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Domingo, 30 de abril de 2006

CULTURA / ESPECTáCULOS › MARTIN PRIETO Y SU HISTORIA DE LA LITERATURA

El mandato de los textos

"Quise pensar una historia en la que mandaran los textos", resume Martín Prieto el sentido de su "Breve Historia de la Literatura Argentina", editada el mes pasado. Alejado de cualquier criterio comercial, Prieto dice haberse guiado por su experiencia como docente, crítico y periodista.

 Por Fernanda González Cortiñas

Perseguido por el prejuicio de que escribir una historia de la literatura era una antigüedad y que, además, hacerlo en soledad convertía al acto mismo casi en un anacronismo finisecular, hace poco más de tres años Martín Prieto (Rosario, 1961) se embarcó en un proyecto de largo aliento e incierto destino. Así el mes pasado vio la luz su Breve Historia de la Literatura Argentina un libro que en un lenguaje accesible, no desprovisto de rigor, condensa en poco más de 500 páginas las crónicas completas de tres siglos en las letras nacionales.

-¿Cómo surgió la idea de concretar un proyecto de semejantes proporciones?

-La idea de hacer este libro nace a partir del momento en que comienzo a trabajar más sistemáticamente en literatura argentina, a comienzos de los `90, en la Universidad del Comahue. Ahí empecé a entrever que había ciertas cuestiones de la historia de la literatura argentina que me resultaban muy sugerentes para investigar, y también para enseñar, en un momento en que la historia de la literatura argentina como método estaba bastante relegada por los excesos que se habían cometido en su nombre. Se decía que la Historia de Literatura historizaba de todo, menos literatura: historias políticas de la literatura, historias sociales de la literatura, historias culturales de la literatura; es decir, la literatura era más un pretexto para hablar de otras cosas que de la literatura. De modo que lo que hice fue pensar una historia de la literatura argentina en la que mandaran los textos, en la que la cronología se basara puramente en la literatura.

-La historia de Ricardo Rojas tiene ocho tomos, la del Centro Editor de América Latina, cinco. Su versión ocupa apenas uno. ¿Qué es lo que ocurre con la historia de la literatura argentina: se sintetiza o se purga?

-Creo que se trata de proyectos distintos. El de Rojas fue fundacional. A él le tocó escribir la primera Historia de la Literatura Argentina porque fue el creador de la primera cátedra de Literatura Argentina, y no tenía bibliografía. Las dimensiones del proyecto del Centro Editor, en cambio, estaban más vinculadas a una razón editorial, y es que se publicaba en fascículos. En este caso en particular, también hubo una decisión editorial, probablemente más vinculada a lo comercial, y que tenía que ver con hacer "esta" historia en un solo volumen.

-A diferencia de otra versión contemporánea, la Historia Crítica de la Literatura Argentina, de Noé Jitrik, usted aplica un formato poco convencional al estudio, con un índice que comienza en el capítulo "-1", con capítulos más largos que otros, con títulos que remiten más al lenguaje periodístico que al enciclopédico y, sobre todo, con un lenguaje amable, infrecuente en el género.

-El libro comienza por el capítulo "-1" porque entendí que había antecedentes sin los cuales eran imposible entender el proceso de generación de identidad literaria en la Argentina, pero que no era necesariamente, literatura argentina. En cuanto al tamaño de los capítulos, quise darle a cada asunto la importancia que me parecía a mí que tenía. De modo que en este libro hay capítulos más cortos que otros, así como hay autores que ocupan más líneas que otros, e incluso algunos que apenas son mencionados. En este sentido no me guié por ninguna clase de criterio comercial. El tema del lenguaje está vinculado a que a lo largo de los últimos años he sido tanto docente como crítico y periodista. Creo que narrativamente toda esa experiencia enriqueció mi modo de escribir. Por último, mi idea era apunta a un lector que, aunque interesado en el tema, no fuera un lector especializado.

-¿En este punto diría que hay alguna velada intención de derribar ciertos "mitos" de La Literatura Argentina?

-No, en absoluto. No tengo ninguna ambición "pignista" (en alusión al historiador Felipe Pigna) de derribar mitos. Diría que por el contrario, lo que quise es imponerle a la literatura argentina un valor vinculado a la novedad y a la productividad: cuáles son los textos novedosos y cuáles los productivos, los que provocan un efecto hacia atrás y hacia adelante en la historia de la letras del país. En este contexto aquí nos encontraremos con que hay autores que rinden más y autores que rinden menos. Por supuesto traté de que en esta categorización no primaran gustos personales ni prejuicios, sino, como dije antes, que hablaran los textos.

-¿Qué autores entonces, rinden más en términos productivos?

-Esto tiene que ver con este método del que hablaba. Basta con ver el índice onomástico y observar la cantidad de entradas que tiene cada autor para ver cómo funciona el criterio de productividad. Hernández, Sarmiento, Arlt, Borges, son los cuatro grandes clásicos de la literatura argentina porque son los cuatro grandes cambios de rumbo que se suceden en esta historia. Y, por supuesto, en la segunda mitad del siglo XX, los poetas, concretamente Juan L. Ortiz, una figura sin duda central.

-En este sentido su libro le da una particular importancia a la poesía, ¿esto tiene que ver con una decisión personal, o nada más que por creer que era una deuda de las anteriores Historias de la Literatura con el género?

-Diría que una combinación de dos cosas. En primer lugar yo había empezado a trabajar en una idea de historiar la poesía argentina. Sin embargo, no creo haberme dejado llevar por mis gustos personales --que claro, los tengo-- privilegiando un género sobre el otro, ni haciendo justicia con un género despreciado en otras historias de la literatura. Lo que ocurrió es que descubrí que en los años `80 había pasado una cosa extraña en esa historia jamás contada, que fue que por primera vez hubo una generación de poetas que empezó a construir una tradición propia. Desde Juan L. Ortiz, Oliverio Girondo, los integrantes de Poesía de Buenos Aires y toda la generación poética de los `50; desde Aldo Oliva a Hugo Padeletti pasando por los surrealistas como Enrique Molina o Francisco Madariaga. Tiene que ver con la lectura que hace esa generación y de la cual este libro da cuenta. No quise forzar nada ni generar ningún tipo de polémica sino apenas eso, dar cuenta de algo que en el momento en el que se escribieron esas otras historias de la literatura, simplemente no había pasado.

-Teniendo en cuenta este plus, el de la actualización, ¿cómo resolvió el abordaje del período que comprende la dictadura?

-En primer lugar, si bien, como decía antes, intenté privilegiar los textos, también es cierto que hay períodos de la serie literaria que son digamos, "fraternos", con la serie política. De hecho, no creo que sea posible analizar la literatura argentina del siglo XIX sin establecer un vínculo directo con la vida política del país. Pero fue eso lo que me impulsó a contar una historia diferente. Me preocupaba el lugar marginal que ocupaban, por ejemplo, la obra autores como Juan L. Ortiz o Antonio Di Benedetto, que parecía que no se podían leer si es que imperaba la historia política por sobre la literaria. Yo creo que en la dictadura el texto que aparece casi como un emblema de la época es Respiración artificial (de Ricardo Piglia), por muchos motivos. Primero, por el tema, por ese paralelo que el autor establece entre los exiliados del `37 y los de los `80, pero después también en términos culturales, por el modo en que esa novela se lee, por su capacidad de generar ese poderoso vínculo que se generó entre sus lectores. En 1981 Respiración artificial se convierte en un incipiente best seller y, a la vez, en una suerte de contraseña de resistencia.

-¿Cómo ve el futuro literario de la Argentina?

-Diario de Poesía fue la última gran revista de discusión literaria. Incluso dos iniciativas que surgen después, Hablar de Poesía y Vox aparecen como reflejos condicionados por la presencia de Diario de Poesía. En narrativa Punto de vista y Babel juegan, a mi criterio, las últimas fichas para la generación de un debate auténtico. Todo hasta mediados de los `90. No percibo que haya habido nada interesante después de eso. Pero a lo mejor esto tiene que ver con que todavía no se puede percibir nada, con que tal vez recién en unos años podamos empezar a ver lo que ocurre hoy desde una perspectiva histórica.

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Imagen: Alberto Gentilcore
 
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