CONTRATAPA

Alfonsín en la Rosada

 Por José Pablo Feinmann

A partir del punto final y la obediencia debida todos empezaron a ser duros con Alfonsín. No hubo cosa que no se le dijera. No sólo desde la izquierda o los organismos de derechos humanos, también desde el peronismo. Lo del peronismo tiene poco espesor porque muchos de los lapidadores de Alfonsín apoyaron al peronista Menem cuando dictó los indultos. Por obediencia partidaria o por participar del festín que se venía. Otros no: otros rechazaron los indultos del jefe riojano. Pero no fueron mayoría. El justicialismo de los noventa se encolumnaba con la farra menemista, con las privatizaciones, con la farandulización de la política, el despedazamiento del Estado y la deificación de la economía. Se lo trae a Juan Manuel de Rosas de Southampton para abrir el espacio de la tolerancia, de la amplia amnistía histórica que habría de incluir también, y sobre todo, el indulto a Videla. Notable la elasticidad de los sectores hegemónicos, de los sectores dirigentes que siempre odiaron a Rosas, principalmente desde la figura egregia del general Mitre, y les importó poco que el riojano federalista (al que de federalista le quedaba poco) lo trajera al Restaurador de las Leyes. Siempre imperó en el país la maldición del poeta José Mármol: “Ni el polvo de tus huesos la América tendrá”. Pero los negocios son los negocios. El sentido último del poder es ganar dinero para conservar el poder y si Menem lo permitía, pues con Menem habrían de estar. Como fuere, tampoco Menem lo traía a Rosas por federalista. En los ’90, el federalismo de Menem era una postal del pasado. Les habrá dicho a quienes lo impulsaron al poder: “Vean, olviden sus rencores con Rosas, déjenmelo traer. Si lo traigo a él proclamo la amnistía nacional, la era del olvido y lo indultamos a Videla y a todos los que haga falta”. Quienes lo escuchaban eran los mismos que habían volteado a Alfonsín. Pensemos esto: sabemos que a Alfonsín lo tiró abajo un “golpe de mercado”. O sea, tuvimos ya un golpe en democracia. Fue el que dio el mercado en 1989. ¿Quiénes habrán sido? ¿Qué otros sino los que manejan el mercado? Hubo algo que Alfonsín no les concedió. Seguramente la desnacionalización de la economía. O no. Pero lo esencial para voltearlo a Alfonsín era imponerle condiciones a Menem: “O hace lo que decimos o lo tiramos a usted también”. Desalojadas las Fuerzas Armadas de su protagonismo para los golpes contra las instituciones, las maniobras para condicionar-debilitar o voltear gobiernos democráticos quedó en dos manos. Fueron las corporaciones, el poder económico, el que aniquiló a Alfonsín. Por el contrario, hoy es el poder agrario el que asume ese protagonismo. Se habrá observado la reticencia de los capitales transnacionales, de los hombres de las finanzas durante la embestida agraria. Hubo algo que no arreglaron. O las multinacionales y los jerarcas de la banca eligieron quedar como opción para el futuro o no quisieron agredir tan duramente al gobierno. Pero el encuadre para interpretar la cuestión sería: 1) Actividad golpista habitual en la Argentina: las Fuerzas Armadas, en representación del establishment; 2) Ante el colapso de la FF.AA. en Malvinas y su desprestigio por los crímenes de lesa humanidad (en el ámbito internacional sobre todo), ante lo insostenible de contar con su único sector golpista y antidemocrático (los “carapintadas”) por su escasa presentabilidad, por lo imprevisible de sus cuadros (¿quién podía controlar a Seineldín?, ¿quién podía controlar a un milico que decía “no hay camellos verdes ni judíos decentes”?) son los propios hombres del poder financiero quienes encarnan el golpismo, el “golpe de mercado”. Es, además, el que ellos pueden dar. Los financistas pueden golpear con el mercado. Con eso tiraron a Alfonsín y condicionaron a Menem que hizo lo que le dictaron y todos felices y todos se llenaron de oro durante los ’90 y el país se arruinó; 3) Ante la aún vigente ausencia de los militares para agredir a la democracia, ante el retraimiento del poder financiero, el golpismo o los duros planteos para condicionar a un gobierno democrático vienen del ámbito agropecuario. Si el golpe de mercado arruinaba las finanzas, el golpe agrario tiene el poder de hambrear al país, de desabastecerlo. Y otra gran virtud (de la que carecen los financistas, más identificados con el poder multinacional): los agrarios pueden decir que, al tener la tierra, son la patria. De ahí que tantos taxis y tantos otros argentinos amantes de las virtudes de la tierra hayan puesto banderas en sus automóviles. “Estamos –decían– con los que representan a la patria.” Sólo un detalle: las tierras de los productores no son la patria, son sus propiedades. Son de ellos. Son su propiedad privada. Y todos sabemos que la propiedad privada es inviolable. Que la Constitución del ’49 la aceptó solamente en la medida en que se pudiera declarar su “función social”. La frase era: “La función social de la propiedad privada”. Pero, razonablemente, la Libertadora liquidó esos incómodos artículos. Sólo una vez, que recuerde, Antonio Cafiero, cuando era gobernador de la provincia de Buenos Aires, volvió a hablar de la función social de la propiedad privada. Lo declararon el Lenin argentino y tuvo que aflojar en seguida o lo colgaban de un poste de alumbrado. La cuestión, entonces, sería: el golpismo ha exhibido hasta el momento tres facetas: a) las Fuerzas Armadas; b) los grupos financieros; c) el poder agrario. Todos, siempre, apoyados por un periodismo pendenciero que le abrió el camino.

De aquí la importancia de la presencia de Raúl Alfonsín en la Casa Rosada. Comparto el cariño con que la Presidenta lo recibe en la foto que se dio a publicidad. Se lo ve viejito a Alfonsín, pero acaso deba saber que el país le va a reconocer un par de cosas. Son muy pocos los que llegan a tan alto mérito. Se dirá que después hizo el Pacto de Olivos. Es cierto, todos le reprochamos eso. Pero Alfonsín tiene dos años impecables. O, sin duda, buenos. Su punto máximo es el Juicio a las Juntas. Se juzgó a los culpables del genocidio y eso lo hizo Alfonsín. No lo hubiera hecho Luder. Alfonsín tenía un compromiso con los derechos humanos. Hoy, ese Juicio a las Juntas, revela su valentía. Hoy, en que está de moda defender a los matarifes de la guerra sucia, en que está de moda demostrar que son sus víctimas las que gobiernan (las víctimas no gobiernan: los militares no juzgaron a los guerrilleros, los mataron, los empalaron, los quemaron vivos en una ceremonia a la que llamaban “el asadito”), que reaparezca Alfonsín es saludable para la democracia y los derechos humanos. El puso a los militares en el banquillo de la Justicia. Y hoy, descaradamente, se busca demostrar que todos los desaparecidos eran montoneros. Una manera de decir: no estuvo tan mal, eh. Ellos también habían matado. Todo apunta a los dos demonios. Lo de Rucci también. ¿Quién no sabe que ése fue un crimen horrendo? Como todo crimen, por lo demás. Pero –de los desaparecidos– el 60 por ciento fueron obreros. Se leyó bien: fueron obreros la mayoría de los desaparecidos. Y muchos, también, peligrosísimos pibes de 16 años y hasta de 14. No sé si Alfonsín se amparó en la teoría de los dos demonios. Puede ser y también es posible que lo necesitara. Pero juzgó a los culpables de lesa humanidad. A los que matan desde el Estado. El Estado debe juzgar. Ante todo, juzgar. Y luego aplicar la justicia. Aquí, en la Argentina, no hay pena de muerte. Los matarifes a los que se busca reivindicar no juzgaron y, para colmo, aplicaron la pena de muerte.

Pero éste no es mi tema de hoy. Es la visita de Alfonsín a la Presidenta. En un momento en que los muñecoides del campo vuelven a aparecer en esas fotos que los muestran alineados como los jugadores de fútbol, en que un tipo como De Angeli decide un paro, uno piensa en Alfonsín. Dos años buenos. El primer juicio a militares masacradores en toda la historia de América latina. No es poco. Hoy, en que está de moda odiar a las víctimas de los militares (lo que inevitablemente relativiza la condena sobre ellos), es bueno que aparezca Alfonsín. Un tipo que logró unir su imagen a la de la democracia. Y se fue a fotografiar con la Presidenta. No con los mediáticos dirigentes agrarios. Que ni se representan a ellos. Son un mero instrumento del OTRO peronismo. Del que busca reemplazar a los que ahora están. O sea, todo lo que están haciendo los antiperonistas de este país (algo que se torna patético en los ilustrados) es apoyar el retorno de la derecha peronista.

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