Cuando se anunciĂł que el tĂtulo de la nueva novela de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) serĂa The Sea (Picador), fueron varios los seguidores del escritor –me incluyo– los que fervorosa y automáticamente pensaron en la natural conclusiĂłn de la trilogĂa que se habĂa abierto en el 2000 con Eclipse y continuado en el 2002 con la reciĂ©n llegada a la Argentina Imposturas. Porque si la primera de ellas era la invocaciĂłn de la mujer fatal y fatĂdica Cass Cleave en la memoria de su padre actor y la segunda repetĂa procedimiento y fantasma, esta vez en la voz de su amante intelectual, entonces cabĂa pensar que –con semejante tĂtulo y teniendo en cuenta que Cass habĂa muerto arrojándose a las aguas- ahora, por fin, fuera ella quien contara su versiĂłn del asunto.
Pero no.
The Sea no tiene nada que ver con todo aquello aunque reincida en olas, suicidas y el modo en que, como las mareas, van y vienen los recuerdos. El hacer y deshacer memoria es, seguro, tanto El Tema como La Técnica de Banville: poner por escrito los irregulares buenos o malos modales que se utilizan para educar –mal o bien– a la memoria. Mejor dicho: los personajes de Banville suelen recordar olvidando y olvidar recordando. Es más: Banville escribe novelas de fantasmas sin fantasmas.
Se puede afirmar tambiĂ©n que The Sea es la novela más “fácil” de Banville hasta la fecha. Lo que no quiere decir que se extrañe su prosa exquisita, o el uso casi nabokoviano de palabras como velutinous, avrilaceous, rubescent o cerements, o que se haya dejado de lado el perfil por momentos zombie y por momentos hiperlĂşcido de las criaturas de Beckett. Es más fácil porque se parte de ese casi lugar comĂşn y/o subgĂ©nero que es la novela playera con chico adolescente despertando a los fulgores del sexo y las sombras de la muerte. Porque de lo que aquĂ se trata es de la invocaciĂłn de las vacaciones de ese niño que alguna vez fue el historiador de arte Max Morden y del análisis microscĂłpico de lo infantil y del modo en que los ojos de los niños no miran igual que los de los adultos. O ven cosas completamente distintas. Y de ahĂ que The Sea recuerde bastante a The Go-Between de L. P. Hartley y a eso de “el pasado es un paĂs siempre extranjero. AllĂ hacen las cosas de manera siempre diferente”.
AsĂ, con los ecos más o menos disonantes de un elenco de cámara –dos mellizos y sus padres, una especie de institutriz, sus propios padres, su propia hija–, Morden vuelve más de medio siglo despuĂ©s a la escena del crimen para poder ver de lejos lo que sucediĂł y, de paso, hacer las paces con Anne (su esposa muerta y uno de los mejores personajes femeninos en toda la obra de Banville) y consigo mismo y con su cada vez más prĂłximo final. Y, en las Ăşltimas páginas –marca del autor– un par de inesperadas revelaciones con buen gusto y sin estruendos.
Como de costumbre en los libros de Banville, hay un pintor tutelar que parece flotar sobre la novela y en The Sea ese pintor es Bonnard.
Como de costumbre, también, The Sea es otra obra magistral de quien quizá sea –ahora mismo y en cerrada competencia con J. G. Ballard, James Ellroy, Denis Johnson y Philip Roth– el mejor estilista en el idioma inglés.
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