El 30 de setiembre pasado, este diario informó sobre la confirmación de las condenas a dos exdirectivos de la multinacional Ford, por secuestros y torturas producidos en tiempos de la última dictadura. Se trata de Pedro Müller, ex número 2 de la compañía, y Héctor Francisco Sibilla, exjefe de seguridad de la planta que la compañía tiene en Pacheco. Ellos son dos de los exempresarios mencionados en el documental Responsabilidad empresarial, de Jonathan Perel (ver crítica aparte). Se trata de un nuevo viaje en la memoria histórica y política de este cineasta de 45 años, que ya lo había hecho en El predio (2010, sobre la Esma), 17 monumentos (2012, sobre los centros clandestinos de detención) y Toponimia (2015, sobre pueblos fundados en Tucumán durante el Operativo Independencia). 

El abordaje que Perel hace de esos temas es singular. Filma, normalmente con cámara fija y planos de larga e igual duración, determinados lugares emblemáticos, tal como se encuentran al día de hoy. La idea es confrontar presente y pasado, registrar en el presente en qué estado se hallan esos verdaderos “lugares del crimen”, si han sufrido cambios o permanecen igual, si en ellos perduran las huellas de la memoria o del olvido. Todo ello como forma de recordarle al espectador (o de hacerle saber, según sea el caso) que ese pasado existió. Las películas de Perel son puramente observacionales, carecen de todo comentario, consisten en un ojo que mira aquello que ya no está allí. La intención es la de sumir al espectador en un estado inmersivo, que a fuerza de fijeza y duración conduzca de la observación a la meditación. Una meditación que obviamente no se parece a la que predican los gurúes.

En Responsabilidad empresarial, que tuvo su estreno mundial en el Forum del Cine Joven de la Berlinale 2020 y le valió el premio al Mejor Director en la más reciente edición del Bafici, Perel se permite incluir la voz humana en un off que hasta ahora se limitaba al sonido ambiente. Esa voz, que como se verá no es la típica de los documentales expositivos, lee fragmentos de un libro llamado Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado. Lo editó en 2015 el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, con participación de FLACSO y el CELS, y detalla uno por uno los casos de detención, secuestro, torturas y desaparición de trabajadores a lo largo de la última dictadura militar (puede leerse completo aquí). Las empresas en las que esos hechos tuvieron lugar incluyen a “pesos pesados” multinacionales como Ford, Fiat y Mercedes Benz, y nacionales, como Acíndar, Ledesma, Loma Negra, Alpargatas, Molinos Río de la Plata. Y Socma, claro, el grupo de la familia Macri.

De esos casos, que dieron por resultado varios miles de víctimas, sólo tres han sufrido condena hasta el momento: los mencionados y Marcos Levín, dueño de la empresa de transportes La Veloz del Norte. Éste último fue condenado en 2016, pero la Cámara Federal de Casación revirtió esa decisión, que aún se halla para su resolución en manos de la Corte Suprema. Otros participantes notorios en los operativos ilegales del Ejército, como Pedro Blaquier, el exdueño del Ingenio Ledesma, están procesados pero aún no han sido condenados.

-El libro es de 2015. ¿Pensás que tuvo la difusión que amerita?

-Cuando el kirchnerismo pierde las elecciones, los organismos que habían preparado el informe se apuran a presentarlo públicamente, como forma de asegurar su existencia y visibilidad. Luego hicieron grandes esfuerzos por hacerlo circular, pero creo que el cambio de gobierno obstaculizó esta tarea. Me costaría imaginar al macrismo ayudando a la visibilidad de un libro en el que se describe el accionar que tuvo su conglomerado Socma, uno de los principales beneficiarios de la estatización de deuda privada durante la dictadura.

-El libro desmenuza, empresa por empresa, el plan sistemático de represión ilegal a partir del golpe e incluso antes, orquestado por los directivos junto a las fuerzas militares. Por eso se aclara muy puntualmente que no se trata de “complicidad”, sino de participación directa en los hechos que se imputan.

-La noción de “complicidad” es insuficiente porque entiende este accionar de las empresas como un acompañamiento de una acción que es desarrollada por otro actor, dándoles un rol secundario. Mientras que la noción de “responsabilidad” la supera, entendiendo que hubo un papel activo de las empresas en la represión de sus trabajadores: entregando las listas del personal a secuestrar, facilitando legajos, direcciones, vehículos y hasta personal de seguridad privada al servicio de la represión.

Los directivos no sólo facilitaban listas de activistas y sindicalistas a las Fuerzas Armadas, sino que en algunos casos fueron testigos directos de las torturas, o hasta participaron en ellas. Era tal la fusión de intereses que el ejército llegó a instalarse en la misma fábrica, y algunas fábricas además fueron reconvertidas en centros clandestinos de detención.

Por supuesto que esa participación directa en las torturas, y que estas sucedan adentro del ámbito fabril son de las cosas más abyectas que el libro describe. Pero de alguna forma lo que a mí más me interesa son las metodologías en las cuales hay mayor coincidencia entre todas las empresas mencionadas, aquellos mecanismos represivos en donde se puede ver más claramente la sistematicidad con la que en todos los casos se actuó de la misma forma. El mismo libro se propone trascender los estudios por caso, para hacer visibles las conexiones y patrones que se desprenden del conjunto. En esta línea de lectura, una de las cosas que más llamó mi atención fue que las empresas utilizaran el propio papel membreteado con sus logos para confeccionar las listas de trabajadores que entregaban a las fuerzas represivas. En ese detalle veo una marca importante de la impunidad con que lo hicieron, como si fuese una comunicación oficial que no buscaba esconder nada clandestino.

-Tus películas previas tenían solo sonido ambiente. Ésta tiene un off de fuerte presencia ¿A qué se debe esa decisión?

-Siempre estuvo entre las ideas iniciales de esta película que se tratara de fábricas tirando humo, en funcionamiento, como forma de mostrar que ganaron. Pero no creo que esas fábricas por sí solas tengan el poder de transmitir la historia. Una fábrica desde afuera nos dice poco sobre lo que pasa en su interior, dicho esto en términos marxistas. De ahí la necesidad de recurrir al texto del libro. Es con la lectura que se produce una conexión entre el presente de la imagen y el pasado de lo que allí mismo sucedió. Y es en esa conexión -y superposición- entre pasado y presente, donde la película construye un espacio de participación para el espectador. Recién entonces podemos empezar a pensar que alguien está haciendo el trabajo de no olvidar. No es la película, no son los emplazamientos fabriles, es la audiencia.

-¿No tenías miedo de que ese off pesara más que la pura observación visual?

-En todas mis películas busqué que la información dejara lugar para la pura observación visual. Que una cosa no se imponga sobre la otra. Es en la observación, cuando el tiempo se hace sensible en la obra, en donde el espectador conecta con el pensamiento. Creo que la película permite y habilita una doble experiencia: quien la mira tiene que decidir si quiere prestar más atención a lo visual de la imagen, que sin dudas tiene su poder evocador, o si se vuelca al contenido de la narración. Pero lo interesante es que esa decisión no es única y para siempre, sino que el espectador puede ir y venir del texto a la imagen, estando obligado a trabajar con la película constantemente.

-La voz en off es muy curiosa. No parece omnisciente, como en los documentales expositivos, sino que da la impresión de provenir de alguien que está leyendo ese texto por primera vez, con algunas dudas e incluso de forma algo distraída.

-Quería que la narración en off fuese íntima y cercana, y al mismo tiempo fragmentaria. No leo párrafos completos, sino fragmentos subrayados de un libro, por momentos más inconexos, a veces solo palabras sueltas. Eso nos aleja de la solemnidad expositiva, qué es lo que quería evitar. Siempre pienso al territorio de la memoria como una geografía pantanosa, donde hay que pisar con cuidado, y donde no podemos adentrarnos si no es con miedo y temblor. Prefiero evitar la seguridad, la confianza, la asertividad.

-¿Por qué en todos los planos se ven partes del auto desde donde están filmados?

-Esto es muy importante, porque esa superficie oscura que recorta la imagen, es una marca de enunciación que muestra mi lugar en la película, desde dónde estoy filmando y cómo logré arrancarles una imagen a estas empresas. Había que ocultar la cámara para poder filmar sin tener permiso. Pero había que mostrar eso en la película. No es una cámara oculta para el espectador, solo está oculta para el personal de seguridad de las fábricas, pero muestra su propio proceso productivo.

-¿La película está filmada cámara en mano? ¿O sólo algunos planos, en los que puede verse un pequeño temblor de la cámara?

-Todas las tomas fueron filmadas con cámara en mano. Hay una toma que dejé a propósito con cierta desprolijidad, para que sea más visible el movimiento y uno pueda verlo a partir de ahí también en las otras. Quería que se sintiera el pulso de la cámara en mano, porque eso también habla de cómo fueran logradas esas imágenes y de mi presencia detrás de la cámara: tenía que filmar muy rápido, y terminar la toma antes de ser descubierto. Esa urgencia con que fue capturada la imagen se transmite en esa vibración de la cámara en mano.

-¿En qué medida la película refiere también a un presente en el que los grandes empresarios siguen teniendo tanto poder como antes? ¿O incluso más poder, en tanto no necesitan recurrir a las fuerzas armadas para sostenerlo?

-Justamente el hecho de no poder filmar esta película con autorización de las empresas --y que esto sea visible en la imagen-- es una de las formas en que podemos sentir la vigencia de su poder e impunidad. Si estas empresas pueden colocar presidentes en forma democrática, entonces ya no necesitan recurrir a las fuerzas armadas. Cuando filmé mi película 17 monumentos tuve autorización total para filmar todas esas bases militares que funcionaron como centros clandestinos. Parecería que filmar empresas privadas es más difícil que filmar bases militares.

-El texto alude a la estatización de las deudas privadas promulgada por Cavallo cuando fue Presidente del Banco Central, en las postrimerías de la dictadura. Esa medida trajo consecuencias económicas que, tal como ocurrió con los desaparecidos, devastaron la Argentina del futuro. Hoy mismo Milei dice que Cavallo fue el mejor ministro de economía de la historia argentina. Y Cavallo asesora a Milei. ¿Hasta qué punto la dictadura terminó en 1983?

-Lo que no terminó es el sistema económico que lograron imponer gracias a la dictadura, que se mantiene hasta hoy, e incluso es cada vez más voraz. Antes del golpe se estaba discutiendo la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas. Eso hoy es impensable. Ahora los candidatos políticos proponen eliminar indemnizaciones por despido, y ganan elecciones con esas consignas.