Los primos nos reÃamos en esos tiempos porque cuando se acercaba la Navidad, la nona Elisa comenzaba dos meses antes a preparar una baterÃa de exquisiteces.
Haciendo obviedad del clima, en esa industria donde ponÃa sus afanes se podÃa pasar uno tranquilamente la vida en los lejanos Apeninos, que seguramente extrañaba.
Con mi hermano tratamos de recordar esos nombres de esas frituras dulces tan familiares en aquel dialecto que entonces entendÃamos, pero hoy se nos van alejando como esos sueños que aún persisten en el alba de todo devenir.
Y se pasaba horas metidas en ese galponcito donde reinaba un antiquÃsimo fogón y ella cocinaba esas inolvidables pizzellas con un molde sobre la llama. HacÃa muchÃsimas y las hacÃa ¡una a una!
Esto pasaba cuando ya vivÃa en Rosario. En la calle Madre Cabrini Nº 2734, que antes se habÃa llamado Palermo y, antes aun, Caburé. Esto es en el Barrio Las Delicias, en el sur. Pero antes del año cincuenta, cuando vivÃa con mis tÃos en el pueblo, seguramente lo harÃa en ese caserón que tuvo un piso de tierra, un aljibe que recibÃa agua de lluvia desde su techo de chapa y estaba camino al matadero nuevo, a cien metros de la casa de Domingo Fusco y enfrente de los Spizzo. Esa casa tenÃa entrada para sulkys o autos por una calle y por la otra tenÃa una puertita de tejido romboide y una enredadera que acompañaba al patio, hasta donde el abrazo umbrÃo de los paraÃsos esperaba al viandante cansado y le ofrecÃa un descanso propicio.
Volviendo a las Navidades, a mà siempre me resultaron un poco tristes, porque mi padre se tomaba Ãntegro el mes de diciembre y a veces hasta Reyes en sus tareas de obrero golondrina (jornalero, se los llamaba) y se subÃa a un tren que lo depositaba en González Chaves donde no perdÃan una hora de trabajo y trillaban el trigo hasta el veinticinco de diciembre y aún el treinta y uno. No se podÃa perder tiempo porque el cereal tenÃa que ser cortado por si alguna lluvia traidora arruinaba la tarea.
Muchas Nochebuenas la pasamos solos con mi madre, cenábamos, y ella hacÃa con seguridad un pan dulce, y con algunos turrones y una sidra festejábamos.
También recuerdo el pan dulce y la sidra que en tiempos del primer peronismo Ãbamos a buscar al correo, previo el retiro de uno o dos bonos los dÃas previos. Eso era para los pobres, porque las familias ricas lo vivirÃan como una afrenta o una limosna indigna.
El dÃa de Navidad venÃa el tÃo Roque Ciccarelli en sulky desde la chacrita que arrendaba cercano al canal, enfrente de la casa de don Luis Burki, con su campo que mi abuelo IsaÃas arrendó muchos años. Allà se reunÃa la gringada. Sus hijos Tito, Cholo, Ñata y Hugo, quien tenÃa algunos pocos años más que yo y me incitaba a tirar cohetes encendidos bajo la mesa donde todos estábamos reunidos.
VenÃan también algunos parientes de tÃa ArgÃa, esposa de Roque, quien era el hermano menor de mi abuela y un tipo jovial, muy hincha de Fangio y seguÃa sus carreras desde esa radio tipo catedral que sintonizaba a duras penas conectada a una baterÃa que se recargaba con un molinillo a viento y nunca supe porqué. Es uno de los misterios que circundaban mi infancia.
Luego vendrÃan las Navidades tristes en las pensiones estudiantiles de mis primeros tiempos aquÃ, en Rosario. Recuerdo particularmente una, vecina del antiguo bar El Cairo y donde yo me dormÃa con la música del reloj del Palacio Fuentes, en años de hambrunas pero de sueños firmes, grandiosos, que nosotros creÃamos sin fin.
Pero de todas las imágenes de las Navidades que pasan como en una pelÃcula y que fueron pocas veces felices en mi infancia, rescato la pasión de mis tÃas y en especial de mi abuela por mantener aquellas sus tradiciones que habÃan traÃdo de su pequeña aldea de Italia, aunque no coincidiera mucho con la realidad del paÃs adoptivo y que a fuer de ser sincero también rescataré que no faltaba un buen lechón o cordero a las brasas como compete a este paÃs amante de las carnes. HabÃa en estas fiestas una mezcla de tradiciones, porque los más jóvenes ya habÃan nacido aquÃ, y no se iban a amedrentar ante un lechón humeante o una ristra de chorizos de cerdo a las brasas. También comÃan todo lo que mi abuela con tanto amor hacÃa, en aquellos años que la ceniza del tiempo arreció contra todo lo que era calmo y bucólico.
Eran tiempos en que el arrullo amoroso de algún casal de torcacitas ponÃa a tono el verano latiendo en cada gota de sangre que corrÃa en nuestras venas.
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