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Martes, 2 de diciembre de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › HASTA EL VIERNES PUEDE APRECIARSE LA MUESTRA 100% NEGRO FONTANARROSA EN OSDE

Puente de lo popular a lo exquisito

Más de 200 obras del historietista y narrador rosarino se exponen en Oroño 973, con montaje del diseñador Leonardo Amoroso, a partir de un panorama de bocetos, objetos y hasta cartas reunidas por las curadoras Marina Naranjo y Judith Gociol.

 Por Beatriz Vignoli

Esta semana, hasta el viernes, es la última oportunidad de visitar 100% Negro Fontanarrosa. Tal es el título de la exposición que la Fundación OSDE mostró este invierno en Buenos Aires, conmemorando el primer aniversario de su muerte y que desde el 30 de septiembre presenta en su sede rosarina (bulevar Oroño 973) un panorama de obras, bocetos, objetos y hasta cartas del influyente historietista y narrador rosarino. Los tres pisos que abarca (estrictamente dos, ya que el sexto es para lecturas, conferencias y talleres de historieta para niños) delinean con trazo firme y neto un perfil de la "marca" Fontanarrosa, que ya es "marca" en más de un sentido.

El pulcro montaje a cargo del diseñador Leonardo Amoroso logra organizar en un recorrido ameno el heterogéneo material reunido por las curadoras Marina Naranjo y Judith Gociol. La muestra es un flujo de chistes, fetiches y stenciles que se articula en remansos: vitrinas de viejos cuadernos que son verdaderas cápsulas de tiempo, donde la gente se detiene a leer, o someras reconstrucciones de los "espacios vitales" del Negro (su estudio, el bar El Cairo, la cancha de fútbol de Rosario Central). Hay un rincón para don Inodoro, otro para Boogie (y su precursor: un galán violento a lo James Bond, llamado Ultra); hay bocetos del entrañable perro Mendieta y más que suficiente evidencia gráfica y plástica de que esos seres de ficción no fueron lo único que creó.

Algunas ideas son muy buenas, como por ejemplo el backlight generado a partir de negativos de impresión de su libro ¿Quién es Fontanarrosa? Al iluminarse desde atrás, las líneas blancas brillan sobre un fondo negro que da que pensar, extravagantemente, que todas sus historietas deberían haberse publicado así. Otras no lo son tanto, como la voz engolada en off del actor que recita una supuesta payada autobiográfica entre relatos deportivos y festejos de goles. Los stenciles calados en vinilo que grafitean las paredes están realizados en la tipografía Font Anarrosa (sic), creada por el joven diseñador gráfico Eduardo Tunni a partir de su característica letra. Este recurso crea así en el espectador el efecto de estar acompañado por su "voz" gráfica. Además de este acierto hay una "voz" curatorial, autoritariamente impresa en blancos carteles rectangulares, que a veces informa y aclara pero otras veces oscurece. Esa otra voz de relator de documental de la fauna silvestre no parece captar el ingenioso humor que alienta tras la falsa profundidad de los aforismos de su heterónimo Ernesto Esteban Etchenique, tales como: "Dios creó el infinito. Pero se olvidó de terminarlo".

Si Fontanarrosa viviera e hiciera este recorrido, se lo puede imaginar creando nuevos chistes al respecto, todos insolentes a expensas de sí mismo, por supuesto. Taciturno, la mirada parpadeante bajo las cejas espesas (todo ello del color que su apodo indica), iría carburando las ideas y las dejaría estallar recién después, en el tercer tiempo de la calle o el bar: el Negro como especie sui generis de un solo individuo, de la cual se exhiben sus hábitat, costumbres, artefactos, ciclos de reproducción y de caza. O, dicho con una pedantería que no era en absoluto su estilo (o que sólo podía serlo en broma): una etnografía de lo singular para un sujeto único. No por nada, sus mejores chistes son los de animales, ricos en una encantadora mezcla de humor negro y ternura. (Uno: un rinoceronte se encuentra con un tanque de guerra blindado y le dice: ¡Mamá!)

Se exponen aquí más de doscientas obras de Roberto Fontanarrosa, procedentes en parte del legado que atesora su viuda y en parte de diversos archivos periodísticos y editoriales, principalmente de Ediciones de la Flor. También hay algunos efectos personales, como pósters y recortes de El Gráfico. Hay notas de trabajo, algo de correspondencia con su editor y muchos libros. Algunas primeras ediciones se exhiben en vitrinas mientras que varios tomos más recientes se pueden hojear en rincones cómodos, como carnadas de queso atadas con tanza a la espera del ratón de biblioteca que nunca falta. Enternece el amarillento borrador de una tosca historieta adolescente que narra la historia de un (¿o una?) tal "Pereira", antecesor deportista de Inodoro y un poco parecido a la Eulogia en su versión decadente tardía. Llaman la atención algunos trabajos no humorísticos. Éstos, en sus expresiones más tempranas en el taller del maestro Marcelo Dasso, lucen entre vacilaciones un incipiente oficio, y en su madurez se afirman en una excelsa conjunción de expresionismo y síntesis. El virtuosismo que podía demostrar Fontanarrosa a fuerza de tinta y pluma de caña resulta asombroso. Es de lamentar que no haya tenido más tiempo para estos divertimentos.

Entre sus fetiches, algunos envidiarán la camiseta que el club Rosario Central le regaló con motivo de su cumpleaños número 60. Una pieza más bizarra todavía es la camiseta del equipo de los galanes de El Cairo, diseñada por él. Entre la documentación se destaca una foto que reúne a algo así como el seleccionado nacional del humor argentino: Les Luthiers, Luis Landriscina, nuestro héroe junto al hoy también recientemente fallecido Jorge Ginzburg, más un Tato Bores que aún vivía y un joven Alejandro Dolina, entre otros. No podían faltar ni el primer cuadrito para el diario Clarín (7 de marzo de 1973) ni el último (25 de enero de 2007). Sentimentalismos aparte, la clave del logro de Roberto Fontanarrosa difícilmente pueda resumirse en la palabra "talento", por más indudable y fructífero que éste haya sido. Donde la voz gráfica autoral se lamenta: "Llegué a la literatura por la puerta de atrás" y la curatorial le hace eco: "...no entró a la cultura por la puerta grande", lo que debería leerse no es la humillación de un artista, sino el profesionalismo de un dibujante y escritor rosarino que se integró en la industria cultural sin salir de su ciudad. Esta provechosa inserción abarcó un abanico que va desde la publicidad y la historieta hasta el dibujo animado, pasando por la ilustración, el chiste gráfico, el cuento, la novela y las mil variantes de la parodia y de la sátira. Las primeras de éstas, publicadas en legendarias revistas como Boom o Mengano, son audaces sátiras políticas, ensañadas particularmente contra la atroz guerra de Vietnam.

Entre las claves del éxito de este hijo dilecto de Rosario se cuentan un humor de primera, sólo parangonable por su admirado Woody Allen; su lealtad a un editor como Daniel Divinsky, que supo conjugar la visión comercial y popular con el gusto por lo exquisito; y, por último, la suerte de hallarse en el lugar equivocado en el momento justo. Porque este subrepticio ingreso de un genio por la entrada de servicio tuvo lugar nada menos que a fines de los irreverentes años sesenta, época en que era posible vender servicios publicitarios con la imagen de un gordo cura de sotana púrpura diciendo, globito mediante: "Si tú no confías en la publicidad, hijo mío... ¿por qué piensas que millones de personas creen ciegamente en un producto que nunca han visto?".

"El Negro adquirió en las agencias de publicidad un ritmo de trabajo que siguió toda su vida". Así lo evoca, en una entrevista para Rosario/12, la co-curadora Marina Naranjo, quien estuvo a cargo de las ediciones de muchos de sus libros de historietas para De la Flor. La diseñadora rosarina cuenta que si bien El Cairo era su lugar de encuentro con amigos, el autor trataba sus temas profesionales en el Bar de la Ciudad, de Córdoba y Corrientes. "Los martes y jueves al mediodía, él atendía ahí. Era como una especie de oficina. Y así como era metódico en su trabajo, lo guardaba en forma exquisita: los originales de hace 40 años parecen hechos ayer. Al abrir estos sobres, ya en su ausencia, empecé a encontrar premios, diplomas que él recibía y no enmarcaba. Así apareció su título de Ciudadano Ilustre... ¡mezclado con Boogie el Aceitoso! Uno no se daba cuenta de esas cosas, pero el Negro era eso también: esa humildad que aún me sigue emocionando".

El 26 de noviembre, Roberto Fontanarrosa habría cumplido 64 años.

Y cada día dibuja mejor.

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"Canalla", una historieta del Negro, para Clarín, que juega con su pasión futbolística.
 
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