--Mis viejos nunca se casaron.
--¿Y entonces esto de quién es?
--Y yo qué sé.
--Parece viejo, está amarillo. ¿Será de tu tÃa?
--¿Y qué va a hacer algo de mi tÃa acá?
--¿Estas cosas no se regalan? ¿No se la da la novia a las amigas?
--Mi tÃa y mi vieja no eran amigas.
--¿Qué hago?
--Tiralo a la mierda, Carlos. Sea de mi tÃa o peor, de mi vieja, me importa un carajo. Mirá la parva de cosas que tenemos que ver qué hacemos. No terminamos más. Tanta basura acumulada por años.
***
Nosotros nunca nos casamos. Nunca me importó, hasta aquel dÃa. Bah, no sé si no me importaba. No pensaba. Quedé embarazada de él y se vino a vivir a casa, con mis padres, mis hermanas. Asà vivÃamos. Yo no me preguntaba cosas. Después llegaron dos hijos más. No sé si hubiera querido casarme, igual. Ni sé si querÃa tener hijos. No sé por qué la vida me pasaba asÃ, sin saber nada. Fue asà por mucho tiempo. Después del nacimiento del más chico conseguà trabajo en el hotel Paradise, era mucama. Y ahà pudimos alquilarnos una casita. Me sentà feliz los primeros dÃas. El hotel era un lugar tan lindo. Los pasillos alfombrados. Los espacios amplios. El silencio o la música funcional. Las luces. Y mi uniforme, blanco y gris. TenÃamos que armar cada habitación en diez minutos. Diez minutos. Lo pude hacer enseguida. Era mi orgullo: diez minutos, habitación impecable. Al poco tiempo, estaba ascendida: tenÃa que hacer las suites, último piso. Más grandes. Y ahà también: diez minutos, habitación terminada. AsÃ, hasta que una mañana pasó esto: entré a un cuarto por error. La pareja debÃa haberse marchado antes de las diez pero no. Lo supe de inmediato porque desde la entrada vi el vestido sobre la alfombra. Un vestido blanco, de novia. Y los zapatos. De él y de ella. Quedé de piedra. Tuve una visión, una visión horrible: la de las cosas que nunca iban a ser mÃas. Ya lo iba viendo, en el hotel: alfombras, cuadros, flores, cortinas; y en sus huéspedes: joyas, zapatos, vestidos, autos. Pero no me importaba eso. Ahà me di cuenta de que no me importaba porque lo que vi esta vez sà me importó. Vestido blanco, noche de bodas, amor, deseo. Sentà envidia. Sentà bronca. Odié a José y a su imposibilidad de ofrecerme nada. Me sentà una idiota: diez minutos ? una habitación. Quise otra cosa. Quise escapar. Pero me quedé asÃ, en el cuarto en penumbras, unos minutos, que fueron muchos menos de diez. Desde donde estaba, no podÃa ver a la pareja dormida. Pero querÃa hacerlo. Caminé unos pasos y entonces ahÃ, en el suelo, vi la liga, blanca, resplandeciente. No lo dudé. La tomé y huÃ. La estrujé en el fondo de mi bolsillo con mi mano húmeda. Sufrà el resto del dÃa ante la idea de ser descubierta. Ellos ni lo advirtieron o no dijeron nada. Se fueron a las horas. Y yo me fui a mi casa. Guardé la liga en un cajón con cosas que no podÃan interesar a nadie. Esa misma noche pensé en cambiar de vida. Sentà vértigo porque supe que lo estaba pensando de verdad y que no dejarÃa de pensarlo hasta que lo hiciera. TodavÃa era tan joven.
***
Carlos observa el objeto un momento, lo estira entre sus dedos. Piensa que debe ser paciente, que vaciar esa casa debe ser para su esposa una tarea desagradable, que no hay recuerdos gratos cuando tu padre se termina de morir en un geriátrico y tu madre te abandonó a los tres años. Finalmente arroja la liga dentro de la enorme bolsa de nylon negra.
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*La autora es integrante del Taller de lectura y escritura creativa de Jauss Espacio de Arte, Rafaela, coordinado por Dahiana Belfiori.
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