"Para irse primero hay que estar" le habÃa dicho su tarotista. Ana pensaba en irse, más como una posibilidad que podÃa quedar en posibilidad o no pero que igual la hacÃa fantasear de sobremanera. Haber estado con ese otro hombre tres veces estando aún con su marido era algo que la avergonzaba, aunque sólo hasta cierto punto. SabÃa dónde habÃa dejado que aquel otro más joven, más atractivo, más pasional pasara la raya. Fue esto después de que ella se enterara que su marido habÃa salido con una mina a sus espaldas: para volver primero hay que irse, pensó. Se preguntaba si alguna vez sabrÃa con certeza si él la habÃa engañado. El decÃa y juraba que no, que nunca la habÃa engañado, que siempre le fue fiel. Ese mismo miércoles le habÃa dicho a su marido: "Asà no va más". Ahora estaba durmiendo aún bajo el mismo techo, quizás hasta que consiguiera un departamento. La separación era un hecho aunque ella no supiera todavÃa si por un tiempo o para siempre.
El marido de Ana tuvo al principio una actitud ambivalente, le estudiaba los ojos por las tardes con una languidez decepcionante, que en otro momento podrÃa haberle resultado sugestiva. Aceptó inmediatamente mudarse a dormir al sillón y empezó a ver por televisión unas pelÃculas clase B, apagando con el silencio del televisor los gemidos de monstruos y zombies. Ella siguió pensando: pensó en cómo amoblarÃa el departamento, pensó en lo que se llevarÃa de aquella casa que durante tanto tiempo habÃa sido de los dos, se imaginó una tarde de otoño escuchando a Philip Glass en el nuevo departamento y tal vez con ese hombre, que habÃa estremecido su cuerpo con unos gestos que ella sólo querÃa recordar sin culpa.
No es que a él lo hubiera inquietado demasiado la demora de Ana, su esposa: la tercera vez que miró el reloj pensó que no se atreverÃa a arrepentirse por haber dejado a Laura tan temprano en La Terminal. Pensó: La trampa es perfecta, Laura sólo puede venir una o dos veces por mes desde San Jorge. A pocos conoce ella en nuestro ambiente y es dócil y generosa como pocas mujeres lo son: no tiene apuro, se entrega con placer y sumisión, y disfruta del tiempo que compartimos. Mejor que se haga tarde esperando y no dar explicaciones por mi propia demora, se dijo a sà mismo, mientras volvÃa a encender su celular.
Y lo que la torturaba y seguramente la seguirÃa torturando era pensar porqué no lo habÃa dejado antes. Ahora sentÃa ganas de vomitar, quizás en algún punto se daba asco por como habÃa actuado. Lloraba por su marido aún cuando habÃa disfrutado de esas lindas y lujuriosas tardes con aquel otro joven. Y no podÃa dejar de admitir que la habÃa pasado fantástico. Cada una de las veces habÃa tenido más contenido que las anteriores. Ella en el segundo encuentro le habÃa dicho: "La piel tiene memoria". Y antes de retirarse de su departamento de estudiante, Ana le habÃa confesado: "Estás sexy asÃ" (sentado en la cama, desnudo pero tapado hasta su cintura con la sábana blanca). Y algo ruborizada habÃa agregado: "Lo voy a guardar para mi banco de imágenes".
A su marido, la segunda demora de Ana lo inquietó. VenÃa de un dÃa difÃcil en el banco, de un mar de inquietud de todos los compañeros ante la reestructuración operativa y prefirió volver a su casa antes de seguir discutiendo en un bar con sus colegas. Ana no llegaba. Ya habÃa pasado la hora habitual de la cena.
En un principio, a Ana la "revancha" nunca la habÃa hecho sentir mejor. Pero después, ella sintió que se habÃa portado peor que su marido. SentÃa que no tenÃa perdón. Analizaba si ambos podrÃan pensar en la posibilidad de "empezar de 0" y solo por ganas y deseo, no porque tuvieran que "hacer la tarea". Los dos eran muy distintos entre sÃ, por fortuna y desgracia. En su tiempo libre, él gozaba del silencio y cuando estaban juntos, él pretendÃa lo mismo: silencio. Entonces Ana recordaba la vez que habÃa estado en una cama pequeña, con aquel otro hombre. La primera vez ella habÃa llegado al orgasmo con esfuerzo, luego de que él hubiese acabado como en final de concierto. La segunda vez ella acabó en Disneylandia pero él ni alcanzó a arrugar las sábanas. Para Ana, sentirlo transpirar sobre su cuerpo habÃa sido una enorme alegrÃa, un alivio, una sensación de tarea bien hecha, como una bendición.
DifÃcil definir esa incipiente relación. Cinco años de conocerse de la oficina. Muy parecidos en cuanto a la personalidad. Pese a la diferencia de edad, él tenÃa a veces reacciones o comentarios en los que Ana se sentÃa "espejada". Le seducÃa mucho: por su capacidad de diálogo, por su sensibilidad tan oculta y evidente a la vez. Sin embargo Ana sentÃa que no se podÃa subir a la calesita, pero luego de muchos años de matrimonio contradictorio, pensó en comenzar a atreverse a ser lo que era. A sentir. A querer más y a exigir más. A no hacer más "collage" respecto de sà misma. Ana se dijo: Basta. "Es tiempo de empezar a levantar capas", murmuró. El tiempo dirá como sigue la historia.
Él, aún su marido, camina con un paso forzadamente moderado hacia su casa: cree, sabe o intuye que Ana no resistirá mucho más esta situación. Ayer le ha dicho a Laura que tenÃa una entrevista importante, sólo por eludirla, aunque Laura no suspendió su viaje desde San Jorge. Imagina escenas, urde argumentos, por momentos siente celos de Laura en la ciudad, y piensa qué posibilidades le asisten porque siente o recuerda que las decisiones de Ana son inapelables y eso lo inquieta. Por la otra calle, sin embargo, con pasos que van al ritmo de su corazón Ana se dirige donde, por lo menos hasta hoy, está su casa; va llena de inquietudes y proyectos; para vivir un gran amor, recuerda, es menester, ser hombre de una sola mujer, y los versos de Vinicius le resuenan en su sonrisa, y anda con el paso entusiasmado. El hijo puede esperar.
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