Nos levantábamos cuando las gallinas echaban el primer cacareo y don Cortiña alborotaba el patio anunciando que habÃa traÃdo el pedido del almacén.
Desde la noche anterior ya estaba todo preparado. Las cañitas mojarreras, la bolsita con pan duro, un puñado de lombrices, el mate, la yerba y el tarro de durazno al natural vacÃo al que le habÃan aplanado prolijamente el borde para poder tomar o calentar agua.
Era cuestión de levantar las cosas en un abrir y cerrar de ojos y echar a andar calle abajo hacia el rÃo. No me alcanzaban los pies para seguirle el paso a mi padre. Yo con las "Boyero" rojas, él con las chancletas que hacÃa recortándole la puntera y los costados a algún par de zapatos viejos.
Bordeábamos el puerto, hacÃamos unas cinco o seis cuadras más sobre la costa y ahà estaba la canoa meciéndose sobre el agua como una mariposa. ╔l acomodaba los bártulos dentro de ella, me alzaba en el aire, se metÃa en el rÃo hasta la cintura para empujarla y después se subÃa de un salto. Mi padre me enseñó a remar. "No hay que golpear el agua, decÃa. El remo debe ser como una cuchilla que corta el agua sin chasquearla y lo que se escuche debe ser sólo un murmullo".
Asà andábamos de sol a luna sobre el lomo del rÃo. Apenas con un sombrerito yo. El con su rancho de paja. Para la piel, de vez en cuando un poco de aceite. No existÃa el agujero de ozono o si ya estaba no lo sabÃamos. En ese tiempo el sol era bueno y prevenÃa las enfermedades del invierno.
Asà recorrÃamos el curso calmo del rÃo; de orilla en orilla juntando conchillas, urgando las cuevas de las anguilas que ya no están, de sombra en sombra oyendo el canto de los pájaros que han acallado.
Ese era mi rÃo. RÃo Uruguay de arenas blancas y aguas cristalinas que se dejaba beber sin temores ni prejuicio. "Tome tranquila m┤hija que esta es agua bendita"y yo le creÃa y hundÃa el tarrito para llenarlo cuantas veces sintiera sed.
Y era tal su transparencia que se podÃan ver los cardúmenes de peces jugueteando alrededor de la canoa. Y era tal su mansedumbre que nunca faltaban los patos siguiendo el camino de miguitas que yo les tiraba en la superficie.
Qué te han hecho ya, viejo rÃo. Qué siniestros proyectos amenazan tu curso milenario. RÃo manso de aguas bondadosas que viste crecer sanos y fuertes gurices amamantados con mieles ruanas y diste de tu vientre de agua alimento a los isleños de tus orillas.
Quieren oscurecerte la piel y enturbiarte el alma. Quieren ensuciar tu caricia orillera con la baba de la codicia. Por eso alzo mi voz y ruego a las mujeres y hombres de mi tierra que también la alcen para acompañar tu canto que es una queja rumorosa.
Adriana B. Nardone
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.