¿De dónde salÃan las gaviotas que vi volar alrededor del arado donde mi abuelo iba sentado, roturando la tierra?
¿De dónde venÃan, tan blancas, a veces con un pequeño luto en la punta de las alas, siempre voraces, siempre hambrientas?
Tal vez de aquellos cañadones, en cuyas orillas que festonaban los juncos, las espadañas, los espartillos, las plantas acuáticas en medio.
La tierra al ser volcada era muy negra, al paso del sol y de las horas iba tomando un color más claro, tal vez influyeran también los minerales que durante siglos estaban en el vientre del mundo.
Las tres rejas pobrÃsimas iban dando vuelta la tierra y sacaban al aire los gusanos, gusanillos e isocas blancas que eran el manjar no sólo de las gaviotas sino de numerosos pájaros menores que iban a la arrebatiña que producÃan las gaviotas con sus gritos y sus vuelos rasantes.
A veces yo seguÃa a mi abuelo y me ponÃa a distancia prudente, mi presencia no era respetada por el hambre y la angurria de las aves diversas. Cuando mi abuelo me descubrÃa invariablemente me marcaba de regreso. ¡Cómo me hubiera gustado que me subiera en su falda! Si eran mis tÃos los que araban la cosa era distinta. Me alzaban y me sentaban en sus rodillas ya que el aradito tenÃa un solo asiento, y hasta me dejaban tocar ese doble par de riendas, para darme la ilusión que yo manejaba los ocho percherones que trabajosamente arrastraban esas tres pequeñas rejas de hierro que la tierra ponÃa brillosa y cuando se dejaba de arar por medio de una palanca se alzaban y el sol se veÃa allà en su plenitud y lo reflejaba como espejos.
Por el camino rural de vez en cuando se veÃa una polvareda que se iba acercando y luego al pasar junto al alambrado donde mi abuelo estaba arando el conductor saludaba con un grito, mi abuelo levantaba apenas el látigo a modo de respuesta, y enseguida el silencio del campo que llegaba antes de que el polvo se asentara de nuevo en la calle.
A veces pasaban los obreros de Vialidad Nacional que estaban reparando los caminos con esas grandes aplanadoras Champion, o algún jinete de vez en cuando y más raramente aún un auto. Los que sà se veÃan con más frecuencia eran los pequeños Ford T o la Justicialista, una chatita de industria nacional que fue fabricada previamente al popular rastrojero allá por los cincuenta del siglo pasado. Estos vehÃculos eran más frecuentes porque transportaban tambores de gasoil o de aceite hacia las chacras que las usaban de combustible, o bolsas de harina para amasar el pan, que no entraban en el espacio reducido de un sulky.
Los tractores eran pocos todavÃa, y sólo muy raros chacareros lo tenÃan. Estaban los Massey Ferguson, los Hanomag y el popular y criollÃsimo Pampa, todo pintado de verde. Eso recuerdo
Y volviendo a las gaviotas, aunque no he averiguado el origen, no las supongo sobrevolando las orillas de un mar lejano y creo comprender que éstas de los bañados eran más chicas, y a su vez, alternaban con otras especies como las cigüeñas, los chorlitos, las bandurrias, la diversidad de patos: crestones, picazos, sirirÃes, zambullidores, maiceros, etc. También con los flamencos blancos y los rosados, y con las garzas blancas y las garzas moras que cruzan el aire solitarias con ese silbido tan triste que zurce el horizonte plano y sangrante del atardecer.
Estas gaviotas merodeaban la tierra cuando todavÃa se araba porque le producÃa una vasta y surtida oferta de alimentos para ellas y sus crÃas que usaban ese graznido tan desagradable y lastimero.
Con lo que ellas dejaban se alimentaba toda familia de pájaros menores menos el biguá que lo hacÃa estrictamente de los caracoles que pescaban a la orilla de los cañadones donde corrÃa poco el agua.
En los atardeceres cuando mi abuelo levantaba esa palanca y las rejas ya no brillaban al sol porque con su sangre iba pintando los campos, la estribación de los montes, el lomo de los terneros que balaban sangradamente buscando a sus madres y algo de ese fleco rojizo del crepúsculo se posaba en el sombrero lleno de tierra y sus bigotes cansados que a la noche, como siempre, filtrarÃan el vino antes de pasar airoso y feliz por su garganta italiana.
A lo lejos las luces del pueblo no llegarÃan a iluminar las numerosas perdices echadas en medio del campo, en silencio como una araña dormida.
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