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Domingo, 26 de diciembre de 2010

SOCIEDAD › EL HIJO DE GRACIELA ACOSTA, ASESINADA EL 19 DE DICIEMBRE DE 2001, VIVE EN LA CALLE

César, la víctima invisible de aquel trágico diciembre

César José Vicente tiene 24 años, sobrevive de los malabares que realiza en la zona del Monumento, desdeña cualquier proyecto de vivienda, y no puede reponerse de la muerte de su madre en la represión estatal. Sólo tiene contacto con una tía y sus hermanos. El Día de la Madre intentó terminar con su vida. El estado no se hizo cargo de las consecuencias de su violencia.

 Por Alicia Simeoni

Cuando el tercer hijo de Graciela Acosta, César José Vicente, se fue con otros adolescentes hasta el supermercado La Gallega de Villa Gobernador Gálvez para ver qué pasaba, nunca se le hubiese ocurrido que la represión desatada en el medio de la protesta social del 19 de diciembre de 2001, terminaría con el asesinato de su madre. Tampoco que lo llevaría a tomar las decisiones más fuertes de sus cortos 15 años: irse del grupo familiar, decidir vivir en situación de calle y no en cualquier sitio, sino en el parque a la Bandera, en diagonal al Monumento, un poco hacia atrás de la oficina del Ente Turístico Rosario. Nunca nadie lo encontró -a excepción de sus hermanos, sobre todo José y Marcelo que recurrentemente lo buscan o su tía Alejandra , es decir, nadie del estado criminal que gobernaba Carlos A. Reutemann y nadie de ahí en adelante.

Cuando César decidió -si es que pudo hacerlo , que nunca más quería una casa, o una habitación, no esperaba nada. No había en él ninguna expectativa, ni siquiera se formalizaba un pensamiento acerca de que el dar con su paradero, brindarle contención y asistencia para saber qué diablos hacer con la angustia, se fuera a convertir en una política de Estado. ¿De qué Estado? ¿De la misma estructura represiva, irresponsable, indiferente, soberbia, cobarde, impune, temerosa y mediocre que había matado a su madre y los había dejado abandonados? ¿Por qué habría de hacerlo si como sus 6 hermanos huérfanos también quedaron otros chicos, algunos más chiquitos? No, no se fue para que lo fueran a buscar, hasta dejó un niño suyo en la tierra de Pedro González, también sin madre porque a esa chica de su edad, con la que estaba, la mató un caballo.

¡Qué verano para el fin del 2010! A las cuatro de la tarde la sombra de los árboles del parque no alcanza para dar alivio. Casi no se puede respirar. Y entonces, ¿por qué está acostado y tapado? Ni él sabe, o a lo mejor sí y es para que, en un descuido, no le saquen esa manta y algunas cosas más, sus palos de malabarista por ejemplo. Unos días atrás mientras esa mezcla de sueño y sopor le traía calma, alguien le llevó la mochila, se la quemó y la dejó atrás del Galpón 13, sobre la costa del río. Así perdió las últimas artesanías que había hecho y que después dirá que no puede mostrar. César estuvo casi monosilábico por más de una hora y media. En esa mochila había trabajos en semilla, en cuero y en madera.

Los cinco jóvenes, entre veinte, y veinte y tantos años, están tirados sobre el pasto. Los perros también y ahí está la certeza de que José está entre ellos. Cuando César llegó al parque dijo que se llamaba José y así quedó. Lo llaman por el diminutivo y cuando alguien habla de él la referencia indispensable es hacia "el que anda con los perros". Uno de los chicos, en un largo bostezo levanta la cabeza y señala quién es José. Es el que se destapa, de cabello largo, ensortijado, renegrido. Es bajo, delgado y tiene una pequeña barba. Está descalzo, con un pantalón marrón clarito tipo "ropa de trabajo", arremangado hasta cerca de la rodilla, raído, y una camiseta de acetato con los colores de Central Córdoba. Después dirá que es su cuadro favorito. Se levanta y enseguida se calza un gorro tejido de varios colores, verde, anaranjado, alguna guarda negra.

"Me dijeron que hace tres días que me está buscando". Yo estaba por acá, siempre estoy por acá, hasta que algunas veces me voy de viaje?. Unos pocos metros más allá del lugar de la siesta quedaron los restos de una construcción en material que servirá de asiento. César Acosta aparece amable, habla pausado, casi todo el tiempo fija la vista en el río que le gusta tanto. Recuerda algunos de los casos del Diciembre Trágico como el de Yanina García y no tiene muy presente que Rosario/12 lo entrevistó a sus 16 -ahora tiene 24-, cuando estaba con uno de sus hermanos en la zona del FONAVI de Villa Gobernador Gálvez que habitaron con su madre y que un tío suyo había puesto a la venta. Ese día estaba con uno de sus hermanos, pero él prácticamente no abrió la boca. Algún sí o no, ciertos movimientos de cabeza, nada más. Ya se notaba, también lo decía Mónica Cabrera, la vecina y amiga de su madre y la principal testigo en el asesinato de Graciela, que César era quien se veía más vulnerable, que casi no hablaba, que le costaba expresarse.

Ahora, como entonces, no habló de su madre. En todo caso siempre fue su tía Alejandra Ferreyra la que dio algunas pistas. "Nadie sabe cómo hacerle entender que él no es culpable de la muerte de Graciela", dijo la mujer.

¿Por qué este lugar para vivir?

Porque es lo más lindo que hay, dice con el índice hacia el río. Anduve por otros lugares de la ciudad, Rosario es linda y la primera vez que me trajeron aquí vine a comer un guiso y me quedé. Ya no me fui más, hace seis años. Ahora no quiero una casa ni una pieza. Unos días atrás vinieron mis hermanos, ellos me dicen que vaya con ellos que tengo un lugar pero no, yo ya no quiero encerrarme, tener una habitación. ¿Si los veo? No, sólo cuando ellos vienen. A Carla la más chica la vi hace como un año o más, está con su padre; Katriel está con Alejandra; Joana que tiene 17 ya tiene tres hijos, pero ella está bien, el marido es albañil; después viene Marcelo que ya está en pareja y vive para el lado del cementerio de Villa Gobernador Gálvez, el que me sigue a mí, José, y el más grande Rubén, somos hermanos por parte de madre.

¿Y antes de estar en la calle qué pasó?

A la escuela fui hasta séptimo y no quise seguir. Trabajé como albañil. Tuve un hijo pero cuando murió la mamá, la mató un caballo, mis suegros no me dejaron verlo más, aunque yo iba a visitarlo al jardín. Ahora hace como un año que no voy.

¿Cómo es hacer malabarismo? ¿Participaste en el encuentro que organizó la Municipalidad hace poco?

Y se hacen unas monedas, un poco más los fines de semana. De lunes a viernes pesco, ayer saqué un armado y un dorado. Después los hice fritos allá, atrás del galpón.

José, como se lo conoce, se levanta del tapial y trae los elementos que utiliza para malabarear, es un caño liviano forrado y dos pallillos de batería. Enseguida hace una muestra de la destreza que despliega, por lo común en Buenos Aires y la avenida Belgrano. Se le nota un cierto regocijo cuando se alaba, justamente, esa destreza.

La conversación vuelve hacia sus hermanos, se pone un poco más serio. A modo de confesión dice: "Hace unos meses me colgué de un árbol -él habla de bastante tiempo atrás, su tía dice que fue para el Día de la Madre , me sentía cansado de estar así. Me atendieron en el Heca, pero ahora no, no lo hago nunca más. Me gustaría aprender a pintar, poder dar los colores del río, de los árboles".

Entre cada una de las ideas que César desgrana median profundos silencios. Tiene ojos oscuros y una mirada que guarda mucho. Le gusta algo del folklore y también del rock. Cuando hay festivales se acerca al Galpón 11 a cuidar autos y así poder escuchar. Nunca alcanza a ver.

"Estuve en pareja con una chica, ella era punk y un poco bardera. No fue más. Casi siempre estoy solo. Me gusta compartir un guiso con los amigos pero después ya está, prefiero quedarme solo. Viaje un poco, me gusta Eldorado porque hay muy buenas semillas para las artesanías. Los perros lo siguen, busca en los contenedores algunos restos para darles de comer y ahora espera que una perra jovencita, preñada, tenga su cría. Entonces, piensa en irse hacia el sur, ya que tiene un amigo en Bahía Blanca que lo espera. También mira la calesita cercana al ETUR: "Estuve pensando en decirle al encargado que yo puedo cuidársela, abrirla para que los chicos la disfruten. Espero que en el nuevo año algo cambie, que haya algo de trabajo, pero siempre en la calle".

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César saca "algunas monedas" haciendo malabares para los automovilistas que transitan cerca del Monumento a la Bandera.
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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