Nada es más ajeno para uno que la biblioteca de sus padres. En mi caso, esa biblioteca decorativa (porque mis padres leÃan más revistas que libros) y fuera de mi alcance (porque yo era muy chico) incluÃa, además de los diccionarios y enciclopedias de rigor en una familia de clase media con expectativas de progreso económico y sobre todo cultural, una serie de libros encuadernados en cartón rojo, uno de cuyos tÃtulos era Guerra y paz, otro Ivanhoe y otro Compulsión –recuerdo sólo esos tres tÃtulos (¿por qué?) de la prolija compulsa que periódicamente realizaba a medida que me iba alfabetizando–.
Pero recuerdo también dos libros grises que no estaban en el mismo lugar, sino escondidos en un armario (artilugio torpe de censura, porque yo pasaba mucho tiempo solo), que se llamaban Para esposos y Para padres. AllÃ, yo lo suponÃa (yo lo sabÃa), podÃa encontrar todos los secretos de la feliz vida familiar para la que se me preparaba. En cuanto pude, impaciente, clandestinamente, empecé a leerlos. Asà me enteré de la morfologÃa secreta que separa al hombre de la mujer, impresa en láminas crudÃsimas que mostraban el interior más profundo de los cuerpos, y de los más Ãntimos resortes que garantizan la dicha conyugal. Para esposos me introdujo en un mundo exótico (fue para mà como ese viaje en un submarino microscópico a través de las venas y arterias que años más tarde vi en el cine), sobre todo porque me era evidente que mis progenitores no tenÃan nada que ver con lo que allà se describÃa con prolijidad.
Más inquietante me resultó Para padres, que leà con la misma fascinación enfermiza con la que nos atrapan los géneros de terror. Allà pude recorrer el catálogo completo de las minúsculas desviaciones que cada comportamiento parental podÃa provocar en sus vástagos. Durante mucho tiempo tuve pesadillas pensando que me convertirÃa en tal o cual monstruo como resultado de una pedagogÃa desencaminada. Durante el dÃa, observaba la dinámica familiar con precisión entomológica para poder registrar las causas precisas de aspectos de mi personalidad que habrÃan de desencadenarse (inevitablemente, lo decÃa el libro) mucho tiempo después. Supongo que, en el fondo, eran libros bastante liberales inspirados en el espÃritu de Alfred Kinsey, pero de todos modos hubiera preferido no leerlos siendo un niño y jamás en mi vida futura se me ocurrió leer libros semejantes.
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