Perseguido por el prejuicio de que escribir una historia de la literatura era una antigüedad y que, además, hacerlo en soledad convertÃa al acto mismo casi en un anacronismo finisecular, hace poco más de tres años MartÃn Prieto (Rosario, 1961) se embarcó en un proyecto de largo aliento e incierto destino. Asà el mes pasado vio la luz su Breve Historia de la Literatura Argentina un libro que en un lenguaje accesible, no desprovisto de rigor, condensa en poco más de 500 páginas las crónicas completas de tres siglos en las letras nacionales.
-¿Cómo surgió la idea de concretar un proyecto de semejantes proporciones?
-La idea de hacer este libro nace a partir del momento en que comienzo a trabajar más sistemáticamente en literatura argentina, a comienzos de los `90, en la Universidad del Comahue. Ahà empecé a entrever que habÃa ciertas cuestiones de la historia de la literatura argentina que me resultaban muy sugerentes para investigar, y también para enseñar, en un momento en que la historia de la literatura argentina como método estaba bastante relegada por los excesos que se habÃan cometido en su nombre. Se decÃa que la Historia de Literatura historizaba de todo, menos literatura: historias polÃticas de la literatura, historias sociales de la literatura, historias culturales de la literatura; es decir, la literatura era más un pretexto para hablar de otras cosas que de la literatura. De modo que lo que hice fue pensar una historia de la literatura argentina en la que mandaran los textos, en la que la cronologÃa se basara puramente en la literatura.
-La historia de Ricardo Rojas tiene ocho tomos, la del Centro Editor de América Latina, cinco. Su versión ocupa apenas uno. ¿Qué es lo que ocurre con la historia de la literatura argentina: se sintetiza o se purga?
-Creo que se trata de proyectos distintos. El de Rojas fue fundacional. A él le tocó escribir la primera Historia de la Literatura Argentina porque fue el creador de la primera cátedra de Literatura Argentina, y no tenÃa bibliografÃa. Las dimensiones del proyecto del Centro Editor, en cambio, estaban más vinculadas a una razón editorial, y es que se publicaba en fascÃculos. En este caso en particular, también hubo una decisión editorial, probablemente más vinculada a lo comercial, y que tenÃa que ver con hacer "esta" historia en un solo volumen.
-A diferencia de otra versión contemporánea, la Historia CrÃtica de la Literatura Argentina, de Noé Jitrik, usted aplica un formato poco convencional al estudio, con un Ãndice que comienza en el capÃtulo "-1", con capÃtulos más largos que otros, con tÃtulos que remiten más al lenguaje periodÃstico que al enciclopédico y, sobre todo, con un lenguaje amable, infrecuente en el género.
-El libro comienza por el capÃtulo "-1" porque entendà que habÃa antecedentes sin los cuales eran imposible entender el proceso de generación de identidad literaria en la Argentina, pero que no era necesariamente, literatura argentina. En cuanto al tamaño de los capÃtulos, quise darle a cada asunto la importancia que me parecÃa a mà que tenÃa. De modo que en este libro hay capÃtulos más cortos que otros, asà como hay autores que ocupan más lÃneas que otros, e incluso algunos que apenas son mencionados. En este sentido no me guié por ninguna clase de criterio comercial. El tema del lenguaje está vinculado a que a lo largo de los últimos años he sido tanto docente como crÃtico y periodista. Creo que narrativamente toda esa experiencia enriqueció mi modo de escribir. Por último, mi idea era apunta a un lector que, aunque interesado en el tema, no fuera un lector especializado.
-¿En este punto dirÃa que hay alguna velada intención de derribar ciertos "mitos" de La Literatura Argentina?
-No, en absoluto. No tengo ninguna ambición "pignista" (en alusión al historiador Felipe Pigna) de derribar mitos. DirÃa que por el contrario, lo que quise es imponerle a la literatura argentina un valor vinculado a la novedad y a la productividad: cuáles son los textos novedosos y cuáles los productivos, los que provocan un efecto hacia atrás y hacia adelante en la historia de la letras del paÃs. En este contexto aquà nos encontraremos con que hay autores que rinden más y autores que rinden menos. Por supuesto traté de que en esta categorización no primaran gustos personales ni prejuicios, sino, como dije antes, que hablaran los textos.
-¿Qué autores entonces, rinden más en términos productivos?
-Esto tiene que ver con este método del que hablaba. Basta con ver el Ãndice onomástico y observar la cantidad de entradas que tiene cada autor para ver cómo funciona el criterio de productividad. Hernández, Sarmiento, Arlt, Borges, son los cuatro grandes clásicos de la literatura argentina porque son los cuatro grandes cambios de rumbo que se suceden en esta historia. Y, por supuesto, en la segunda mitad del siglo XX, los poetas, concretamente Juan L. Ortiz, una figura sin duda central.
-En este sentido su libro le da una particular importancia a la poesÃa, ¿esto tiene que ver con una decisión personal, o nada más que por creer que era una deuda de las anteriores Historias de la Literatura con el género?
-DirÃa que una combinación de dos cosas. En primer lugar yo habÃa empezado a trabajar en una idea de historiar la poesÃa argentina. Sin embargo, no creo haberme dejado llevar por mis gustos personales --que claro, los tengo-- privilegiando un género sobre el otro, ni haciendo justicia con un género despreciado en otras historias de la literatura. Lo que ocurrió es que descubrà que en los años `80 habÃa pasado una cosa extraña en esa historia jamás contada, que fue que por primera vez hubo una generación de poetas que empezó a construir una tradición propia. Desde Juan L. Ortiz, Oliverio Girondo, los integrantes de PoesÃa de Buenos Aires y toda la generación poética de los `50; desde Aldo Oliva a Hugo Padeletti pasando por los surrealistas como Enrique Molina o Francisco Madariaga. Tiene que ver con la lectura que hace esa generación y de la cual este libro da cuenta. No quise forzar nada ni generar ningún tipo de polémica sino apenas eso, dar cuenta de algo que en el momento en el que se escribieron esas otras historias de la literatura, simplemente no habÃa pasado.
-Teniendo en cuenta este plus, el de la actualización, ¿cómo resolvió el abordaje del perÃodo que comprende la dictadura?
-En primer lugar, si bien, como decÃa antes, intenté privilegiar los textos, también es cierto que hay perÃodos de la serie literaria que son digamos, "fraternos", con la serie polÃtica. De hecho, no creo que sea posible analizar la literatura argentina del siglo XIX sin establecer un vÃnculo directo con la vida polÃtica del paÃs. Pero fue eso lo que me impulsó a contar una historia diferente. Me preocupaba el lugar marginal que ocupaban, por ejemplo, la obra autores como Juan L. Ortiz o Antonio Di Benedetto, que parecÃa que no se podÃan leer si es que imperaba la historia polÃtica por sobre la literaria. Yo creo que en la dictadura el texto que aparece casi como un emblema de la época es Respiración artificial (de Ricardo Piglia), por muchos motivos. Primero, por el tema, por ese paralelo que el autor establece entre los exiliados del `37 y los de los `80, pero después también en términos culturales, por el modo en que esa novela se lee, por su capacidad de generar ese poderoso vÃnculo que se generó entre sus lectores. En 1981 Respiración artificial se convierte en un incipiente best seller y, a la vez, en una suerte de contraseña de resistencia.
-¿Cómo ve el futuro literario de la Argentina?
-Diario de PoesÃa fue la última gran revista de discusión literaria. Incluso dos iniciativas que surgen después, Hablar de PoesÃa y Vox aparecen como reflejos condicionados por la presencia de Diario de PoesÃa. En narrativa Punto de vista y Babel juegan, a mi criterio, las últimas fichas para la generación de un debate auténtico. Todo hasta mediados de los `90. No percibo que haya habido nada interesante después de eso. Pero a lo mejor esto tiene que ver con que todavÃa no se puede percibir nada, con que tal vez recién en unos años podamos empezar a ver lo que ocurre hoy desde una perspectiva histórica.
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