La impresión fotográfica es anterior a la invención de la cámara. La fotografÃa, en sus orÃgenes, vino a satisfacer la sed de documentos visuales veraces de la sociedad cientificista, historicista y tecnicista del siglo diecinueve. Pero hubo una prehistoria de la fotografÃa, una época experimental cuyos inventos no se diferenciaban aún demasiado del arte de estampar un negativo. A esa era pertenece el cientÃfico inglés William Henry Fox Talbot, quien comunicó en 1839 su descubrimiento del calotipo: una técnica que permitÃa a ciertos objetos, mientras eran expuestos a la luz, dibujarse solos sobre un papel fotosensibilizado con nitrato de plata y ácido gálico. Vueltas traslúcidas, las cosas emitÃan su semejanza intensiva, fiel y exacta.
Andrea Ostera redescubrió esta técnica a fines del siglo pasado. Con ella realizó sus Fotogramas, que definió en 1997 como "impresiones por contacto que revelan la vulnerabilidad de las cosas a la luz". En Capturas de pantalla, su exposición individual de 24 impresiones de contacto en pequeño formato que puede visitarse desde el viernes pasado hasta el viernes 16 de septiembre en Mal de archivo (Moreno 477), Ostera retoma bajo una nueva forma este arqueológico procedimiento desde el lugar más contemporáneo y menos pensado: su propio teléfono celular. Algo ya natural en el siglo XXI, sacar fotos con un teléfono era inconcebible hasta no hace mucho. Las fotos de celular no suelen imprimirse, pero Ostera las lleva al papel por un atajo. Ella lo inventó. Como toda buena idea, parece simple. Lo es. Sin embargo, a nadie se le habÃa ocurrido. Hay años de oficio ahÃ.
"Cuando se apaga el celular y se enciende, aparece en la pantalla una foto y la hora. Yo tenÃa unos papeles fotosensibles guardados, ya viejos pero todavÃa sensibles, que necesitaban más tiempo para copiar la imagen", cuenta la artista en la inauguración. Completa el relato con un gesto: apoya el teléfono encendido sobre la mesa. Redondea el gesto con una sonrisa de triunfo. ¿Eso es todo? Lleva tiempo (8 segundos, cronometró la fotógrafa en su laboratorio) que el viejo papel imprima: hay que darle tiempo a la sensibilidad. En este caso, la frase es literal. Andrea se rÃe como si fuera un chiste.
A la cronista le gusta imaginarse al cine como una subespecie lumÃnica de las artes gráficas: cada fotograma serÃa una matriz, que se proyecta sobre la pantalla en un instante imperceptible y efÃmero, en vez de imprimirse para siempre en papel. En vez de metal o madera, celuloide; en vez de tinta, luz. Las Capturas de pantalla de Andrea Ostera tienen algo de esto. Son sudarios del tiempo; evocan aquella sábana donde cuenta una leyenda que quedó estampado el dios vivo.
El dios de hoy es Cronos, el tiempo que no para. Andrea Ostera hace lo imposible: saca (sin cámara) fotos del tiempo. Lo detiene en negativo, lo vuelve atemporal con el sepia del papel medio vencido. La imagen al revés, monocroma y de bordes inexactos, resulta arcaica y extraña; son allà reconocibles sin embargo las marcas de la tecnologÃa de uso cotidiano. Las imprime la luz surgida de la misma fuente que irradia las imágenes: "la luz siempre actual emitida por el teléfono", como escribe Verónica Tell en su revelador texto para la exposición.
La idea de fotografiar el tiempo ya estaba presente en aquellos Fotogramas, como "La espera", de 1995, o "Meses", de 1996 (véase http://ostera-fotogramas.blogspot.com.ar). Tell evoca las cámaras de pelÃcula que imprimÃan la hora de la toma sobre las copias, y que Ostera usó en su obra 36 vistas de la casa de noche (1998).
Andrea Ostera obtuvo en 2002 el Diploma al Mérito de la Fundación Konex en la categorÃa FotografÃa. Como docente de la Escuela Musto y en su taller, ya ha formado una nueva generación de artistas de la fotografÃa. Nació en 1997 en Salto Grande, provincia de Santa Fe; estudió en Nueva York. Vive y trabaja en Rosario. Asistió a seminarios de Reinaldo Laddaga ("Apariciones de Espectros", 1995), Juan Travnik y otros. Expone desde 1990. Tienen obras suyas las principales colecciones de arte del paÃs.
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