El pasado viernes 12, un día antes de su concierto en Arnhem, Holanda, el adolescente sensación Justin Bieber decidió visitar la Casa de Ana Frank, en Ámsterdam, un sitio dedicado a la memoria de la joven que pasó dos años escondida de los nazis hasta ser encontrada, enviada a un campo de concentración y asesinada con sólo 15 años. Como bien es sabido, la sobrevivió su famoso diario, y este museo recrea su historia.
Cuestión que el ídolo pop visitó el lugar; cuestión que su visita no estuvo libre de controversias. Porque, tras pasearse durante poco más de una hora, Bieber decidió dejar su firma en el libro de visitas y anotó las siguientes líneas: “Verdaderamente inspirador poder venir aquí. Ana fue una gran chica. Ojalá hubiera sido una belieber”, escribió el canadiense.
Y, para el distraído, la aclaración: belieber es el nombre con que se definen a las fanáticas del muchacho. O sea, de todas las posibles frases que Justin podría haber garabateado, lo que decidió plantar es su deseo de que Ana Frank fuese una fanática suya. Y eso no fue todo: mientras escuchaba sobre el genocidio nazi, Bieber se puso a bromear con amigos, simulando una peleíta de boxeo en la casa Frank.
Mientras tantísima gente se despachó contra las actitudes y dichos del cantante, las autoridades del museo intentaron poner paños fríos sobre la situación: “Creemos que es muy positivo que se tomara el tiempo y el esfuerzo de visitar nuestro museo. Estuvo muy interesado en la historia de Ana Frank. Esperamos que su visita inspire a sus fans a aprender más sobre la vida de Frank y lean su diario”, declaró Maatje Mostart, portavoz de la institución. Qué agregar.
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