Pamela tiene 45 y una sonrisa que parece dibujada. Est谩 en pareja con Bety, que acaba de cumplir 36. Se conocieron en Bariloche, en un negocio de venta de chocolates artesanales. Una buscaba bombones y la otra se desmayaba en medio de un tumulto de gente por una hipoglucemia. Pame es bioqu铆mica, pero sus conocimientos de primeros auxilios la hacen sentirse comprometida ante cualquier incidente callejero. Por eso se acerc贸 de inmediato. El desmayo dur贸 poco, Bety pidi贸 desde el suelo un caramelo y pronto intent贸 reincorporarse estirando su mano para recibir ayuda. La primera mano que tom贸 hizo que una especie de energ铆a extrema le recorriera el cuerpo a m谩xima velocidad. Era la mano de Pamela y no la pod铆a soltar.
Pamela se las arregl贸 para dejarle en un papel el nombre del hotel y la habitaci贸n en la que estaba. Esa noche pasaron dos horas hablando por tel茅fono. Se encontraron y durmieron juntas los dos d铆as que les quedaban del paseo. Aunque lo de dormir mucho no lo recuerdan. Desde ese d铆a no se separaron. Hace ya diez a帽os. Recibieron apoyo de muchos y rechazo de otros. Perdieron casi el contacto con sus familias.
Un d铆a de 2006, de manera inesperada, la familia de Bety las empez贸 a invitar a las reuniones familiares. De la pareja no se hablaba, mucho menos de la homosexualidad, pero les dejaban saber, a su modo, que formaban parte. Bah, eso fue hasta el d铆a posterior a la sanci贸n de la ley de matrimonio igualitario. Porque ese d铆a la mam谩 de Bety llam贸 a Pamela al celular. La felicit贸 por el logro de la 鈥渃omunidad鈥 y le dijo que ella y su marido quer铆an invitarlas a cenar.
Lo tomaron como una se帽al. El mismo d铆a de la cena misteriosa deb铆an hacerse el test de embarazo, coronando el cuarto intento de inseminaci贸n. Hab铆an sido los quince d铆as m谩s largos de sus vidas. Fueron las dos rayitas del test las culpables de que la sonrisa de Pamela empezara a convertirse en indeleble.
La cena familiar fue extra帽a. Hablaron de bueyes perdidos, hasta que Bety mencion贸 la nueva ley de matrimonio. Su madre, Margarita, repiti贸 como loro la felicitaci贸n a la 鈥渃omunidad鈥. Y esper贸 alg煤n comentario por parte de las chicas anunciando su casamiento, cosa que nunca lleg贸. Lo que s铆 lleg贸, casi de inmediato, fue el llanto de Margarita. Dijo que por fin iba a poder verlas casadas y por qu茅 no, d谩ndoles un nieto. Oscar, el padre de Bety, no se qued贸 atr谩s y apost贸 a que los nietos fueran m谩s de uno. Pamela y Bety se miraron pasmadas, no pudiendo emitir palabra. El momento del postre transcurri贸 calmo, aunque en una atm贸sfera extra帽a. Cuando estaban juntando los abrigos para irse, Oscar se acerc贸 a Pamela y, en un tono desproporcionadamente compinche, le susurr贸 al o铆do:
鈥擫os nietos, despu茅s del casorio. Vos me entend茅s, 驴no?
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