Uno: Me impresiona escucharte. Me decÃs que vos entendés que sos de los que pueden considerarse privilegiados porque tenés casa, un laburo y pensás este fin de semana ir al cine con la familia. Todo un lujo. Pero me decÃs que estás harto de pensar de esa manera para ocultarte el resto. Es el triste conformismo burgués que ni alcanza a consuelo de tontos. Nada. Ni siquiera mal de muchos. Es consuelo de cobardes.
Tengo cuarenta, me decÃs revolviendo el azúcar que llueve en el cortado. Y te reÃs. Es cierto que vas a extrañar el cortado del Bar Blanco, que es el mejor del mundo, me aclarás como si no me lo hubieras dicho desde hace treinta y cinco años imitando a tu viejo. Nos conocemos desde que empezamos a entender las cosas.
Y ahora me venÃs con que no tenés más ganas. Que te hartaron. Que te creÃste que con la Constitución se comÃa y que las botas se enterraban definitivamente. Compraste en pesos, australes, nuevos pesos, apostaste al Patacón porque el dólar pierde, le sacaste cifras a los billetes, dos, tres, cinco ceros, no viajaste a Miami porque no era el modo ni compraste dos televisores en Puerto Stroessner. Votaste por el cambio, lo viste renunciar al progre, tuviste insomnio con cinco presidentes y ahora lo ves al que dice que estamos saliendo del infierno.
Tengo cuarenta. Y soy de los privilegiados. Me importa nada. No me lo pienso bancar una vez más.
Dos: Hasta hoy, me decÃas el viernes, no renunció nadie. No me jodas con que esperan el fin de semana para amortiguar el costo polÃtico. Costo polÃtico. ¿Cuánto cuesta en la polÃtica la muerte de un cristiano? Silencio. Seguro que alguien deberá buscar en las tablas de los jueces y pensará si un tipo de cuarenta años, con dos hijas adolescentes es más o menos caro que otro. Apenas un maestro, formación media, sin grandes expectativas para hacer dinero. Asà se piensa. Asà se indemniza. ¿Cuánto? ¿Cien mil? ¿Ciento cincuenta mil? Ese es el costo jurÃdico. ¿Y el polÃtico? ¿Una candidatura, una esperanza de reelección? Costo polÃtico. Es viernes, me dijiste ese dÃa, y no hay ni una renuncia. El gobernador se disfraza de policÃa para salir de la casa que alquila como eventual representante de la gente. Aunque él se la crea propia. Antes disfrazó con hipocresÃa sus nada de ganas de decir lo que deberÃa. Señores. Mi conciencia y mi carrera polÃtica no toleran tener en su haber un muerto. Renuncio. Pido disculpas, aunque sean ociosas, y renuncio. Que la Justicia me juzgue. Y que ustedes, los ciudadanos, me califiquen. Perdón. Eso esperé escuchar. Tengo cuarenta, me dijiste. Y ya escuché mucho. Mataron a un maestro. Por la espalda. Eso quise escuchar. Y no ese disfraz triste de especulación para achicar el costo polÃtico. También quise escuchar más. Soy el Presidente. Hace una hora mataron a un maestro que manifestaba por su sueldo. No sé quién tendrá la responsabilidad final del hecho. Sólo quiero decir que como integrante de la clase dirigente de esta nación siento que algo no hemos hecho bien, nosotros, para que esto pueda haber pasado en nuestro paÃs. Pido disculpas. Pido perdón. Pido justicia y voy a pelear para que eso suceda. Van más de 30 horas de la muerte y apenas escucho chicanas partidarias. El costo polÃtico.
¿Sabés una cosa?, me dijiste. He descubierto que el costo polÃtico tiene reglas fÃsicas distintas. Ni Newton, ni Einstein ni Borg. Distinto. Carlos, el maestro muerto, no murió. Está en una especie de letargo del limbo en el que permanecerá hasta que ellos decidan cómo asumen las consecuencias. Mientras tanto, Carlos, el maestro, no está muerto.
Ahora pienso yo. Mientras te sigo pensando a vos. Estamos en Pascuas. Pensaba que por horas, Fuentealba no murió el mismo dÃa que tantos y tantos creen que Cristo fue crucificado. El revolucionario hombre que querÃa que amásemos a los otros, pero como a nosotros mismos, no con un amor de segunda, distinto, sino con el mismo amor que nos tenemos a nosotros, también murió. Jesús resucitó. Al tercer dÃa. Un dÃa como en el que estás leyendo esto. Carlos no va a resucitar. Siento que hay que aclararlo. Al menos que pudiera no ser en vano.
Me cansé, hermano, me cansé, me dijiste. Me cansé hasta de la pregunta idiota del que dice que no es entendible el paro del lunes porque lo único que hace es dejar a los chicos sin clases. ¿Cuántas muertes ameritan un paro? Me cansé. Y te vi con un cansancio insoportable. La violencia expresa la calidad de una sociedad. El tango, el idioma, su poesÃa y sus notables expresan a un paÃs. Pero la violencia también. La violencia expresa a nuestra sociedad. La violencia y la muerte de un maestro nos pintan de cuerpo entero.
Tres: ¿Podés leer? Y leo. El Instituto de BiologÃa Celular y Molecular de Rosario (IBR) uno de los centros cientÃficos de excelencia con que cuenta el paÃs, con más de 200 investigadores, becarios y personal de apoyo, y tres millones de dólares en equipamiento se inunda continuamente, cada vez que llueve mucho, desde hace 17 años. Ocurre que el IBR funciona en un sótano de la Facultad de BioquÃmica y Farmacia de la Universidad Nacional de Rosario en el que ingresan las aguas cloacales cada vez que hay lluvias intensas. Te miro. Me contás que el laboratorio lo dirige Diego De Mendoza y que cuenta con cientÃficos que reciben todo el tiempo invitaciones para irse al exterior. Hay tres de ellos que son scholars del Instituto Médico Howard Hughes, y que son el segundo instituto argentino, después de la Fundación Leloir, por el número de scholars. Y se inundan de lÃquidos cloacales cada vez que llueve mucho. Es en un sótano en la calle Suipacha, a la vuelta del Centenario.
Y esto es algo más. Algo que ni se lee en tapa. Algo que vos y yo, todos, nos vamos a olvidar. ¿Querés que te enumere tantos y tantos otros? Silencio. Te vuelvo a ver ese cansancio insoportable.
Cuatro: Sé que es injusto hermano. Te lo dije. Que luzco de los privilegiados de estas pampas, que no me va tan mal, que hay tanto otro dolor. Pero ¿sabés que pasa? Que no tengo pasta de héroe. Y peor: no creo que nadie tenga derecho a pedirme que la tenga. Exigime que sea honesto, que sea generoso, que trate de ser menos egoÃsta y me preocupe también por los demás. Pero que esto sea "también". No "solamente". Y esta semana sentÃ, desde el escozor de mi interior, que me iban a pedir que me ocupara, otra vez, de todos antes que de mÃ. Tengo cuarenta, hermano. Hay bastante por hacer pero no muchÃsimo. Tengo mucho por dar, pero no la mayorÃa. Ya pasé, te lo dije, por la Argentina potencia, la tercera revolución del tercer movimiento, la revolución productiva y el se puede de una alianza vergonzosa. ¿Cuánto más? ¿Qué lÃmite hay a la hora de firma un nuevo contrato de hipoteca vital?
Siento que nada cambia, hermano. Siento que jugamos con el mismo fuego convencidos de que hemos inventado un moderno amianto que sólo existe en nuestra imaginación petulante. La imaginación argentina. No me pidas que lo entienda, que los entienda ni que te entienda. Porque no me entiendo. Porque estoy cansado. Muchos menos espero un milagro. AlcanzarÃa con un par de gestos dignos. Dignos. Silencio.
Te vuelvo a ver ese cansancio insoportable.
[email protected]© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.