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Convivir con virus
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Jueves 20 de Enero del 2000
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convivir con virus

MARTA DILLON

Sí, ya sabemos, el sida nos obliga a reflexionar sobre los misterios más insondables de hombres y mujeres: el sexo, la muerte. No hay verdades sobre estas cosas a las cuales aferrarnos para cruzar las corrientes a que nos someten cuando se nos enfrentan. ¿Y entonces qué hacemos? La mayoría de las veces miramos para otro lado. ¿Sabemos qué es lo que más nos gusta a la hora de gozar? ¿Gozamos? ¿Pedimos? ¿Damos? ¿Cómo entra el forro en esa danza? ¿Ponemos palabras, hay suficientes? ¿A qué le tememos cuando le tememos a la muerte? ¿La muerte de quién? ¿La muerte en vida? Preguntas, retóricas algunas, para no buscar demasiado aquellas que disparan respuestas incómodas o demasiado crudas que todos contenemos, con o sin vih. Hay vidas que nos interrogan desde su propia dificultad de ser vividas, vidas que se desprecian, vidas que huyen de sí mismas o se consumen a grandes pasos como empedernidos maratonistas sobre una cinta transportadora. Es demasiado doloroso aprender que el tiempo se va todo el tiempo y que pocas veces estamos a la altura de las circunstancias. Sin embargo hay un consenso sobre lo correcto, una soberbia en ese consenso que expulsa todo el tiempo a quién se atreve a elegir otro camino para su deseo. Así se acuñan algunas frases célebres como esa que todavía vemos en los calcos de taxis y colectivos, por ejemplo: “Si a la vida, no a la droga” ¿Que quiere decir? Nada, si no profundizamos en cuáles son las opciones vitales ¿Cómo se le explica a quien ha nacido con el futuro expropiado que la vida no está en los cinco minutos de gloria que le da un saque o un pico o lo que sea? Recuerdo que hace un par de años atrás entrevisté a Héctor Lombardo, hoy ministro de Salud, y muy suelto de cuerpo dijo entonces que no tenía sentido hacer campañas de prevención sobre sida entre quienes se inyectan drogas porque ellos, en definitiva, “no quieren vivir”. Como si decirles a ellos con algún gesto que sí nos importa que se mueran o no, que sí son nuestros semejantes aunque elijan intervenir su cuerpo violentamente, fuera gastar pólvora en chimangos. Es difícil mirarse en esos espejos, pero algo nos están diciendo a los gritos. Decirle sí a la vida como dice el slogan es darle un valor por encima de las elecciones de cada uno. En este país las políticas de reducción de daños –dar jeringas descartables a quienes las necesitan para evitar males mayores, por ejemplo– se consideran como apología del delito y en realidad no es más que dar vuelta la cara. Tal vez para no enfrentarse a esas preguntas que nos tocan a todos (las elecciones, el deseo de vivir, el deseo de morir, el no deseo) y a las que es más fácil hacer oídos sordos.