Esta semana, hasta el viernes, es la última oportunidad de visitar 100% Negro Fontanarrosa. Tal es el tÃtulo de la exposición que la Fundación OSDE mostró este invierno en Buenos Aires, conmemorando el primer aniversario de su muerte y que desde el 30 de septiembre presenta en su sede rosarina (bulevar Oroño 973) un panorama de obras, bocetos, objetos y hasta cartas del influyente historietista y narrador rosarino. Los tres pisos que abarca (estrictamente dos, ya que el sexto es para lecturas, conferencias y talleres de historieta para niños) delinean con trazo firme y neto un perfil de la "marca" Fontanarrosa, que ya es "marca" en más de un sentido.
El pulcro montaje a cargo del diseñador Leonardo Amoroso logra organizar en un recorrido ameno el heterogéneo material reunido por las curadoras Marina Naranjo y Judith Gociol. La muestra es un flujo de chistes, fetiches y stenciles que se articula en remansos: vitrinas de viejos cuadernos que son verdaderas cápsulas de tiempo, donde la gente se detiene a leer, o someras reconstrucciones de los "espacios vitales" del Negro (su estudio, el bar El Cairo, la cancha de fútbol de Rosario Central). Hay un rincón para don Inodoro, otro para Boogie (y su precursor: un galán violento a lo James Bond, llamado Ultra); hay bocetos del entrañable perro Mendieta y más que suficiente evidencia gráfica y plástica de que esos seres de ficción no fueron lo único que creó.
Algunas ideas son muy buenas, como por ejemplo el backlight generado a partir de negativos de impresión de su libro ¿Quién es Fontanarrosa? Al iluminarse desde atrás, las lÃneas blancas brillan sobre un fondo negro que da que pensar, extravagantemente, que todas sus historietas deberÃan haberse publicado asÃ. Otras no lo son tanto, como la voz engolada en off del actor que recita una supuesta payada autobiográfica entre relatos deportivos y festejos de goles. Los stenciles calados en vinilo que grafitean las paredes están realizados en la tipografÃa Font Anarrosa (sic), creada por el joven diseñador gráfico Eduardo Tunni a partir de su caracterÃstica letra. Este recurso crea asà en el espectador el efecto de estar acompañado por su "voz" gráfica. Además de este acierto hay una "voz" curatorial, autoritariamente impresa en blancos carteles rectangulares, que a veces informa y aclara pero otras veces oscurece. Esa otra voz de relator de documental de la fauna silvestre no parece captar el ingenioso humor que alienta tras la falsa profundidad de los aforismos de su heterónimo Ernesto Esteban Etchenique, tales como: "Dios creó el infinito. Pero se olvidó de terminarlo".
Si Fontanarrosa viviera e hiciera este recorrido, se lo puede imaginar creando nuevos chistes al respecto, todos insolentes a expensas de sà mismo, por supuesto. Taciturno, la mirada parpadeante bajo las cejas espesas (todo ello del color que su apodo indica), irÃa carburando las ideas y las dejarÃa estallar recién después, en el tercer tiempo de la calle o el bar: el Negro como especie sui generis de un solo individuo, de la cual se exhiben sus hábitat, costumbres, artefactos, ciclos de reproducción y de caza. O, dicho con una pedanterÃa que no era en absoluto su estilo (o que sólo podÃa serlo en broma): una etnografÃa de lo singular para un sujeto único. No por nada, sus mejores chistes son los de animales, ricos en una encantadora mezcla de humor negro y ternura. (Uno: un rinoceronte se encuentra con un tanque de guerra blindado y le dice: ¡Mamá!)
Se exponen aquà más de doscientas obras de Roberto Fontanarrosa, procedentes en parte del legado que atesora su viuda y en parte de diversos archivos periodÃsticos y editoriales, principalmente de Ediciones de la Flor. También hay algunos efectos personales, como pósters y recortes de El Gráfico. Hay notas de trabajo, algo de correspondencia con su editor y muchos libros. Algunas primeras ediciones se exhiben en vitrinas mientras que varios tomos más recientes se pueden hojear en rincones cómodos, como carnadas de queso atadas con tanza a la espera del ratón de biblioteca que nunca falta. Enternece el amarillento borrador de una tosca historieta adolescente que narra la historia de un (¿o una?) tal "Pereira", antecesor deportista de Inodoro y un poco parecido a la Eulogia en su versión decadente tardÃa. Llaman la atención algunos trabajos no humorÃsticos. Éstos, en sus expresiones más tempranas en el taller del maestro Marcelo Dasso, lucen entre vacilaciones un incipiente oficio, y en su madurez se afirman en una excelsa conjunción de expresionismo y sÃntesis. El virtuosismo que podÃa demostrar Fontanarrosa a fuerza de tinta y pluma de caña resulta asombroso. Es de lamentar que no haya tenido más tiempo para estos divertimentos.
Entre sus fetiches, algunos envidiarán la camiseta que el club Rosario Central le regaló con motivo de su cumpleaños número 60. Una pieza más bizarra todavÃa es la camiseta del equipo de los galanes de El Cairo, diseñada por él. Entre la documentación se destaca una foto que reúne a algo asà como el seleccionado nacional del humor argentino: Les Luthiers, Luis Landriscina, nuestro héroe junto al hoy también recientemente fallecido Jorge Ginzburg, más un Tato Bores que aún vivÃa y un joven Alejandro Dolina, entre otros. No podÃan faltar ni el primer cuadrito para el diario ClarÃn (7 de marzo de 1973) ni el último (25 de enero de 2007). Sentimentalismos aparte, la clave del logro de Roberto Fontanarrosa difÃcilmente pueda resumirse en la palabra "talento", por más indudable y fructÃfero que éste haya sido. Donde la voz gráfica autoral se lamenta: "Llegué a la literatura por la puerta de atrás" y la curatorial le hace eco: "...no entró a la cultura por la puerta grande", lo que deberÃa leerse no es la humillación de un artista, sino el profesionalismo de un dibujante y escritor rosarino que se integró en la industria cultural sin salir de su ciudad. Esta provechosa inserción abarcó un abanico que va desde la publicidad y la historieta hasta el dibujo animado, pasando por la ilustración, el chiste gráfico, el cuento, la novela y las mil variantes de la parodia y de la sátira. Las primeras de éstas, publicadas en legendarias revistas como Boom o Mengano, son audaces sátiras polÃticas, ensañadas particularmente contra la atroz guerra de Vietnam.
Entre las claves del éxito de este hijo dilecto de Rosario se cuentan un humor de primera, sólo parangonable por su admirado Woody Allen; su lealtad a un editor como Daniel Divinsky, que supo conjugar la visión comercial y popular con el gusto por lo exquisito; y, por último, la suerte de hallarse en el lugar equivocado en el momento justo. Porque este subrepticio ingreso de un genio por la entrada de servicio tuvo lugar nada menos que a fines de los irreverentes años sesenta, época en que era posible vender servicios publicitarios con la imagen de un gordo cura de sotana púrpura diciendo, globito mediante: "Si tú no confÃas en la publicidad, hijo mÃo... ¿por qué piensas que millones de personas creen ciegamente en un producto que nunca han visto?".
"El Negro adquirió en las agencias de publicidad un ritmo de trabajo que siguió toda su vida". Asà lo evoca, en una entrevista para Rosario/12, la co-curadora Marina Naranjo, quien estuvo a cargo de las ediciones de muchos de sus libros de historietas para De la Flor. La diseñadora rosarina cuenta que si bien El Cairo era su lugar de encuentro con amigos, el autor trataba sus temas profesionales en el Bar de la Ciudad, de Córdoba y Corrientes. "Los martes y jueves al mediodÃa, él atendÃa ahÃ. Era como una especie de oficina. Y asà como era metódico en su trabajo, lo guardaba en forma exquisita: los originales de hace 40 años parecen hechos ayer. Al abrir estos sobres, ya en su ausencia, empecé a encontrar premios, diplomas que él recibÃa y no enmarcaba. Asà apareció su tÃtulo de Ciudadano Ilustre... ¡mezclado con Boogie el Aceitoso! Uno no se daba cuenta de esas cosas, pero el Negro era eso también: esa humildad que aún me sigue emocionando".
El 26 de noviembre, Roberto Fontanarrosa habrÃa cumplido 64 años.
Y cada dÃa dibuja mejor.
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