Recordó a su amiga en su maternidad. La vio enjugando a su bebé, haciéndole una vincha con las manos para que el champú no le picara en los ojos. Quiso que alguien le lavara la cabeza con el mismo cuidado, recogiéndole el pelo, mezclando el agua para que no se quemara. Con la cabeza en la pileta de la cocina veÃa como de su pelo desteñÃa el negro intenso que promocionaba la caja. Escuchó en el murmullo del agua a la Hermana Florencia gritando a las siete de la mañana en el micrófono: "No se pueden pintar el pelo". El agua tibia en su medida de violencia se llevaba el color y los ecos de esa adolescencia siempre en falta. Sintió que algo le tironeaba el jogging gastado. El gato logró subir clavándole las uñas, rastillándola con una suavidad sostenida. Apenas huele su pelo sale disparado por el amonÃaco. Ciertas mujeres naturalizan los dolores impuestos: la corrosiva tintura, el espesor ardiente de la cera.
El agua hace presión en su cabeza. Vienen a ella las hilachas de agua frÃa con la que se bañaba en la casa de ese con el que dormÃa pero no eran novios. Por oposición, también le llega una fotografÃa nÃtida: él en los baños en suite. Ese que sà habÃa sido su novio. El que tenÃa un caserón enorme en la esquina de un pasaje que comenzó a existir para ella cuando lo conoció a él, en la Feria de Ciencias. Supo desde el primer dÃa que no funcionarÃa. Hay personas que cuando se juntan, se comportan como ciertos fenómenos quÃmicos. Uno puede experimentar, desafiar y contraponer la ciencia a las emociones pero sabiendo que aún asÃ, hay sólo una solución posible. Lo habÃa encontrado en la calle hacÃa poco. HabÃa terminado en la UCA y creÃa que "habÃa que matarlos a todos". Hubiese querido combinar con la ducha de las que se despegaban hilachas de agua, pero combinar es un hecho fortuito. El amor es un juego de gente que anda dÃa y de noche, encontrándose o desencontrándose, como dice Villafañe.
Se terminó de enjuagar. Era casi la hora. Se ató el pelo y agarró la mochila. Recién habÃa comenzado el otoño pero afuera se sentÃa con fuerza. Buscó la tarjeta de colectivo que nunca estaba en el mismo lado. En la parada habÃa una nena. Una mujer joven le ajustaba una de las dos colitas. Ella se hacÃa a un costado evitando el tirón mientras mirándole el pelo mojado que le rozaba la bufanda, la amonestaba. Le vibró el teléfono. Era él.
Del árbol raquÃtico se soltaban las primeras hojas. Un hilo de luz casi apagado cruzaba las ramas y cortaba a ella, a la niña y a la mujer en una postal en dos partes asimétricas. El resto de sol le caÃa sobre el rodete. "Amarte es esto:/ una palabra que está por decir/ un arbolito sin hojas/ que da sol". No le importó cambiar el verso final de Gelman. Espero que la niña no fuera curiosa, que no preguntara inoportunamente qué era amar. Repitió en silencio "Amarte es esto". Improvisó para sà misma una respuesta que no tenÃa sin sentido. El amor es ese algo que no tiene referencia en la palabra. ¿Cómo se dice cuánto se ama, cómo se ama? ¿Cómo es amar a alguien? El amor como un sustantivo abstracto mal clasificado. El más común de todos, aquel que explota los sentidos, el cuerpo.
HacÃa trece años que no se veÃan. El la habÃa localizado por facebook. HabÃan intercambiado una serie de mensajes en los que se habÃan puesto al dÃa. No habÃa motivo para verse. Deseaban verse. Saber que podÃan reconocerse. Demostrarse que el tiempo, no habÃa pasado entre ellos.
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