Fotos de Julián Varsavsky
En El ChaltĂ©n están varios de los paisajes más deslumbrantes de la Argentina. Pero en un viaje corto –o con la tradicional “escapada” en el dĂa desde El Calafate– gran parte de los viajeros se pierde de conocer algunos de los mejores. Es cierto que hay que su-dar la camiseta para alcanzar los miradores, pero varios de los circuitos de la Capital Nacional del Trekking –tĂtulo otorgado por el Senado de la NaciĂłn– son caminatas sencillas que cada cual hace a su ritmo. Lo cierto es que la variedad de paisajes justifica quedarse no menos de seis dĂas explorando a fondo la seccional norte del Parque Nacional Los Glaciares y el Lago del Desierto.
Se necesitan al menos tres dĂas con base en el pueblo de El ChaltĂ©n para recorrer los mejores circuitos del Parque Nacional: la navegaciĂłn por el lago Viedma con trekking sobre el glaciar y las caminatas a los lagos De los Tres y el Torre. Y tres dĂas más se justifican para explorar a fondo y sin apuro el Lago del Desierto, fuera del Parque Nacional, durmiendo en sus orillas.
SOLOS JUNTO AL LAGO Al llegar a El ChaltĂ©n tomamos una combi regular que hace la excursiĂłn en el dĂa al Lago del Desierto, pero usándola en nuestro caso como transfer y paseo a la vez. Porque al llegar al puerto nos espera la lancha del ecolodge Aguas Arriba, adonde se llega navegando o con una caminata opcional de tres horas (las valijas irĂan en la lancha de todas formas).
Zarpamos y bajo la transparencia perfecta del agua se ven pasar las truchas arco iris. La embarcación surca el Lago del Desierto y vamos por la parte baja de un gran “anfiteatro” de montañas cubiertas por el bosque andino, cuyo verde se interrumpe al comenzar la nieve cerca de la cumbre con sus glaciares colgantes. La densidad vegetal no deja claros y los árboles crecen desde la orilla del agua.
En un momento aparecen dos cĂłndores volando cerca de la superficie del lago, una rareza que nadie habĂa visto antes por aquĂ, ya que andan siempre por lo alto. Entonces el capitán de la lancha dice que miremos hacia atrás y al fondo se levanta la imponente cara norte del cerro Fitz Roy, con su filo de piedra como una cuchilla gigante apuntando al cielo.
A los 20 minutos de navegaciĂłn ya divisamos el edificio de dos pisos de madera del ecolodge camuflado entre la vegetaciĂłn. Mientras atracamos aparece un huĂ©sped danĂ©s, un valiente que, como si nada, se tira a las frĂas aguas del lago desde una playita junto al muelle.
El lodge tiene apenas cinco lujosas habitaciones y nos recibe la pareja de dueños de casa: Ivor Matovic y Patricia GarcĂa, quienes hace siete años decidieron invertir sus ahorros en levantar un ecolodge muy adentro en el bosque del Lago del Desierto.
Los amigos expertos en negocios les decĂan que estaban locos, que pensaran en la tasa de retorno, que iban a perder la plata. Pero Ivor en persona cruzĂł el lago 2500 veces a lo largo de cuatro años, llevando los materiales en su lancha. Y trajo a diez carpinteros de Misiones que levantaron el lodge junto con Ă©l, quien dormĂa en una carpa. Justo el dĂa en que su esposa lo convenciĂł de que se mudara dentro de la estructura del edificio, una lenga gigante tumbada por el viento cayĂł encima de la carpa cuando Ă©l no estaba.
“Como habrás notado, los que nos importa acá es la belleza del lugar donde vivimos seis meses al año y no la tasa de retorno. Yo trabajĂ© 27 años en una petrolera y acá me dedico a disfrutar de la vida con mi mujer. Este no es para nosotros un hotel sino nuestra casa, que abrimos a los huĂ©spedes como quien recibe amigos”, cuenta Ivor, y nadie que converse con Ă©l cara a cara podrĂa decir que no se lo ve feliz.
UN GLACIAR POR LA VENTANA Ivor, Patricia y los huéspedes nos despertamos cada mañana viendo el glaciar Vespignani por la ventana, asà como los picos nevados que se reflejan invertidos en lago. Luego desayunamos con el mismo panorama desde el ventanal del comedor.
Entones Ivor sale a caminar entre los bosques con algunos huĂ©spedes, o a veces se embarca a pescar truchas con otros. TambiĂ©n hay una guĂa oficial para las caminatas más exigentes.
Nosotros arrancamos el primer dĂa con el plato fuerte de la zona: la caminata al glaciar Huemul. A media mañana Ivor nos conduce con su lancha a la punta sur del lago –por donde habĂamos llegado– para caminar unos metros hasta la entrada del camping donde nace el sendero hacia la laguna Huemul (se cobra una entrada de $ 100).
Al comienzo se camina por una planicie con pasto verde para entrar luego a un hermoso bosque de lengas muy altas. Bordeamos un arroyo de deshielo a un ritmo relajado y al llegar a un mirador vemos el gran valle, al fondo del cual está El Chaltén.
En 45 minutos alcanzamos las aguas turquesas de la laguna Huemul. La primera visiĂłn del espejo de agua nos detiene la marcha por el deslumbramiento. Y desde sus orillas vemos de cerca el glaciar cuyo deshielo forma cĂrculos de agua. Ivor –siempre detallista– nos sirve tĂ© con budĂn marmolado de chocolate y vainilla frente al glaciar.
Allà nos sentamos a reposar sobre unas rocas, no tanto por el cansancio sino por el placer de contemplar el paisaje. El descenso es mucho más sencillo y en media hora estamos otra vez en la entrada. Carlos –un baqueano de la zona– nos tienta con unos bifes al disco, pero Ivor tiene un plan aún mejor.
Por un puente colgante cruzamos el rĂo Las Vueltas –un desagĂĽe del Lago del Desierto– para bordear la costa por seis kilĂłmetros rumbo al lodge. Es decir que lo que hemos hecho navegando ahora lo desandamos a pie por un sendero donde casi nunca transita nadie.
Ya reina el hambre en el grupo pero nadie se atreve a decir nada. La caminata por el bosque es maravillosa y nos salen al paso cauquenes solitarios. Pero sabemos que se tarda tres horas en llegar a destino, Ivor no dice nada y ya hemos pasado el mediodĂa. A la hora de caminata aparece por el lago la lancha de Aguas Arriba y se detiene en una playita: allĂ llega la comida.
Ivor pone una manta sobre la arena y comienza a desplegar las delicias: empanadas que preparó el chef con su toque personal, quesos pategrás, gouda y roquefort, jamón crudo, aceitunas, salame, frutos secos, pan casero con semillas de girasol, manzanas y budines.
El clima que rodea al picnic no podrĂa ser mejor: no hay viento ni calor y reina un silencio sublime, con el Fitz Roy despejado. Saboreamos hasta el Ăşltimo bocado, brindamos con vino tinto y nos recostamos a dormir la siesta a un metro del agua.
Llegamos a Aguas Arriba a media tarde a tomar el tĂ©. Para la cena el chef correntino AndrĂ©s Molina prepara una bondiola de cerdo a la cereza y azĂşcar negra con purĂ© de manzana. En las siguientes comidas habrĂa ñoquis de calabaza con estofado de cordero, trucha a la manteca, raviolones de acelga con cubos de truchas y tournedos de lomo envuelto con panceta y purĂ© de papas con verdeo y manteca.
El dĂa termina con huĂ©spedes y dueños de casa tomando tragos en el amplio living con ventanal frente al lago, junto a un hogar de leña. Se supone –mera teorĂa– que Ivor y Patricia están trabajando. Pero disfrutan atentos de la charla mientras cuentan que ellos siempre les dicen a sus visitantes que Aguas Arriba es un complemento de El ChaltĂ©n, es decir que recomiendan dormir antes dos noches allá y despuĂ©s venir a explorar esta zona, que es muy diferente. Además aquĂ se puede hacer pesca de truchas con mosca, caminar hasta el pie del glaciar Vespignani y visitar unas cascadas encajonadas entre unas grietas en medio del bosque. Intervienen en la charla el danĂ©s y su esposa, quienes cuentan que viajan por el mundo haciendo caminatas de muchas horas por lugares de desolaciĂłn absoluta, allĂ donde no se cruzan con ningĂşn otro caminante en toda la jornada. Por eso mañana los llevarán a un circuito hasta el lĂmite con Chile, donde se darán ese gusto tan personal en busca de paisajes con virginidad absoluta.
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