El dÃa que llegó la libretita, discutà con mamá y me largué a llorar. Las dos consecuencias, que no tenÃan conexión entre sÃ, se dieron en ese orden. Yo tenÃa catorce años y acababa de recibir un envÃo por correo de un pibito que me arrastraba el ala. Mamá querÃa saber qué contenÃa el envÃo. Me llevó tiempo entender que la pregunta, mal planteada, tenÃa cierto sentido. La segunda consecuencia no tenÃa relación alguna con la primera. Yo estaba, sin saber muy bien qué implicaba esa palabra, "emocionada".
Eran las nueve de la mañana del sábado 11 de marzo de 1995. Faltaban seis dÃas para mi cumple. El paquete habÃa llegado a tiempo, tal como me habÃa prometido DarÃo. Nos habÃamos conocido en las últimas vacaciones que habÃa pasado con mi familia en Capilla del Monte. El era el hijo de la nueva casera del hospedaje. DarÃo tenÃa diesieis años pero parecÃa más. Su percepción del mundo era más real que el precio de los tomates o que el MB de la conducta en mi libreta. Era un chico completamente retraÃdo que lo único que hacÃa fuera de cubrir sus funciones básicas, era leer y escribir. Por alguna razón que sin suerte sigo intentando recordar, empezamos a hablar. Esos quince dÃas fueron las mejores vacaciones de mi vida. Yo llevaba un diario Ãntimo en el que el nombre de DarÃo comenzó a empujar con fuerza, hasta desplazar el de mi gran amor de la Primaria.
Una tarde, antes de volver a Rosario, nos fuimos a charlar al Mirador. Se escuchaba el ruido apaciguado de un arroyito sucio que pasaba por debajo del lugar. El me preguntó qué recordaba de las personas. Yo le dije: "Poco. Cosas inútiles. Nunca recuerdo con claridad datos importantes. Sólo cositas. Por ejemplo, me acuerdo qué buzo tenÃas puesto el otro dÃa que fuimos al Videojuego o de qué manera te cruzás los cordones". Recuerdo que él me dijo un piropo que nunca más volvà a escuchar: "Qué memoria tan literaria".
Me enamoré completamente de DarÃo. No importó que no nos diéramos ni un beso. Eso tenÃa mucho sentido si pensaba en el "Reglamento de relaciones" de Juli, una amiga dos años mayor que yo. El primer artÃculo decÃa: "No perder un buen amigo por un posible novio". DarÃo era de esos chicos con los que uno quiere pasar más y más tiempo. Incluso inventar tiempo para poder seguir pasándolo con él.
--¿Te imaginás un libro que recopile los momentos tiernos de la vida? -me dijo.
La pregunta parecÃa haberle caÃdo como un yunque.
--La verdad que no. ¿Cómo serÃa?
--Un libro de esos a los que uno siempre quiere volver. Tener arriba de la mesita de luz y abrir en cualquier parte. Como un libro-biblia pero mejor. Uno de esos que después de leer podés respirar hondo y seguir creyendo. Te voy a hacer uno para tu cumple. Te lo voy a mando por correo.
Vi, en ese momento, como la libretita se iba armando delante de él como si fuera un dibujo animado casero.
Entre esta conversación y la llegada del paquete transcurrieron dos meses. En el medio hubo algunas cartas que hablaban de cómo estaba haciendo la libretita. Creo que nunca supe si le iba bien en la Secu o qué pensaba hacer después de que la terminara. Nuestras cartas iban y venÃan entre "cosas de chicos".
La libretita, un minicuaderno forrado con imágenes de un pintor, toda escrita a mano. En una letra imprenta y minúscula que reclamaba presencia. Adentro, alternaban frases de escritores que comencé a leer después de que DarÃo, casi como en una fiesta familiar, me los presentara en la calidez del desconocido que nos deja confiar. Los textos se cruzaban con una selección de imágenes. Personas leyendo en ciertos lugares. El habÃa guardado en su memoria algo que yo le habÃa dicho: "Me parece que son tiernas las personas que intentan leer en todas partes pese a todo y a todos".
La minilibretita, una recopilación de momentos cotidianos de la ternura. AllÃ, en la cola del Super, una niña le confiesa a su padre que lo ama. Un anciano charla con su esposa invisible en la parada del colectivo; los restos de un florista hacen ver la finitud de las cosas; un viaje en bicicleta de su casa al Uritorco ayuda a saber que todos tenemos formas indecibles de amar. La ternura como un objeto de arte privado de toda repetición mercantil. La ternura cifrada en un "libro-biblia" que alerta sobre el sentido de las cosas inútiles.
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