Cuando el tercer hijo de Graciela Acosta, César José Vicente, se fue con otros adolescentes hasta el supermercado La Gallega de Villa Gobernador Gálvez para ver qué pasaba, nunca se le hubiese ocurrido que la represión desatada en el medio de la protesta social del 19 de diciembre de 2001, terminarÃa con el asesinato de su madre. Tampoco que lo llevarÃa a tomar las decisiones más fuertes de sus cortos 15 años: irse del grupo familiar, decidir vivir en situación de calle y no en cualquier sitio, sino en el parque a la Bandera, en diagonal al Monumento, un poco hacia atrás de la oficina del Ente TurÃstico Rosario. Nunca nadie lo encontró -a excepción de sus hermanos, sobre todo José y Marcelo que recurrentemente lo buscan o su tÃa Alejandra , es decir, nadie del estado criminal que gobernaba Carlos A. Reutemann y nadie de ahà en adelante.
Cuando César decidió -si es que pudo hacerlo , que nunca más querÃa una casa, o una habitación, no esperaba nada. No habÃa en él ninguna expectativa, ni siquiera se formalizaba un pensamiento acerca de que el dar con su paradero, brindarle contención y asistencia para saber qué diablos hacer con la angustia, se fuera a convertir en una polÃtica de Estado. ¿De qué Estado? ¿De la misma estructura represiva, irresponsable, indiferente, soberbia, cobarde, impune, temerosa y mediocre que habÃa matado a su madre y los habÃa dejado abandonados? ¿Por qué habrÃa de hacerlo si como sus 6 hermanos huérfanos también quedaron otros chicos, algunos más chiquitos? No, no se fue para que lo fueran a buscar, hasta dejó un niño suyo en la tierra de Pedro González, también sin madre porque a esa chica de su edad, con la que estaba, la mató un caballo.
¡Qué verano para el fin del 2010! A las cuatro de la tarde la sombra de los árboles del parque no alcanza para dar alivio. Casi no se puede respirar. Y entonces, ¿por qué está acostado y tapado? Ni él sabe, o a lo mejor sà y es para que, en un descuido, no le saquen esa manta y algunas cosas más, sus palos de malabarista por ejemplo. Unos dÃas atrás mientras esa mezcla de sueño y sopor le traÃa calma, alguien le llevó la mochila, se la quemó y la dejó atrás del Galpón 13, sobre la costa del rÃo. Asà perdió las últimas artesanÃas que habÃa hecho y que después dirá que no puede mostrar. César estuvo casi monosilábico por más de una hora y media. En esa mochila habÃa trabajos en semilla, en cuero y en madera.
Los cinco jóvenes, entre veinte, y veinte y tantos años, están tirados sobre el pasto. Los perros también y ahà está la certeza de que José está entre ellos. Cuando César llegó al parque dijo que se llamaba José y asà quedó. Lo llaman por el diminutivo y cuando alguien habla de él la referencia indispensable es hacia "el que anda con los perros". Uno de los chicos, en un largo bostezo levanta la cabeza y señala quién es José. Es el que se destapa, de cabello largo, ensortijado, renegrido. Es bajo, delgado y tiene una pequeña barba. Está descalzo, con un pantalón marrón clarito tipo "ropa de trabajo", arremangado hasta cerca de la rodilla, raÃdo, y una camiseta de acetato con los colores de Central Córdoba. Después dirá que es su cuadro favorito. Se levanta y enseguida se calza un gorro tejido de varios colores, verde, anaranjado, alguna guarda negra.
"Me dijeron que hace tres dÃas que me está buscando". Yo estaba por acá, siempre estoy por acá, hasta que algunas veces me voy de viaje?. Unos pocos metros más allá del lugar de la siesta quedaron los restos de una construcción en material que servirá de asiento. César Acosta aparece amable, habla pausado, casi todo el tiempo fija la vista en el rÃo que le gusta tanto. Recuerda algunos de los casos del Diciembre Trágico como el de Yanina GarcÃa y no tiene muy presente que Rosario/12 lo entrevistó a sus 16 -ahora tiene 24-, cuando estaba con uno de sus hermanos en la zona del FONAVI de Villa Gobernador Gálvez que habitaron con su madre y que un tÃo suyo habÃa puesto a la venta. Ese dÃa estaba con uno de sus hermanos, pero él prácticamente no abrió la boca. Algún sà o no, ciertos movimientos de cabeza, nada más. Ya se notaba, también lo decÃa Mónica Cabrera, la vecina y amiga de su madre y la principal testigo en el asesinato de Graciela, que César era quien se veÃa más vulnerable, que casi no hablaba, que le costaba expresarse.
Ahora, como entonces, no habló de su madre. En todo caso siempre fue su tÃa Alejandra Ferreyra la que dio algunas pistas. "Nadie sabe cómo hacerle entender que él no es culpable de la muerte de Graciela", dijo la mujer.
¿Por qué este lugar para vivir?
Porque es lo más lindo que hay, dice con el Ãndice hacia el rÃo. Anduve por otros lugares de la ciudad, Rosario es linda y la primera vez que me trajeron aquà vine a comer un guiso y me quedé. Ya no me fui más, hace seis años. Ahora no quiero una casa ni una pieza. Unos dÃas atrás vinieron mis hermanos, ellos me dicen que vaya con ellos que tengo un lugar pero no, yo ya no quiero encerrarme, tener una habitación. ¿Si los veo? No, sólo cuando ellos vienen. A Carla la más chica la vi hace como un año o más, está con su padre; Katriel está con Alejandra; Joana que tiene 17 ya tiene tres hijos, pero ella está bien, el marido es albañil; después viene Marcelo que ya está en pareja y vive para el lado del cementerio de Villa Gobernador Gálvez, el que me sigue a mÃ, José, y el más grande Rubén, somos hermanos por parte de madre.
¿Y antes de estar en la calle qué pasó?
A la escuela fui hasta séptimo y no quise seguir. Trabajé como albañil. Tuve un hijo pero cuando murió la mamá, la mató un caballo, mis suegros no me dejaron verlo más, aunque yo iba a visitarlo al jardÃn. Ahora hace como un año que no voy.
¿Cómo es hacer malabarismo? ¿Participaste en el encuentro que organizó la Municipalidad hace poco?
Y se hacen unas monedas, un poco más los fines de semana. De lunes a viernes pesco, ayer saqué un armado y un dorado. Después los hice fritos allá, atrás del galpón.
José, como se lo conoce, se levanta del tapial y trae los elementos que utiliza para malabarear, es un caño liviano forrado y dos pallillos de baterÃa. Enseguida hace una muestra de la destreza que despliega, por lo común en Buenos Aires y la avenida Belgrano. Se le nota un cierto regocijo cuando se alaba, justamente, esa destreza.
La conversación vuelve hacia sus hermanos, se pone un poco más serio. A modo de confesión dice: "Hace unos meses me colgué de un árbol -él habla de bastante tiempo atrás, su tÃa dice que fue para el DÃa de la Madre , me sentÃa cansado de estar asÃ. Me atendieron en el Heca, pero ahora no, no lo hago nunca más. Me gustarÃa aprender a pintar, poder dar los colores del rÃo, de los árboles".
Entre cada una de las ideas que César desgrana median profundos silencios. Tiene ojos oscuros y una mirada que guarda mucho. Le gusta algo del folklore y también del rock. Cuando hay festivales se acerca al Galpón 11 a cuidar autos y asà poder escuchar. Nunca alcanza a ver.
"Estuve en pareja con una chica, ella era punk y un poco bardera. No fue más. Casi siempre estoy solo. Me gusta compartir un guiso con los amigos pero después ya está, prefiero quedarme solo. Viaje un poco, me gusta Eldorado porque hay muy buenas semillas para las artesanÃas. Los perros lo siguen, busca en los contenedores algunos restos para darles de comer y ahora espera que una perra jovencita, preñada, tenga su crÃa. Entonces, piensa en irse hacia el sur, ya que tiene un amigo en BahÃa Blanca que lo espera. También mira la calesita cercana al ETUR: "Estuve pensando en decirle al encargado que yo puedo cuidársela, abrirla para que los chicos la disfruten. Espero que en el nuevo año algo cambie, que haya algo de trabajo, pero siempre en la calle".
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