Hicieron falta una pareja, unos pocos amantes, algunos (no tantos) encuentros ocasionales y casi diez años desde que empecé a tener relaciones con hombres, hasta que encontré a mi primer amor. Todas esas relaciones fueron egoÃstas, en mayor o menor grado, porque ponÃan mi placer o mi deseo por delante de aquel con quien estaba. El verdadero amor es una inmolación en el altar del otro.
Estaba yo por cumplir 27 años cuando lo vi a punto de subir en un subterráneo. Era increÃblemente bonito para mis parámetros de belleza y, resignado, asumà que jamás le prestarÃa atención a un tipo demasiado común, mayor que él, ya con una acentuada calvicie. Aun asÃ, me senté cerca y, dentro de los lÃmites de la discreción, fui mirándolo (admirándolo) cuanto pude. Una combinación de lÃnea después estábamos charlando. Al llegar al final del recorrido, donde ambos tenÃamos que tomar un tren, lo invité a un café y en esa conversación le di mi teléfono, consciente de que alguien como él tendrÃa miles de oportunidades mejores y jamás me llamarÃa. Para peor, yo viajaba al dÃa siguiente para mis postergadas vacaciones (el pasaje ya estaba sacado) y no regresarÃa sino hasta diez dÃas después.
De vuelta en Buenos Aires, continué mi vida como siempre, seguro de que ya nada me pasarÃa con ese episodio. Entonces llamó.
Los siguientes meses fueron de encuentro, descubrimiento y maravilla. Y, de mi parte, esa mezcla de exaltación y pelotudez en la que uno cae cuando está enamorado. Ansiaba el momento de volver a vernos; cuando no estábamos juntos, sostenÃa con él conversaciones imaginarias (bastante más interesantes, debo admitir, que las reales); dormÃa mal para encontrarlo temprano en el único momento que podÃamos vernos. Llegué a hacer el absurdo de, en mis francos, ir a sentarme en la estación de su pequeña ciudad con la esperanza de un encuentro casual.
El sexo tardó en llegar (ninguno de los dos vivÃa solo), pero cuando sucedió tuvo el mismo carácter de exaltado descubrimiento.
Los años que siguieron viajamos juntos, trabajamos juntos, terminamos conviviendo y llegamos a ser para los demás dos figuras impensables la una sin la otra. Estuvimos casi once años asÃ. Después nuestros crecimientos divergieron y ya no fue posible sostener esa convivencia nunca más. Pero aún somos amigos (y me cela). Hoy, trece años después de nuestra separación, sigo solo, quizá porque hicieron falta una pareja, unos pocos amantes y algunos (no tantos) encuentros ocasionales hasta que encontré mi primer amor, y fue el único.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.