La idea se le ocurrió 
hace poco más de tres años a Ron Hornbaker programador informático 
de Missouri, EE.UU. y lo que uno se pregunta es si, además de ser 
una linda idea, es también una buena idea. Hablamos aquí del bookcrossing 
o cruce de libros, la última moda en materia de hábitos 
de lectura y que consiste en la liberación de materia impresa. Una compulsión 
que algunos etiquetan como contracultural y otros como sana 
diversión. 
La cosa es así: uno compra un libro, uno lo lee, y a uno le gustó 
tanto ese libro que, evangélicamente, decide predicarlo a los cuatro 
vientos y a los siete mares prestándoselo a absolutos desconocidos. Por 
lo que se entra en la red, se ubica uno de los muchos sites de bookcrossers 
(aquel que corresponde a la ciudad en la que uno vive; muchos de ellos reunidos 
en el sitio global book-crossing.com), se inscribe uno (un alias es siempre 
más emocionante que el nombre propio, por lo que abundan Ismaeles, Harry 
Potters, Madames Bovarys, Hamlets y, por supuesto, Magas), y se apunta el título 
de libro y el lugar donde se piensa abandonarlo como si se tratara de huerfanito 
de novela victoriana para que algún alma caritativa lo recoja, lo disfrute 
y, una vez concluida su lectura, vuelva a liberarlo en alguno de 
los puntos establecidos en cualquier parte de la galaxia Gutenberg 
para que la cadena no se rompa y la aventura continúe. 
Antes de todo esto, resulta imprescindible pegarle una etiqueta en la primera 
página en la que se lea algo del estilo: ¡Hola! Soy un libro 
bookcrossing. Léame y libéreme, a lo que, con el correr 
de las semanas y de los kilómetros se irán agregando las señas 
de los usuarios y de los lugares por los que se paseó el nómade 
objeto en cuestión obedeciendo a los dictámenes gráficos 
del logo bookcrossing: un librito con piernitas y bracitos en constante movimiento.
Tres años después del ¡eureka! de Hornbaker, la fiebre se 
ha extendido por todo el mundo, hay casi un millón de libros registrados 
en las listas de liberaciones y España ya es, con 10 mil 
socios activos, el sexto país más importante en los rankings de 
esta forma de desapego literario los cinco primeros puestos los ocupan 
Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania e Italia. Lo que no está 
mal lo que no deja de ser raro si se tiene en cuenta que las últimas 
encuestas locales apuntan a que el 47 por ciento de los españoles no 
leerá un solo libro a lo largo de toda la novela de su vida.
VUELTAS 
Los tres mandamientos. O las tres R de Hornbaker: read, register, release (leer, 
registrar, liberar) invocadas bajo el dogma de crear un club de lectura 
global y gratuito, un movimiento independiente a favor del intercambio 
dirigido a lectores generosos, viajeros y amantes de la diversión. 
Orientado por el completo informe publicado por el periodista Ricard Ruiz Garzón 
en El Periódico, llegué hasta uno de los más célebres 
santuarios de bookcrossers de Barcelona, ciudad que concentra a 2278 adictos 
al tráfico de libros y que es una de las tres capitales ibéricas 
del bookcrossing, junto con Madrid y Bilbao. El lugar en cuestión no 
es un lugar sino un árbol. Un plátano hueco bautizado como 
Arbol de Yago en la esquina de Consell de Cent y Villaroel. 
El perfil del bookcrosser leía en el artículo de Ruiz Garzón 
es una mujer culta, políglota y entre los 30 y 40 años. 
Pero allí no había nadie. Me asomé a ver qué había 
y, horror, ahí adentro estaba, como una rata rabiosa, un ejemplar mojado 
acababa de parar de llover de El principito. Lo que desilusiona 
un poco. Porque lo interesante lo benéfico sería que 
este tipo de maniobra sectaria funcionara como fuente de difusión y contagio 
de autores más o menos secretos para la educación de iniciados 
en lugar de propagar y prolongar la influencia de nombres y títulos habitués 
de las listas de best-sellers. No es el caso; y así el ranking de lecturas 
del bookcrossing no es otra cosa que la perfectaradiografía del lector 
común y planetario y masivo: Allende, Tolkien, García Márquez, 
Follet, Saint-Exupéry, Eco, Süskind, Ende, Rowling, Saramago son 
los apellidos más frecuentados en las cubiertas bastante deterioradas 
por el tránsito y la promiscuidad. Tal vez por eso los libreros y editoriales 
contemplan con benigno desinterés esta pandemia que, a la hora de la 
verdad, no es otra cosa que una mezcla de biblioteca con búsqueda del 
tesoro. Si ésos son los títulos que más rotan, entonces 
no hay peligro para ellos: porque son títulos que se van a seguir vendiendo 
más allá de que un puñado de románticos (que 
se pasan los libros con la misma transgresora complicidad con que se pasa un 
porro, ironizó el editor Daniel Fernández de Edhasa) o de 
oportunistas que aprovechan la movida para sacarse un montón de libros 
malos de encima. Mientras tanto, Hornbaker ya acepta anunciantes en su sitio 
(la librería virtual Amazon.com es uno de ellos), ha sacado al mercado 
una coqueta línea de merchandising (gorras, camisetas, etc.) y asegura 
que todo esto es para la financiación y mantenimiento de un trabajo 
hecho por amor al arte. 
IDAS 
Y, por supuesto, ya hay en Barcelona clubes de bookcrossers que se reúnen 
a intercambiar opiniones, propuestas, recomendaciones y hasta para escribir 
un libro colectivo Lecturas cruzadas en el que se narran los encantos 
y placeres del livin la vida bookcrossing. Algo así como esos ya 
añejos y siempre efectivos provincianos clubes del libro. La gracia de 
todo esto su efímera novedad está dada, supongo, por 
el aspecto electrónico y on-line donde hasta hay lugar para el morbo 
y el misterio swinger.
En lo personal, no sé, hay algo que no me convence del todo. Sobre todo 
imposible evitar un escalofrío cuando leo las palabras de 
Yagobcn, seudónimo que esconde a un guionista de 30 años, quien 
descubrió y fundó el Arbol de Yago antes mencionado: Me 
gusta sentir que los libros tienen alma, pasado e historia... Por eso pido a 
los bookcrossers que escriban, rayen y personalicen los libros que envío. 
Nada me aburre más que un libro virgen: es como hacer el amor con guantes.
La idea de que un libro bien cuidado sea un libro virgen y uno manoseado 
y garrapateado sea un libro más experto a mí me parece 
un tanto desagradable. Una cosa es practicar el sexo libre y otra exigirlo como 
credo de lectura; y, a la hora de los libros, lo siento: a mí me gustan 
limpios, bien cuidados, y fundamentalmente míos, míos y míos. 
Fui educado en la idea de que la biblioteca doméstica acaba siendo un 
mapa revelador de la propia vida una suerte de autobiografía escrita 
por otros; en el raro placer de comprarse un libro antes de experimentar 
el placer de leerlo; y en el temor de que, salvo contadísimas excepciones, 
libro que se presta no vuelve. Así que no puedo evitar contemplar esta 
legitimación de la propiedad pública y literaria con el ceño 
fruncido: la biblioteca es territorio burgués o mejor todavía 
aristocrático. Y todo este franeleo utópico-comunal, bueno, no 
sé... Y no ocuparé espacio asentando lo que piensa el escritor 
que hay en mí de todo esto salvo que nada le dolería más 
que el improbable encuentro con una de sus criaturas súbitamente dotadas 
de alma, pasado e historia, pero con el inequívoco aspecto de haber sido 
violada por una jauría de bookcrossers en celo. 
Me permito, sí, una predicción aguafiestas para esta fiebre que 
por ahora consume a 350 nuevos enfermos al día y libera cerca de 2500 
ejemplares cada 24 horas: agotadas las obras completas de Follet y de Gordon, 
los bookcrossers mutarán a videocrossers o a dogcrossers o lo que venga. 
Y las bibliotecas seguirán siendo bibliotecas.
Y, no, no pienso prestarle ese libro a ningún desconocido con los 
problemas que me traen los conocidos me alcanza y sobra y muchísimo 
menos meterlo adentro de un árbol. Los árboles se usan para hacer 
libros y no para deshacerlos, pienso. 
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