Mabel Colman, es mamá de un joven que lleva 5 años detenido por un delito que no cometió; su caso se enmarca dentro de las llamadas “causas armadas”. Semana a semana se prepara mental, física y psicológicamente para atravesar las puertas del penal en Olmos, en La Plata, para abrazar a su hijo de 26 años.

Patricia lleva 25 años viajando a penales de todo el país desde Rawson a Resistencia, para mantenerse en contacto con su marido y que sus hijos, hoy ya adolescentes, puedan vincularse con él; llevarle comida, abrigo y estar atenta a las necesidades de salud.

Kelly, después de 5 años, convive con su marido que está con prisión domiciliaria.

Rocio estuvo detenida, fue acompañada y hoy participa de una organización que acompaña a liberados y a mujeres con prisión domiciliaria. No quiere que otrxs vivan lo mismo que ella.

Las entrevistadas cuentan sus experiencias desde el día en el que pisaron por primera vez un penal, cómo cambiaron sus vidas y de qué manera se transformó la dinámica familiar. Incluso, en algunos casos, sigue oculto el tema en el entorno familiar. La feminización de estas tareas de cuidado es evidente, pero cuando necesitan cuidados no los reciben. Es abismal la diferencia que existe entre las colas que se forman para visitar varones con las que no se llegan a formar para visitar a mujeres privadas de su libertad.

Primeras veces

El penal Lisandro Olmos está ubicado en la Provincia de Buenos Aires a media hora de la Ciudad de La Plata. Hace años que organizaciones, familiares y detenidos denuncian que está superpoblada. “Uno se va de traslado y vienen 10, hay un promedio de 3.800 personas cuando la cárcel es para 1700”, cuenta Mabel que viaja a la zona 4 o 5 veces por mes. Desde el día que detuvieron a Damián la vida de Mabel se pausó. Empezó a sentirse viva y con esperanza de nuevo cuando conoció a sus compañeras de ACiFaD, una asociación civil que trabaja colectivamente para acompañar a las familias de las personas privadas de la libertad a transitar las consecuencias del encarcelamiento, “hace 5 años no podría haber hecho esta nota”, reconoce.

El hijo de Mabel tiene tres acusaciones graves, tuvo su juicio y le dieron una condena de 30 años. “Es desesperante porque lo confunden con otra persona, estoy moviendo cielo y tierra para que reconozcan las pruebas”, cuenta la mamá del joven de 26 años nacido en La Matanza. Se movió desde el primer día por un ámbito totalmente desconocido. Según Mabel lo que hizo en términos de averiguaciones no lo hizo ni la policía, ni los agentes, ni el Juzgado de Garantías. “Hasta perseguí a una de las personas que participaron de este caso, pero para los agentes judiciales soy solo un ama de casa”, lamenta. Describe la situación como desgastante y devastadora. “Nos afecta la salud, la mentalidad y el ánimo a toda la familia”.

Damián tiene un hermano de 7 años, cuando fue detenido era un bebé con el que Mabel hacía la cola en el penal desde la madrugada para visitarlo. Olmos se encuentra a 87 kilómetros de la casa de Mabel en Isidro Casanova, por lo general salen a las 4 de la madrugada para poder llegar a tiempo. Suele compartir los viajes con otros familiares o con la novia de su hijo, que hace unos años se sumó a la familia y viven todos juntos.

“Las cárceles están llenas de gente pobre y el acompañamiento se vuelve muy difícil. Para sostener a una persona privada de su libertad necesitás un sueldo más, porque en el Servicio Penitenciario no te dan nada, si no les llevas paquete casi no comen”, dice Patricia preocupada. Tiene 42 años y desde los 17 acompaña a su marido que está privado de su libertad. Cuando hace la fila para ir a visitarlo ve a muchas jóvenes y se apena, recuerda todo lo que ella vivió y lo sola que estaba en ese momento. También reconoce que hay muchas personas en las cárceles que no deberían estarlo. Tiene dos hijos, también un nieto. A pesar de los años que pasaron con su marido detenido, gran parte de la familia no lo sabe, decidieron ocultarlo. Compra comida, insumos, ropa, coordina las visitas para que sus hijos puedan visitarlo y se ocupa de conseguir todo lo necesario para que su marido sobreviva. “No lo dejaría solo, es mi familia y el padre de mis hijos”. Se acercó a la organización porque se enteró que estaba siendo torturado por penitenciarios en Rawson, ahí se contactó con ACiFaD que junto a un grupo de familiares, abogadas y sociólogas la ayudaron a sacarlo de esas condiciones.

El marido de Kelly está detenido hace 5 años y hoy cuenta con el “beneficio” de la prisión domiciliaria. Está contenta porque en agosto se cumple la condena. Fueron años de mucha angustia, tristeza, desolación, aunque también aprendizaje. Kelly dice que se independizó en todo este proceso, tanto económica, social e intelectualmente, ya que se la pasó leyendo e investigando para poder defenderlo porque es víctima de una causa armada. Ambos son bolivianos, ella llegó al país hace 9 años y él cuando era un niño. “Es la primera vez en mi vida que sentí tanta discriminación, los jueces, los abogados, llegaron a decirnos que nos volvamos a nuestro país”, describe.

Cuando detuvieron a su marido, Kelly se ocupaba de las tareas del hogar y el cuidado de su hijo. Él trabajaba en una fábrica a tiempo completo y era el único ingreso económico. Por lo tanto se vio obligada a buscar trabajo fuera de su casa con su hijo en brazos, Empezó siendo trabajadora de limpieza, entre otras changas que iban saliendo mientras lloraba e intentaba entender qué hacer para que su esposo salga en libertad. “Todo cambió, de un momento a otro pasé a hacerme cargo económicamente de mi familia y de las cuestiones burocráticas”.

La visita

“El régimen de visita no es el mismo para una madre que para una esposa o concubina”, explica Mabel. Si bien esto cambia según cada prisión y cada provincia se maneja diferente, en este caso las esposas tienen una visita especial. Cuentan con la posibilidad de compartir casi todo un día con su pareja en una habitación con más intimidad. Para las madres y amigas el tiempo es más corto, unas tres horas como mucho. “La visita empieza algunos días antes, preparamos comida, compramos elementos de higiene o salud”, cuenta y agrega que en el pabellón de su hijo se organizan colectivamente para que no lleven todas las familias lo mismo. Empezaron a hacerlo porque se armaban montañas de alimentos, por ejemplo fideos, que es lo que más se trae pero que no tenían con qué acompañarlo. “Nosotras esta semana llevamos tomate y verdura”.

La convencia no deseada entre el Servicio Penitenciario, la reja y las personas detenidas.

Son casi tres horas de viaje desde la casa de Mabel, suelen salir a las 3 de la madrugada porque la visita se habilita a las 6 de la mañana. Por lo general duermen, escuchan música, toman mate, van jugando con el celular. Siempre intentan ir en grupo con otrxs familiares para no esperar el colectivo solas. El bondi no llega directo al penal, deben tomar un remis. Frente a los pabellones hay almacenes que abren desde las 4 de la madrugada. También hay baño y un lugar para dejar las cosas. “Cuando la ciudad está durmiendo, vos estás en la calle”

Una vez que llega al penal se hace una fila para que el Servicio Penitenciario reciba los alimentos, la mercadería, la ropa, ellos te devuelven un cartón indicando que fue lo que trajiste. Después se acerca a una ventanilla, en la que estaría el interno que vas a visitar, ahí entregas tu documento que te lo retienen hasta que se termina la visita. En ese momento te ponen una tinta fluorescente y te hacen pasar hacia el lado interno de la oficina donde te revisan el cuerpo, la ropa. “Es algo muy cansador, si sos nueva te tratan muy mal, si te ven con miedo es peor, una vez que te conocen ya el trato cambia” Mabel explica que “la visita es sagrada, es todo para la persona que está adentro, es ese puente con el afuera. Es alguien que se toma el tiempo de ir, es felicidad pura para el interno. Hay gente muy pobre detenida, y se ve mucho que van únicamente con el mate que van a compartir ese rato”

El marido de Patricia pasó por Marcos Paz, Ezeiza, Rawson, Rio Negro, La Pampa, Chaco, Neuquen y hoy se encuentra en Devoto. Durante los traslados también debió pagar el pasaje para ir a visitarlo. “Cuando estaba en Rawson iba una vez al año y con mucha suerte, porque me ayudaban, sino es imposible”. La primera vez que fue a visitarlo a un penal en Marcos Paz, viajó tres horas con el hijo que era un bebé, llegó a la puerta y no la dejaron pasar porque se había olvidado el DNI, cuenta que lloró todo el viaje de vuelta. También agrega que así eran las primeras veces, con mucho miedo y confusión.

Para las visitas en Devoto te piden ir con una ropa específica: no debes tener ningún color que use el servicio penitenciario ni azul ni negro. “Ellos son los que mandan y es muy malo el trato a los familiares”, asegura Patricia. Al igual que Mabel y Kelly, hay algo que cambió totalmente en ella desde que se informó y conoció cuáles son sus derechos. “Sé lo que está bien y lo que está mal, lo que me corresponde y lo que no. Aprendí muchísimo, por eso en la fila intento hablar con otros familiares para que no pasen lo que yo pasé”. Hace unos años trabajaba en una empresa de limpieza, dedicaba su día a eso y no sabía usar la computadora, sus compañeras le enseñaron y hoy forma parte de un equipo jurídico que asesora a otras familias que quieren denunciar maltratos o pedidos en relación a la salud dentro del penal. Por día la guardia recibe más de 100 mensajes de whatsapp para asesoramiento. “Intento escuchar a quiénes consultan, hacerles sentir que no están solas, que transitar esto que les tocó vivir no es fácil pero atravesarlo con otras que están pasando lo mismo te hace mas fuerte”, remata.

El entorno

“Estando en la cárcel también te das cuenta quiénes fueron y son realmente tus amigos y quienes no”, destaca Mabel. Nunca había pisado una cárcel hasta la detención de su hijo. Las entrevistadas coinciden en que cuando se condena a una persona a tantos años, también se condena a una familia entera. Se sintió muy sola los primeros meses, hoy es otra persona. Todos los días trabaja para que se compruebe la inocencia de su hijo y lo dejen en libertad. También denuncia la inoperancia del sistema judicial, de los fiscales y jueces que juzgan sin investigar , pierden papeles y se olvidan de las personas detenidas.

Los permanentes traslados obligan a las familias a viajar por todo el país.

“No es fácil encontrar un lugar para poder hablar sobre lo que significa tener un familiar detenido, en las reuniones me sentí cómoda” agrega Patricia. “La sociedad en general quiere que las personas se pudran en la cárcel, como castigo, consideran que un preso es un monstruo”, suma Kelly. Las familias aseguran que los medios de comunicación colaboran para que el discurso de odio se instale; afirmaciones como “puerta giratoria” o el pedido de perpetua para todos solo aportan malestar, incluso dentro de los penales, donde pareciera que por estar detenido no te corresponde ningún tipo de derecho.

La fuerza

Kelly lloró mucho los primeros meses “todo era pensar qué hacer, buscar testigos y hablar con el abogado”. También se sintió sola, le costó habitar su casa e intentó no entrar a la habitación excepto para buscar ropa. Lo que le dio fuerza fue pensar en su hijo: “Si algo me pasaba, ¿quién iba a cuidarlo?”, reflexiona. Durante la pandemia su marido enfermó, estuvo aislado seis meses dentro del penal, no le permitían salir para atenderse y eso lo deprimió, la condena social y el costo emocional que los afecta, es inmensa “gracias a dios en agosto ya termina su condena”, declara.


Rocío Jara, integra la comisión de liberados del MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos). Cuando recuperó su libertad, decidió sumarse a participar en esa organización para acompañar a personas que están en prisión domiciliaria. “El día que salí no sabía qué hacer, no tenía nada y me acerqué a la organización, me ayudaron mucho y conseguí trabajo”. La rama de liberados del MTE ya tiene más de 60 polos en la provincia de Buenos Aires y brinda empleo a más de mil personas. También es un refugio para familiares y personas que estuvieron detenidas. “Quiénes salen en libertad necesitan tener un trabajo, que se les incluya”, expresa Rocío. “Cuando estuve con arresto domiciliario me decían que era un beneficio, pero no lo era. Tenía que cuidar a mi hijo pero no tenía cómo hacerlo, no me daban permisos para llevarlo a la escuela, al médico, suponían que yo tenía a alguien para pedirle que me vaya a comprar alimentos, nadie te asiste, muchas están solas”. Rocío participa de proyectos para generar fuentes de empleo, también se ocupa de llevar un bolsón de alimentos a compañeras y amigas que esperan el fin de la condena en sus casas, brinda la información necesaria para pedir un permiso, las escucha y entiende el sufrimiento de no poder ver a los hijos o de tener que criarlos en ese contexto.

“Hay muchísimos casos en las cárceles argentinas, causas armadas para mí es una pandemia”, dice Mabel en referencia al caso de su hijo. “Hay pibes que llevan seis años con preventiva y sin juicio, la ley dice que pasados dos años y medio, si no tenés juicio, te tenés que ir a la calle. Pero como no hay familias que se ocupen, los abogados del Estado tienen tantos casos que se les pasa” lamenta, si no hay alguien que se mueva te perdés en el olvido burocrático. El hijo de Mabel se lo recuerda en cada visita “mamá por favor no quiero que se olviden de mí, no quiero perderme en el circuito”, parafrasea Mabel y destaca que escucharlo decir eso es lo que le da fuerza para seguir peleando.