En la década del noventa era muy común que entre personas negras/afrocolombianas se saludarán diciéndose prima o primo, esta era una de las expresiones más utilizada para relacionarse en el mundo de lo político. Decirse primo o prima alude al reconocimiento de la organización social y a los múltiples linajes africanos que se habían mixturado, tras el proceso de la esclavización.

Anterior al primaje, emergió a mediados de la década del ochenta una práctica semántica anticolonial en la cual algunos militantes del movimiento negro se cambiaban el nombre y los apellidos heredados de la esclavización por un nombre de liberto arraigado a los orígenes africanos. Por ejemplo, mi nombre de esclavo es Jorge Isaac Aramburo, pero mi nombre de liberto cimarrón es Naka Mandinga.

Ambas experiencias ancladas a las décadas de los ochenta y los noventa poco a poco se han ido diluyendo en el tiempo y ahora quedan algunas huellas visibles de aquella poética, o algunas personas necias e insistentes que continúan enunciándose desde esos lugares ya habitados. Revisitar esta gramática política me recuerda a la escritora bell hooks cuando alude: “sin definiciones no es posible que la imaginación se active. No se puede hacer realidad algo que no se ha imaginado”.

Siempre honraremos las luchas de largo aliento de quienes nos antecedieron, pero también, como diría el internacionalista revolucionario, psiquiatra y existencialista Frantz Fanón, “cada generación, dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o traicionarla”.

Es así como en el año 2007 irrumpe un grupo de cimarronas y cimarrones que dejan atrás la perspectiva del primaje, cambian la lógica de parentesco político del movimiento y producen otro sistema de organización. De ese quiebre o transición generacional florece el manitaje. El decirse manita, manito o manite, es un lugar cotidiano de reproducción de las redes de la familia extensa y extendida que interactúan en la intimidad de la materialidad de la política.

El manitaje tiene una dimensión ética de hacer la política, no son procesos acumulables o sumas de individualidades porque cada fragmento es una parte de historia que da cuenta de lo andado, conversado, imaginado y caminado. La lucha por representar y ser representado no es el principio orgánico que moviliza el manitaje, lo que inspira el quehacer es la convicción y el amor al ombligo, a la comunidad, el barrio, a lo que somos.

El manitaje no es transferible al valor de cambio y no pude monetizarse, no es un producto que se vende a la filantropía, a la cooperación, por ello, las primeras generaciones que nos envolvimos en esta poética no creábamos organizaciones para hacer transacciones bancarias de lo que ahora llaman “justicia étnico-racial neoliberal”. Éramos radicales, revolucionarias y revolucionarios, porque el horizonte de la conciencia lo guiaba el cimarronaje, había una puesta por la liberación más no a la oenegenización de la práctica política.

El manitaje contemporáneo está atravesado por una red de experiencias comunes y aisladas que son compartidas más allá del quehacer orgánico de la militancia. Es una constelación de afectos, afinidades y distanciamientos, es al mismo tiempo el encadenamiento de utopías postergadas, es recordar lo caminado.

El manitaje es la palabra del corazón, la palabra dulce, pero también es la amargura y las contradicciones de no haber podido hacer. En ese sentido, trasciende la versión romántica y de idilio como se pretende mostrar, ya que está envestida de conflicto, tensiones y mediaciones. Va más allá de la epidermización de la noción de familia y de las estructuras de organización social, ya que evoca una noción de universalización de las redes de parentesco de matriz africana, es un tejido que ha ido uniendo diversas experiencias populares contrahegemónicas.

Revisitar e intentar hacer una arqueología preliminar de la poética del manitaje es quizás una de las maneras de volver a conversar, juntar y poner a dialogar un proyecto político radical de una generación dispersa que no ha podido ser por la no transición generacional que caracteriza a ciertos espacios orgánicos del movimiento negro, no obstante, el manitaje como principio es hegemonía en el sentido que hoy en día produce las posibilidades de movilización de ideas colectivas y de transformación.

*Antropóloga de la Universidad del Cauca y magíster en Sociología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales – FLACSO.

Publicado originalmente en www.diaspora.com.co