CONTRATAPA

Violencia fantástica

 Por Rodrigo Fresán

Desde Manzanillo

UNO Esta contratapa que se titula “Violencia fantástica” en realidad debería titularse “Breve pero contundente historia de la estupidez humana”. Pero, claro, es un título muy largo y restaría mucho espacio al ya de por sí poco espacio para estas letras. Así que lo primero, lo del principio. Me explico: “Violencia fantástica” es lo que aparece –a modo de advertencia para padres e hijos– al principio de todo episodio de Bob Esponja en el canal de TV mexicano donde vuelvo a encontrarme con el mismo dibujo de siempre pero, ahora, con diferente acento de doblaje. “Violencia fantástica”, supongo, es lo que no llega a ser “violencia real”: esa violencia imposible de las caricaturas destinadas a morir una y otra vez. A explotar. A caer por precipicios. A desarmarse en mil pedazos para así poder volver a armarse hasta el fin de los tiempos. Leo y veo todo eso y pienso en que el México de aquí y ahora es un país contagiado de violencia real (de ultraviolencia verídica) pero, también, de violencia fantástica en su aparente imposibilidad de detenerse y agotarse. Así, los narcos –y todo aquel que, pobrecito, pasaba por ahí y de pronto comprende que está perdido al encontrarse en el lugar y momento equivocados– vuelan por los aires como dibujos desanimados, por los siglos de los siglos, ACME. Y me temo que, al tocar suelo, ya no se levantan, no regresan en la próxima caricatura, that’s all folks, “bang-bang, te llamabas”, etcétera.

DOS ¿Y cómo es que conviven los mexicanos con semejante megadosis de horror cotidiano? Mínimo pero revelador ejemplo: semanas atrás, en Madrid, en el centro de un homenaje a Tomás Eloy Martínez, aterrizó sobre el auditorio la noticia de que habían sido depositados veintiséis cadáveres, en tres camionetas en llamas, frente a los portales de la Feria del Libro de Guadalajara, que se inauguraba al día siguiente. Llamé por teléfono a un tapatío para, espantado, contárselo. “Espérate un momentito que me fijo en Google.” Medio minuto después me decía, como quien reprende a un niño exagerado y asustadizo: “Pero Rodrigo... No fue en la FIL, fue a tres calles de allí”.

Lo de antes, todos juntos, a coro: violencia fantástica.

TRES Volvamos ahora a la estupidez humana y a su interminable historia; que no es que pueda abreviarse pero que, sí, basta una mínima muestra suya para convencernos de su existencia infatigable, de su eternidad sin fecha de vencimiento en tanto sigamos aquí. Allá vamos. Leo un periódico mexicano y qué mexicanos que son los periódicos mexicanos. Titulan raro, siempre con un verbo adelante, y sin precisar del todo quién es el sujeto. Ejemplo: “Se tomaron venganza”. Y punto. ¿Cuál? ¿Quiénes? ¿Violencia fantástica? ¿Violentos fantásticos? Por suerte, en el diario de hoy, a modo de insert, viene ese par de pliegos de la prolija edición internacional de The New York Times elaborada, seguro, con un manual de estilo un tanto más riguroso que el de sus colegas al sur del Río Grande. Aun así, allí también soy fantásticamente violentado. La culpa es mía porque no debería leer esas cosas. Me refiero a las noticias que tienen que ver, de un tiempo a esta parte, con esa nueva especie cada vez más grande y vigorosa que se dedica a todo lo que tiene que ver con lo informático con las redes sociales y con los enredados. Días atrás me enteré –crujiendo maxilares– que “la iniciación sexual de los adolescentes es, sobre todo, a través de Internet” y leí el testimonio de un tal Ismael que probablemente nunca llegue a leer Moby Dick (y mucho menos crear algo así) porque “escribo 50 tweets diarios y a veces me levanto, me meto en la ducha, y estoy pensando que tengo que escribir algo, sé que son las 7.30 de la mañana pero tengo muchos seguidores y quiero tenerles contentos. Algunos son grandes amigos a los que no vi nunca; pero nos conocemos de toda la vida de Tweeter”.

Lo de The New York Times –firmado por Jenna Wortham– es peor aún. Allí se cuenta de los emoji, que son la versión más evolucionada de los emoticones y de esas combinación de paréntesis y puntos y comas y apóstrofos para ensamblar caritas horizontales y que, como tantas otras cosas por el estilo, proviene de un país violentamente fantástico como Japón. Los emoji son una nueva versión de “alfabeto en imágenes” con el que elaborar SMSs y que, según los especialistas y entusiastas, “abren aún más la puerta que entreabrieron los emoticones para establecer una comunicación no verbal”. De ahí que una tal Alicia Fernández –estudiante de marketing en el Berkeley College de New York– testimonie entusiasmada que “en lugar de decir ‘Te amo’ ahora puedo usar el símbolo de un corazón”. Ah... Pero lo verdaderamente perturbador es lo que allí declara S. Shyam Sundar, codirector del Media Effects Research Laboratory en la Pennsylvania State University. Siéntense, agárrense fuerte, ¿están listos? Esto es lo que afirma Sundar: “El texto como medio es algo particularmente opaco y aburrido cuando se trata de expresar las emociones humanas”. Leí eso y comprendí exactamente lo que siente una y otra vez el Coyote al descubrir que se ha quedado sin suelo y que ahí abajo sólo resta la inapelable e impiadosa verticalidad del abismo.

CUATRO ¿Les gustó? ¿Me dejan que –cut and paste– lo repita? “El texto como medio es algo particularmente opaco y aburrido cuando se trata de expresar las emociones humanas.” ¿Una vez más? “El texto como medio es algo particularmente opaco y aburrido cuando se trata de expresar las emociones humanas.” ¿De nuevo? “El texto como medio es algo particularmente opaco y aburrido cuando se trata de expresar las emociones humanas.” Me pregunto cuál será el emoji que corresponderá a lo que quisiera decirle a S. Shyam Sundar de tener las coordenadas de su móvil o BlackBerry o iPad o iPhone o cualquiera de esas cosas por las que –¡violencia fantástica!– casi se matan en China, hace unas horas, al descubrir que Apple iba a dejar de venderles aquello que ellos mismos fabrican en factorías dickensianas. O, tal vez, lo mejor sería bombardearlo non-stop con títulos: Anna Karenina, La invención de Morel, Grandes esperanzas, Falconer, En busca del tiempo perdido, La vida breve, Matadero-Cinco, Don Quijote, La montaña mágica... ¿O será tal vez que yo ya soy una reliquia del pasado desenchufado y que para Sundar “texto” ya no equivale a sanguíneo libro sino a los contados caracteres que entran en una pantallita plasmática?

Ahora, en el televisor, en Fondo de Bikini, Bob Esponja alcanza el megaorgasmo múltiple (¿sexo ilusorio?) mientras le canta a una burguer-cangreburguer y allí fuera, a unos pocos metros, rugen las olas del belicoso Pacífico.

Falta poco para El Grande; para ese terremoto definitivo que tarde o temprano, cortesía de la falla de San Andrés como una cicatriz cruzando el rostro de la West Coast desde allí arriba hasta aquí mismito, ahorita, luego-luego. Entonces muchos serán felices, supongo; porque sólo habrá tiempo suficiente para despachar un emoji con forma de calaverita, un breve y estúpido emoji como esas dulces y sabias calaveritas del Día de los Muertos.

Es la hora del crepúsculo.

Buenas noches.

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