Desde que tengo recuerdo me acompaña. No sé quién me la regaló pero sà sé cuánto la miré, escuché y atesoré. Mis dÃas de niña estuvieron ligados al pasto, las flores y los árboles más que a las obras de arte. Refugio inolvidable fue un añejo ciruelo. Se podÃa subir a él por una escalerita colgante o, como yo lo hacÃa, trepando por un costado. Desde la base hecha de tablas bien agarradas o desde alguna de sus ramas más gruesas miré flores - frutos - hojas - ramas peladas, en dÃas de sol, nublados, de lluvia (la aventura mayor), de calor o frÃo, sola o acompañada por mis hermanos y amigos. Que una flor se transformara en el fruto que comerÃa unos meses después hasta que me doliera la panza era pura magia. Cuando llegaba la hora ineludible de entrar en la casa, siempre habÃa algo de mà que querÃa seguir afuera. Desde la habitación fueron muchas las veces que abrà el cajón de esta cajita de música como si fuera una entrada, y al hacerlo el payaso comenzaba a bailar al ritmo de la melodÃa que se aceleraba según la cuerda que le daba. Repetà una y otra vez la emoción del comienzo y el asombro del final, la quietud inmaculada cuando la cuerda se agotaba. Imaginé los movimientos que existÃan en ese otro universo, estaba segura de que ahà todo continuaba; ella giraba, hacÃa piruetas, el elefante salÃa lentamente, la gente miraba asombrada, murmuraba, lo que ocurrÃa afuera, la espera para entrar, historias de personas, dibujos, o cosas, creà que la Pantera Rosa, mi primer Ãdolo, paseaba por los alrededores y en cualquier momento terminarÃa en el centro de la escena.
Esta cajita me hizo existir en otro mundo, alimentarme de él a mi gusto y desear hacer las cosas que veÃa ahà adentro.
A los cuatro años les dije a mis padres que querÃa aprender danza. El pasaje no fue un calco, nunca llegué a bailar sobre un caballo, pero sà empecé a convertirme en herramienta de mi imaginación. Dibujaba y pintaba aunque no me gustaba cómo lo hacÃa, más bien me daba mucha más vergüenza que bailar. Hasta los doce años estudié danza y vivà cerca del ciruelo, luego nos mudamos varias veces y esta cajita de música fue el mudador de esos primeros descubrimientos.
En la escuela aprendà algo de inglés y supe lo que significaban las palabras escritas en ella: circo, espectáculo grande y payaso que sueña, sólo un poco de lo que imaginé en mis paseos por su interior. También comencé a mirar libros de arte y fui muy feliz cuando di vuelta una página y apareció Cirque, de Seurat, hecho con miles de pinceladitas. IncreÃble, efectivamente ese mundo al que entraba existÃa y no era yo la única que lo visitaba.
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