia.
Aquello que más les gustaba de tener relaciones sexuales coincidÃa con prácticas que conocieron en la pornografÃa: recibir sexo oral (nunca darlo) y experimentar diversas posiciones (las que repetitivamente les habÃa mostrado el porno). Aunque esta predilección no puede atribuirse causalmente a la pornografÃa, varios estudios señalan su influencia en configurar las preferencias y prácticas sexuales. Estos adolescentes también aprendieron valores de género, pues la pornografÃa industrial hegemónica a la que accedÃan muestra determinadas actividades sexuales de formas que la mayorÃa de las veces degradan y someten a las mujeres. Si bien la pornografÃa no inventa estos valores, los retoma de los escenarios culturales y los refuerza, incidiendo en la construcción de la sexualidad y socialización de género de sus consumidores.
La Educación Sexual Integral (ESI) no puede ignorar esta pedagogÃa sexual masiva a la que accedemos casi todos los varones (y quizá más mujeres de las que creemos) desde la adolescencia. Si no discutimos cómo incorporar pornografÃa (y qué tipo de pornografÃa) en dispositivos educativos innovadores, difÃcilmente podamos disputar con los valores y las expectativas de la pornografÃa hegemónica y otros relatos explÃcitamente sexualizados en el prime time (en su mayorÃa, heteronormativos y patriarcales). Una ESI centrada exclusivamente en el ámbito escolar y en la palabra, pareciera insuficiente para conmover estructuras de género excluyentes e imaginarios sexuales empobrecedores, fuertemente arraigados en nuestra sociedad. Tan arraigados que cuando se los cuestiona poniendo el cuerpo (desnudo) en una performance posporno en la universidad pública se desatan pánicos morales.
* Politólogo e investigador del Conicet/UBA y autor de Sexualidades adolescentes, de Editorial CICCUS.
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