A Leopoldo
CorrÃa el 197... Yo y el cabezón estábamos organizando una casa de pensión. Su hermano, que militaba en una de las organizaciones juveniles, fue secuestrado y torturado en una siniestra casa de Funes, hasta que decidieron soltarlo. Rápidamente llamó al cabezón y estuvieron en mi casa. Él me preguntó, balbuceando por los efectos residuales de la picana, si yo podÃa avisarle a un tal Tato... Dije que sÃ, pero mi padre se interpuso alegando que él resultarÃa menos sospechoso. Al mediodÃa siguiente, mi padre se dirigió a la casa del tal Tato y le dijo que se tenÃa que ir, que era cuestión de vida o muerte, que en cualquier momento lo irÃan a buscar... Propio de la época, nuestros dÃas sucesivos siguieron como si nada, tratando de olvidar el asunto tras los avatares de la banalidad cotidiana y en la medida en que el entorno personal lo permitÃa... La amistad alentaba la creencia de que las relaciones humanas sobrepasan las limitaciones, las contradicciones de la existencia y la persistente demolición del tiempo, pero en nuestro caso desalentamos esa creencia y por distintas razones dejamos de vernos.
Por la asidua lectura de Kant y de Kierkegaard, yo me empeñaba en eliminar una imagen que solÃa difundir para ser aceptado y creà que mi recorrido depararÃa satisfacción inmediata a mi propósito. Lamentablemente no fue asÃ, los caminos de la vida son inescrutables y lo cierto es que "mal de muchos, consuelo de tontos" suele servir para comprender que el fundamento de la naturaleza humana, siempre acarrea una cierta insatisfacción. Yo no me consolaba pero, al comprender que la comparación posibilita el conocimiento de la cualidad, acepté que estaba incapacitado de alcanzar alguna propiedad, fuera de la lectura que dotaba de un rasgo evanescente a mis vivencias. Cada noche me sumÃa en el sueño divagando con Héctor o Lord Jim, Johannes Dahlmann o el increÃble viajero de El otro cielo. Por supuesto, muchas veces me tocaba despertar abruptamente, siempre ante la ineludible certeza de haberme excluido, borrado de las decisiones fundamentales y cayendo en cuenta de que me habÃan dispensado. Llegué a pensar que la raÃz de mi apellido me llevaba a la afirmación de que, acorde al budismo Zen, la vida era ilusión y que la muerte era una abstracción que debÃa ser desalojada. Probablemente, sólo era que no querÃa o no podÃa pensar en eso, asà que, como cualquiera, hice muchas cosas tratando de encontrar mi lugar en el mundo, hasta el dÃa en que murió mi padre. La última imagen que tuve de él fue en un espejo en el que me estaba mirando y lo vi alejarse. Estaba enfermo y me habÃa dicho: Cada mañana cuando me levanto y veo el sol, me digo: un dÃa más. Recordé a Dimitri Karamasov en sus dÃas de cárcel... Recordé que mi madre, también habÃa dicho funestamente: un dÃa más, significando contrariamente un dÃa menos... Su férrea certidumbre desalojaba a lo real y las palabras se desvanecÃan ante la realidad, que se torna inmutable frente a lo que pensamos de ella... En fin, pasaron muchas cosas y también algunos años. Hasta que un dÃa, por diversas cuestiones que no viene al caso detallar y por las causas del azar, fui hasta una dependencia del gobierno, en Buenos Aires, a hablar justamente con Tato, quien tal vez podÃa solucionar una cuestión relacionada con un viaje que realizábamos a Marruecos, a un Congreso de EstadÃstica, donde mi mujer era expositora. Me atendió, por atención de quien me recomendaba, sin poder solucionar lo que le pedÃa. Estaba por irme, cuando decidà decirle: Vos te tuviste que ir del paÃs hace mucho tiempo... Me miró, con un gesto de molestia, sin responderme. Y agregué: Te lo digo, porque una persona te fue a avisar y esa persona era mi padre. Su expresión cambió de inmediato. Después de un momento y una breve vacilación: Esperá, me dijo, por favor sentate. Contame... SÃ, repetÃ, la persona que te fue a avisar, era mi padre. Se quedó unos instantes en silencio y luego dijo, como arribando a un recuerdo muy lejano: TodavÃa lo veo, apenas entró en mi oficina, me señaló con el dedo y me dijo, la información viene de adentro, te tenés que ir ya mismo... Tuvo que repetirlo, yo no salÃa de mi asombro y de mi temor. Hice mis cosas y con mi familia me fui ese mismo dÃa. A la noche, quemaron mi estudio y mataron a mi socio... Hizo una pausa y luego me preguntó: ¿Cómo es tu apellido? Se lo repetÃ. Yo nacà tal dÃa, me dijo, pero festejo mi cumpleaños cada 7 de Julio... solÃamos levantar una copa y brindar por el hombre anónimo que me salvó la vida. Ahora sabré su nombre. Leopoldo, dije. Después agregó, Flaco, si hubieras venido antes, te podrÃa haber ayudado... pero, bueno, veré que puedo hacer. Le dije que no tenÃa importancia. De ningún modo se lo hubiera permitido, porque habrÃa rebajado la dignidad y el don de mi padre a un mero intercambio y la verdad es que en ese momento me sentà poseÃdo por una suerte de Ãntima soberbia, saber que estaba allà para dar cuenta de un don. lo demás no me importaba. HabÃa buscado, merodeando en mà mismo, sin percatarme de que la vida misma se encargaba de asignarme un lugar y todo lo demás era un regalo. Me fui con la convicción de ser para siempre un mensajero al que le encomiendan dejar un testimonio.
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