CONTRATAPA

Titular

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Tal vez por mi muy larga y ancha relación amistosa y profesional con este diario –que supo revolucionar la especie a mediados de los ’80– siempre he sido muy sensible al método con que se titulan las noticias en la prensa escrita. Y siempre busco algo nuevo, algo que me intrigue. Pero se sabe: la mayoría de los periódicos se aferran todavía a esa idea de que las letras grandes y gruesas deben arreglárselas para sintetizar aquello que se notificará ahí abajo, en letras más pequeñas. Así, el título como capitel y la información, sosteniéndolo, en un número de columnas a convenir. Algo de bueno tiene esta actitud retro o clásica: en muchas ocasiones no hace falta seguir leyendo y el efecto irritante es inmediato y, por lo tanto, también pasa más rápido. De este modo, los últimos días por aquí han estado marcados por el ruido blanco y negro de la resaca del plantón de los controladores aéreos; el waka-waka de Wikileaks (conmueve la ingenuidad adolescente y casi nerd de inactivos activistas calzando la máscara del anarquista V de V de Vendetta haciendo de este personaje de comic el reemplazo más o menos natural del póster-boy y para muchos ya personaje de historieta conocido como Ernesto “Che” Guevara); el asesinato de tres hijos a manos de sus dos madres (la primera no quería que su nueva pareja se asustara por semejante carga y saliera volando, la segunda temía que la custodia fuera otorgada a su ex marido); la revelación de que una admirada y modélica atleta española parecía estar metida en el comercio y reparto de sustancias prohibidas y transfusiones poco deportivas; las encuestas en las que sube el PP y baja el PSOE (con esa última esperanza llamada Alfredo Pérez Rubalcaba insinuando que no cuenten con él para la debacle del 2012 con la funeraria frase “el cementerio está lleno de imprescindibles”); el modus operandi de un asesino serial que descubrió que si se empleaba como celador de asilo iba a poder matar viejitos sin que lo siguiera la gente del C.S.I. y que si lo atrapaban hasta podría aducir motivos humanitarios; las tres décadas de la noche triste en la que Lennon dejó de imaginar que no hay cielo; la prolongación (o no) del ¡¡¡ESTADO DE ALARMA!!! para así garantizar la Feliz Navidad y el Próspero Año Nuevo del espacio aéreo; el tránsito hasta el más mínimo detalle de Mario Vargas Llosa por Estocolmo y alrededores (incluyendo hasta moretones en su ilustre trasero), y la pésima salud continental de un mundo más viejo que nunca llamado Europa donde los jóvenes van perdiendo esa paciencia que es lo único a lo que pueden aspirar (junto a estimulantes varios) tal como están las cosas.

Y cuando pensaba que ya todo estaba perdido (me refiero aquí a la edición catalana de El País del pasado miércoles), debajo de una sabinesca rima involuntaria como Nota A (“Los vecinos se quejan del hedor del abandonado museo del Alcantarillado”) me quedé petrificado frente a (Nota B, pie de página, firma de F. Balsells) lo que sigue: “Casi ocho años de cárcel para el hombre que mató a un anciano por haberle tocado el culo”.

Y pensar que hay gente que sólo lee el diario para ver cómo andan las cosas.

DOS Y, sí, de acuerdo: era un titular clásico. Dos líneas, clara descripción de lo acontecido. Pero, también, la palabra “culo” (que siempre llama y llamará la atención en el titular de un diario) y el tenue misterio de lo que allí se recontaba. Así que seguí leyendo y dejé de lado –para más tarde– el detalle del menú de lo que había comido Vargas Llosa la noche antes de recibir el Nobel o el número y el volumen en mililitros de las lágrimas derramadas por escritor y familiares durante la lectura de su discurso de aceptación y agradecimiento. Pero antes de informarme de lo sucedido, reflejos automáticos y libres asociaciones de ideas: “Casi ocho años de cárcel...” (lo que la Fiscalía pide para los controladores aéreos presuntos culpables del delito de sedición y acusados de tocarles el culo a cientos de miles de viajeros frustrados durante el pasado puente) “...para el hombre que mató a un anciano” (esa carita de inocente de Joan Vila, celador del geriátrico de Olot, despachador de once ancianos que lo idolatraban y a los que obligaba a ingerir productos de limpieza cáusticos y corrosivos) “...por haberle tocado el culo” (Mario Vargas Llosa se cayó haciendo “piruetas” a pedido de un fotógrafo sueco, de ahí un “culo morado” consecuencia de, según su agente, “un culazo de aúpa” y, detallaba la crónica, que “ese culazo fue lo de menos, pues la hinchazón progresiva de la nalga sólo podía vérsele en la intimidad...”. Y, de verdad, ¿hace falta enterarse de todo esto?). Enseguida, el eco de que en esa noticia –la del hombre que mató al anciano por haberle tocado el culo– había como un destello de comienzo del inglés Alan Hollinghurst (quien el año que viene publicará, por fin, su quinta novela) en variación cítrico/automatizada y drugo/ultraviolenta o algo así y, lo siento, así funciona (o así no funciona) la cabeza de quien firma estas líneas.

Y así le/me va.

Y pensar que hay gente que nunca piensa en este tipo de cuestiones ni escribe una contratapa a la semana.

TRES El contenido, entonces. Todo sucedió en junio del 2007, en el baño de la estación de autobuses de Tarragona. No se ofrece nombre ni iniciales de la víctima, pero sí edad: 83 años. Del victimario, en cambio, sabemos que, además de contar por aquellas fechas con 32 años, es de nacionalidad ucraniana y responde a las señas de Pavlo (así, con v corta, diga lo que diga la RAE) Ch. Sabemos también que el ucraniano se encontraba orinando, que había pasado bebiendo buena parte de la mañana luego de discutir con su esposa, y que “Vino un señor por detrás, me tocó el culo y dijo ‘¡Qué culo tan bonito!’ Luego le grité que era un maricón”. Enseguida, “una salva de golpes y patadas” del centroeuropeo al mediterráneo, el anciano intentando en vano protegerse con su bastón y luego, ante el juez, Pavlo Ch. intrigado porque “no me explico cómo murió si los golpes no fueron tan fuertes”.

Y eso es todo.

Y pensar que Gustave Flaubert escribió Madame Bovary a partir de un recorte de periódico más o menos parecido.

CUATRO Samuel Taylor Coleridge soñó el poema “Kubla Khan”, Jack Nicklaus mejoró su swing luego de soñar una nueva manera de aferrar su palo de golf, Robert Louis Stevenson soñó al Dr. Jekyll (y a Mr. Hyde), Martín Luther King soñó que tuvo un sueño, y yo –más humilde– soné el final de esta contratapa que no sabía cómo terminar.

En mi sueño yo estaba en un aeropuerto en el que todos los vuelos habían sido cancelados. Por los altoparlantes se oía a Lennon cantar “Imagina que no hay espacio aéreo” y –en estado de alarma, muy preocupado porque me habían adelantado que Wikileaks filtraría e-mails míos en los que pedía un aumento de dinero por mis colaboraciones a una revista latinoamericana cuya denominación no viene al caso– yo entraba al baño y ahí estaba Mario Vargas Llosa. Al verlo, yo me caía de culo, me daba un culazo de aúpa y mi flamante ejemplar de la nueva novela de Hollinghurst iba a dar a un charco de (rima) meada dopada. Vargas Llosa me ayudaba a levantarme y me preguntaba si me estaba al tanto por El País de que no funcionaba el ascensor de su casa en Madrid, asunto que lo tenía muy preocupado. Estaba por responderle que por supuesto (y que también había leído todo lo referente al signo zodiacal de su otoñal portero, próximo a retirarse en un coqueto residencial de Olot) cuando de pronto, en uno de los orinales, alguien con una máscara de V saltaba sobre un anciano que gemía “No te vayas, Rubalcaba... Eres lo único que nos queda a los votantes socialistas”. De golpe, una de las puertas de los cubículos del baño se abría y allí estaban tres niños, sus ojos en blanco, cantando “La sonrisa de mamá”, aquel hit de Palito Ortega que supo torturar mi infancia y que, seguro, resuena ahora por los pasillos de Guantánamo y del lugar donde irá a parar el futuro Nobel de la Paz Julian Assange, condenado –informaban las pantallas del aeropuerto– a escribir varios millones de veces “No volveré a decirle ‘Qué culo tan bonito’ a una mujer en Estocolmo o en ninguna otra ciudad de Suecia”.

Y –ahí me desperté gritando, me duché, me vestí y salí a comprar un montón de páginas con titulares frescos– pensar que hay gente que sólo sueña con los angelitos.

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