Viernes, 20 de agosto de 2004
Gemas para la memoria
Tres textos de La flor de lis, el último libro de Marosa Di Giorgio que viene con un regalo para fanáticos (ahora huérfanos): un cd en el que la poeta lee su obra.
De la espalda de Mario nace una rosa, un grueso tulipán dorado, una flor de zapallo, que yo frÃo con levÃsima sal y me la como. Y digo: Salió de la raÃz de Mario.
El avanza como un lobo con agudos dientes, mira una y otra parte.
Y se queda azorado ante mi versÃculo.
Mi canto del cisne.
La señora Glicina dijo: –Fue con un rey.
Y entró en minucias. RepetÃa grititos y gemidos, suaves, picantes como ajos, ajÃes oscuros. Se tocaba con dedos largos, tenuemente, las partes extremas y detallaba. Se dio vuelta y mostró la cola. Allà hizo un tintineo por largo instante. Acaso expresando: –Si vieran lo que pasó aquÃ... en la cola!
Luego, púsose erguida, y agregó: Pero el amor mayor fue hecho en las tetas. Cosas de rey.
En ese momento, se oyó un fru-fru y los pezones de tÃa Glicina quedaron fuera. Traspasaron el tul plateado y se mostraron amoratados, violados al máximo, acaso, por un rey.
Ella aguardó unos minutos y luego dijo con voz hermosÃsima:
–Voy a enfriar mis tetas.
Y fue, plena de gracia, hasta la fuente, y echó agua frÃa en esas partes, y volvió a la silla. Los pezones se habÃan vuelto atrás de la gasa y miraban como dos ojos en espera de nuevas maravillas.
Oscureció. Y más oscureció. Todos los rostros parecÃan más blancos, más blancos.
Y en los lejanos altares sonó el Angelus y empezó a formarse otra diadema.
LivianÃsimas mariposas estaban adosadas al tronco. ParecÃan una decoración; eran mi alma, dividida en varias figuras; el cuerpo (que no existÃa), tornasolado; los ojos de algunas, redondos, grandes, negros, planos. Los de otras, hechos con montÃculos de brillantes, sobresalÃan mucho.
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