CIENCIA › DIáLOGO CON GLADYS PALAU, INVESTIGADORA DE LA UBA

A modo de despedida a Gregorio Klimovsky

La muerte de Gregorio Klimovsky marca una pérdida tremenda para la ciencia y la filosofía argentinas. Con él se va una época que lo vio actuar desde la década de oro de la Facultad de Ciencias Exactas hasta la Conadep. Aquí, Klimovsky recreado por su más antigua alumna.

 Por Leonardo Moledo

–Usted es investigadora...

–En lógica, filosofía de la lógica y lo que se llama hoy en día lógica filosófica.

–Y es una de las grandes discípulas de Klimovsky...

–Sí. En realidad soy su alumna, una de sus primeras alumnas. A nivel emotivo, no sé qué es más significativo, si haber sido su discípula o haber sido su primera alumna.

–¿Su primera alumna?

–Y, casi. Porque dos años después de la mal llamada Revolución Libertadora, en el año ’57, el primer año que él estuvo, yo lo tuve a Rolando García de profesor en lógica. Ahí fue que me enganché con la lógica. Rolando siempre hablaba de que Klimovsky era la persona que más sabía lógica del país. Y bueno, finalmente se llamó a concurso esa materia de lógica que daba Rolando García.

–¿Y qué pasó?

–Se presentó Rolando García, se presentó Klimovsky y alguien más. El primero que tuvo que hablar fue García y él expuso y dijo que se retiraba porque la persona que más sabía lógica en esos momentos era Klimovsky y que entonces le daba directamente la cátedra a él. Klimovsky dio una clase sobre una versión moderna del silogismo aristotélico (lo cual en ese momento era mucho, ya que lo único que se había visto era la lógica aristotélica y la lógica tomista). Con esa versión asombró a todo el jurado y ganó el concurso. Ahí lo conocí. Lo interesante es que después vino lo más peleado, porque Klimovsky no tenía título máximo. Para que pudiera ser nombrado profesor, había que darle reconocimiento de méritos especiales. Hubo que trabajar muchísimo en el Consejo Superior hasta que se le dieron reconocimientos especiales y obtuvo el equivalente de un doctorado. Es decir que, indirectamente, él es doctor en la UNL. Inmediatamente empecé a estudiar con él y conseguí una beca de iniciación (aún siendo estudiante) cuando él vivía en Paso del Rey. Así que debo haber sido su primera alumna.

–Hábleme un poco de él...

–Era una persona.... distante, siempre nos trató de usted y yo nunca lo llegué a tutear. Pero no era una distancia fría la que imponía: era amable, era solícito. Cuando yo iba a Paso del Rey hablábamos de nuestros hijos: se podía charlar de cualquier cosa, pero siempre con determinada distancia. Maravillaban sus clases...

–Eran hipnóticas...

–Sí, realmente hipnóticas. Pasó un tiempo y yo empecé a venir a los seminarios que él daba en la UBA. Como tenía esta beca, me nombraron como ayudante diplomada de su cátedra (ése fue mi primer cargo, en la Facultad de Filosofía y Letras). Hasta que vino la Noche de los Bastones Largos y todo se acabó. Lo echaron a él, nos echaron a nosotros y cada uno se volvió a su casa. Pero Klimovsky no se fue del país. Eso hizo que no nos perdiéramos, que los que trabajábamos en esto siguiéramos en contacto. En la Facultad de Humanidades de la UNLP pusieron de director a Agoglia, que después fue rector en la época de Cámpora. Agoglia había sido peronista, pero había hecho un cambio muy progresista y estaba (aunque no formalmente) con la juventud peronista. Cuando lo nombran decano de la facultad, el director del instituto de filosofía pasa a ser Ricardo Gómez. Allí se creó en La Plata el doctorado en Lógica y epistemología. Por supuesto que yo me inscribí y junto conmigo se inscribió muchísima gente. Todo lo que sabemos los discípulos de Klimovsky lo sabemos de esas clases.

–A ver...

–Recuerdo, por ejemplo, que el aula en la que estudiábamos tenía un pizarrón enorme. Cuando nos explicó el teorema de incompletitud de Gödel comenzó escribiendo en la parte superior izquierda con letra chiquita y ocupó absolutamente todo, hasta el ángulo inferior derecho.

–Justo cuando terminaba el teorema, sí...

–Nosotros grabamos todas las clases de esos seminarios: esa grabación la tiene la editorial AZ (nunca logré que me las devolvieran) porque la idea era que en Las desventuras del pensamiento matemático esas clases fueran como estaban. El se negó, porque ya no tenía ganas de ponerse a revisar las clases. Y yo le escribí el prólogo. De todos modos, seguimos rutas distintas. El era un lógico matemático duro: para él la lógica matemática se había acabado en ¿Gödel? y yo me dediqué a las lógicas filosóficas, que en ese momento habían empezado a surgir de todos lados: la lógica paraconsistente, la lógica de la relevancia, todas estas lógicas que se aplican al lenguaje y a las inteligencias artificiales. Para él todo eso era “mala palabra”. Para ese entonces (años ’80) estaba en boga esto de la inteligencia artificial. Yo hice mi tesis en la corriente de ese contexto, y defendí una manera de dar el significado de las constantes lógicas sin tomar en cuenta los valores de verdad sino la deducción.

–¿Y Klimovsky era jurado?

–Sí, y tuvimos una gran discusión. Pese a todo me puso un 10. Y un tiempo después, dando una charla, dijo: “Tengo una discípula cuya tesis consistió en una discusión conmigo... y no me ha convencido”.

–Rasgo típico...

–Yo de él aprendí todo lo mejor de lo que sé. Todos los que hicimos este doctorado en La Plata formamos un grupo que trabajaba alrededor de Klimovsky. Cuando él fue a La Plata, todavía había una resistencia contra el empirismo y la lógica matemática. Eramos un círculo aislado. En ese sentido, cabe destacar la defensa de Agoglia, que venía de una rama de la filosofía más tradicional. Eso funcionó hasta el 30 de diciembre del ’74, hasta la intervención. Nosotros teníamos una pieza bastante grande llena de libros, y todos esos libros desaparecieron. A Klimovsky lo echaron un tiempito después.

–¿Y después?

–Después él, durante la dictadura militar, tenía que ganarse la vida. Empezó a dedicarse al psicoanálisis y, de refilón, a Piaget. Creo que Klimovsky nunca entendió bien a Piaget (y creo que demasiado no lo quería entender). En esa época se distanció de Rolando García.

–Y además fue uno de los fundadores de Sadaf, la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico.

–Sí. En esa época oscura, la Sociedad de Análisis Filosófico Argentino fue un oasis. En esos momentos él se había retirado un poco de la parte de lógica y estaba más abocado a filosofía de la ciencia.

–Klimovsky no solamente era un gran lógico. Hay una cosa curiosa en él, que es que, más que un hombre de pluma, era un hombre oral.

–Sí, era un hombre de la palabra. Y de una palabra fantástica. No le gustaba escribir, no escribía, o casi no escribía. Los libros que se publicaron son libros en los que él hablaba y otro desgrababa.

–Siempre decía: “Yo formo parte de la logia de la pluma de ganso”.

–Exactamente.

–Además de ser un hombre de la palabra, era una gran persona.

–Sí, sin duda. En la época en la que no había becas en universidades de otras partes del país, él decía que tenía una “Fundación Klimovsky” y les daba dinero de esa fundación a los que no llegaban a pagar para que pudieran ir.

–El fue quien firmó la primera solicitada por los desaparecidos sin ningún tipo de protección.

–Si uno lee el libro de las diversas existencias, se lo ve como un hombre que desde chico había sido militante del Partido Comunista. Era realmente valiente pero, a la vez, cauteloso y con un diagnóstico muy preciso de lo que pasaba. Cuando yo estaba en La Plata haciendo seminarios con él, salió una nota de la Triple A en El Caudillo en contra de todos los que estábamos en la universidad de ese momento. Nos acusaban de marxistas, leninistas, drogadictos, etc. Ese día yo llegué y le mostré a Klimovsky el diario y le dije: “Mire lo que ponen, estos tipos están locos...”. El me contestó: “Tómeselo con calma, porque esto es muy serio”. El 20 de enero, mientras yo estaba de vacaciones, entraron a mi casa y destrozaron todo, y yo no volví más a La Plata. El fue el que me instó a precaverme.

–Y él participó en toda la resistencia de los organismos de derechos humanos.

–Sí, siempre muy cautelosamente. Se ve que él tenía, por su experiencia, más precaución que la que yo como joven tenía. Fue, para mí, un padre intelectual. Y nunca pude llegar a decirle Gregorio, siempre le dije “profesor”. Por más que habláramos de su hijo, de su señora. Su muerte es una pérdida terrible. Pero también hay que decir que él ya estaba muy mal. La osteoporosis estaba muy, muy avanzada.

–¿De qué murió?

–Yo había hablado hacía poco tiempo y él me había dicho que se sentía muy muy mal. Estaba lúcido totalmente, pero muy mal físicamente.

–Nunca se dejó engatusar por la oleada posmoderna.

–Jamás, siempre la aborreció. E hizo su propia interpretación de Piaget y del psicoanálisis. Hubo algunas cosas que tuvo como credo y que nunca logró desterrar. Creo que lo clave en él es esa actitud de no claudicar nunca. Y desde el punto de vista humano, la capacidad de transmitir tanta humanidad sin necesidad de tratarse de “vos”. Esto de no hacer ni siquiera un velatorio tiene que ver con esto.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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