Lo digo y me lo tatuarÃa con orgullo en mi pecho: soy mercosucix. Si no saben con qué se come eso, lo explico: es un neologismo para denominar a quienes tenemos adicción de revolcarnos por el Mercosur, forma del turismo sexual sudaca que promueve el coito regional y entre hermanxs. Soy unxsur, si lo quieren más comprotedix. Somos fronterizxs, practicamos el sexo de la doble o triple frontera o, si la suerte acompaña, también la cuádruple. Todo es bienvenido en tanto y en cuanto podamos rompernos mutuamente las divisiones polÃticas y geográficas en pos de una cópula colectiva embarrados en el placer de la tierra mancomunada. Digo esto mientras AerolÃneas me aterriza de nuevo en San Pablo, segunda visita del año (en la repetición está el gusto), para ejercer otra vez mi derecho a viajar con el nuevo DNI de indentidades mercosureñas igualitarias que supimos conseguir. Y hablando de documentos, ¿dónde tengo que firmar que lo de San Pablo es fiebre abierta las 24 horas todos los dÃas del año? De Santo este Pablo no tiene ya nada, porque hace rato que entregó la aureola. Señoras, señores y demás derivaciones impensadas como yo, les digo que acá se come de lo lindo, sin cuchillo ni tenedor, se entiende, es como comer pollo con la mano, aunque le digan frango. Y como quien dice San Pablo dice bienal, me fui a la Trigésima edición de la celebérrima exposición; qué mejor que empezar por llenar el paladar de belleza y mandarme derechito a esta Bienal que, gratuitamente, se realiza por estos dÃas en tierra de Dilma. Al entrar, la sensualidad de las curvas arquitectónicas del gran arquitecto Oscar Niemeyer me apretó el ON de entrada, o mejor dicho, me calentó el pabellón de buenas a primeras. Mi metejón por el edificio bienalesco no podÃa ser más monumental, asà que fui derecho para que él mismo me calme el ardor: enfilé para las teteras. Ni en la de caballeros ni en la de damas volaban moscas. No importa, me fui para el lado del arte conceptual para enfriarme, que si no me enfrÃo con eso... De hecho, quedé heladx de tanta mediocridad, que casi me agarro una pulmonÃa. ¿El estado del arte está congelado? Las paredes blancas del lugar parecÃan las de una heladera. Hasta que, según el plano que sirve de hoja de ruta, me doy cuenta de que en el tercer piso estaban las salas prohibidas para 18 y era lo que necesitaba. Y asà fue: ejército de chongos cariocas, en bicicleta, jugando en la playa, culos, vellos, majos desnudos frontales, fotografiados en blanco y negro de alto contraste e impacto por Alair Gomes, esteta homoerótico con ojo para la curva sexy que ni Niemeyer. Y cuando el ardor volvió al cuerpo, cuando la sangre hervÃa, frente a la exposición de Gomes, como su doble experimental, un autorretrato trans de Mark Morrisroe, peluca de cotillón y sensualidad mamarracha, muy drag trash, muy New York, que fue el hilo de Ariadna para ver su laberÃntica muestra, entramado que iba de los ’60 a los ’80 con la brújula puesta en el norte de la superficie pop como artefacto voyeur, con postal de Divine incluida. Estaba en llamas, casi despego como un cohete. No podÃa ver más arte homoerótico porque estallaba. Para evitar la combustión, salà de la Bienal para ventilarme en el parque que la rodeaba, el Ibirapuera: árboles, pastito, sol brazuca, una vuelta a la naturaleza. Lo primero que hice, inocente de mÃ, fue refrescarme en la canilla del primer baño que encontré. Y zas, una loca agazapada en la tetera me agarró in fraganti, y con gesto cómplice me llevó a los yuyos, marcando el camino sensual del paisaje: lo que necesitaba, naturaleza viva. Y entre las hojas de aquellos arbustos, no encontré más que belleza. Oscar Wilde siempre tuvo razón, la naturaleza imita al arte.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.