CONTRATAPA

Mapa del mundo

 Por José Pablo Feinmann

Hubo una época en que un actor cómico argentino, que se desempeñaba sobre todo en la radio, hizo realidad a un personaje entrañable de los años ’40 y ’50: el agente de la esquina. El actor llevaba por nombre Tomás Simari y el personaje fue el agente Medina. Medina rimaba con esquina. En esos años, siempre había por ahí un “vigilante” dando vueltas. Traía confianza al barrio. Se podían sacar la reposera y las sillas a la vereda, durante las noches, tomarse unos mates o un té digestivo o Cirulaxia, pues los laxantes eran una moda de la época. El agente Medina empezaba sus programas con las siguientes, cálidas palabras: “Permiso, soy el agente Medina, cuyo orgullo mayor es decir al superior: ‘Señor, en esta parada no ha pasado nunca nada desde que la cubro yo’”. La niebla de los tiempos ha cubierto de olvido al agente Medina e ignoramos qué habría sido de él en los años por venir. Ese mundo ha muerto. La policía es la que adiestró el general Camps y los Ejércitos ya no son armas de liberación (como los de San Martín y Bolívar), sino de conquista. Lo que nos lleva a ese problema: el de la conquista. Arrojarse sobre un territorio, someterlo y extraerle sus riquezas en tanto se tortura a todo aquel que pueda brindar informaciones válidas o sea sospechoso de serlo pareciera ser fácil para la coalición de imperios que hoy trabajan mancomunados. El problema no es entrar, es salir. Entrar habitualmente o casi siempre se justifica (hoy) por la Guerra contra el Terror, que es una guerra de contrainsurgencia contra el terrorismo internacional. Hay un experto en contrainsurgencia, que es francés, maestros en ese arte, cuyo nombre es Gabriel Périès. Este hombre ha afirmado que la contrainsurgencia (basada en el célebre Manual de Roger Trinquier titulado La guerra moderna) ha servido, sin duda, para ganar batallas. Pero “no bastó para asegurar la victoria de las potencias coloniales en Indochina, Mozambique, Angola, Argelia ni en Vietnam. Y una aproximación a un diagnóstico general de aquellos fracasos será ‘la falta de un planteo de salida de crisis’ que facilitara el regreso a la política. ¿Acaso en la contrainsurgencia se olvidó el principio clausewitziano de la vinculación entre guerra y política? Vietnam, por lo menos, hizo reflexionar al general Colin Powell en este sentido, al formular uno de los puntos de su conocida doctrina de Rules of Engagement, en los que planteó el imperativo de una ‘estrategia de salida’ para cualquier intervención militar estadounidense” (Khatchik DerGhougassian, La Contrainsurgencia Global en la lógica de la Geopolítica Unipolar en La Contrainsurgencia en el Siglo XXI y su crítica, Prólogo Nilda Garré, Ministerio de Defensa, Argentina, 2009, p. 9. DerGhougassian se ha desempeñado como Editor de este invalorable trabajo). La “estrategia de salida” –que menciona Colin Powell basándose acertadamente en Clausewitz– implica considerar que si bien la guerra será siempre la continuación de la política por otros medios debe considerar (como elemento complementario de ese axioma) que la guerra, al no poder constituirse en un estado permanente de las cosas, debe postular que necesariamente la política debe ser la continuación de la guerra que vino a reemplazarla por “otros medios”. O sea, no se puede permanecer eternamente en los “otros medios”. La frase misma delata –si se la piensa bien– sus hondas limitaciones. Una cosa son “los medios”. Otra “los otros medios”. “Los otros” al reemplazar a “los medios” denuncian su carácter de excepcionalidad. Habrá guerras para retornar a la política. Si “los otros medios” se transformaran en “medios permanentes” volveríamos a un estado pre-leviatánico en que reinaría el hombre en tanto lobo del hombre y la guerra de todos contra todos. Significaría que toda la edificación de la teoría burguesa de la sociedad, del Estado y aun de la guerra ha fracasado. La humanidad se habría hundido en un estado de barbarie pre-Hobbes y ese retroceso traería aparejado nada menos que el caos. O el nihilismo. Pese a ello, la potencia imperial hegemónica insiste en la teoría clásica de contrainsurgencia y en una afirmación no sólo petulante, sino casi infantil: “A nosotros no nos va a pasar”. Que significa: ellos no tienen que pensar en una estrategia de salida porque el triunfo guerrero (de los “otros medios”) será tan aplastante que, en lugar de una estrategia de salida, sus teóricos en contrainsurgencia elaboran una estrategia de permanencia. Escribe DerGhougassian: “Después de Irak, la superpotencia del siglo XXI intenta demostrar que va a ser posible romper esta larga serie de frustraciones que padecieron todos los conquistadores e imperios desde Alejandro Magno, pasando por los británicos en el siglo XIX y los soviéticos sobre casi fines del siguiente. Es en Afganistán que la estrategia de contrainsurgencia hará su mayor prueba de fuego” (Ob. Cit., p. 12). Ya la hizo y fracasó. (Nota: Recomiendo ver –creo que ya lo hice otras veces– el film La conspiración, tal su título en castellano, dirigido por Paul Haggis e interpretado por Tommy Lee Jones. A un padre le avisan que su hijo, combatiente en Irak, ha regresado y desaparecido. Hay un viaje de ida de ese padre. En él pasa por un puesto militar en que la bandera de su país está colocada cabeza abajo. Veterano de Vietnam, sargento que cree en los valores de la democracia “americana”, detiene su camioneta y ordena que la bandera se ponga derecha. Porque cabeza abajo –dice– significa: “Estamos desesperados. Y no tenemos quien diga una simple plegaria para salvar nuestro culo”. Sigue su viaje. Cuando vuelve –luego de atroces revelaciones y de ver el cadáver despedazado de su hijo– se detiene en el mismo puesto. Baja la bandera. La pone otra vez cabeza abajo. Y sigue su viaje sin esperanzas.)

Los soviéticos, al invadir Afganistán, creían lo mismo que los norteamericanos. Una guerra breve, poner a un gobierno aliado, consolidarlo combatiendo a los rebeldes y regresar. Entre tanto, arman hasta los dientes a los que consideran aliados. Que luego no lo serán ante el próximo invasor, Estados Unidos en este caso, al que enfrentarán con sofisticado armamento soviético. Los rebeldes tampoco habrán sido derrotados. Sólo el país, Afganistán, ha salido del sanguinario conflicto fortalecido en el aspecto moral (que implica el fortalecimiento de la unidad y de la especificad nacionales) y militar. El fundamentalismo religioso juega (con una fuerza inusitada y nueva desde las Guerras de la Cristiandad) un papel de relevancia. “La palabra misma Islam (escriben dos autores occidentales) se traduce del árabe como ‘sumisión’ u ‘obediencia’ (a la voluntad y las leyes de Alá establecidas en el Corán) y la palabra musulmán, que tiene la misma raíz en árabe significa ‘la persona o cosa que obedece la ley de Alá’” (Horrie y Chippindale, Qué es el Islam, Alianza, Madrid, 1995, p. 15). Sin embargo, no es el único punto de vista. Se ha hecho un lugar común unir las palabras Islam y terrorismo. Pero María Clara Lucchti Bingemer, en Violencia y religión, refuta con fundamentos y textos poco conocidos (por los occidentales, desde luego) esa equivalencia. Creemos que la lectura de El Corán razonablemente puede estremecer a muchos occidentales. Sin embargo, deben estar abiertos a un texto al que tantos veneran. Deben, también, pensar quién puede tirar la primera piedra. Me estremezco, por ejemplo, al leer en Karl von Clausewitz que la guerra es el precio de la sangre y que cualquier consideración de humanidad hará a un soldado más débil ante otro que las haya dejado de lado. También Colmar von Der Goltz (mariscal del reino de Prusia y Müschir del Imperio de Turquía) enunció célebremente: “Los pueblos que anhelan la paz deben prepararse para la guerra”. En suma, hay que vivir para la guerra. En la paz, preparándose. En la guerra, haciéndola. Estos dos prusianos (los prusianos han sido genios de la guerra; y si no que lo digan los pobres franceses de Thiers en lucha contra los doberman de Bismarck en la guerra francoprusiana de 1870) fueron los primarios teóricos del Ejército argentino hasta que, a partir de 1959, entraron en el país los paracaidistas franceses de la Doctrina de la Seguridad Nacional y luego la Escuela de las Américas, educada por el general Aussaresses, héroe de Argelia y cabecilla de la OAS, genio de la tortura de inteligencia.

Pero la gran potencia del Norte salió debilitada de su experiencia iraquí. En economía son varios los países que desobedecen sus consejos, pese a una fuerte resistencia interna que los representa sobre todo a partir del poder mediático que el Imperio controla. La crisis global del capitalismo llevó a muchas naciones a apartar (y no de buenos modales) al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial: ya no regirán sus destinos. “A comienzos del nuevo milenio, muchos países –Rusia, Tailandia, Argentina, Brasil, Serbia, Indonesia– habían decidido reembolsar su deuda al FMI de manera anticipada para desprenderse de los axiomas impuestos por los organismos internacionales” (Alan Grez, El Consenso de Pekín, Cómo cambió el mundo, Le monde diplomatique, Buenos Aires, 2011, p. 266). La pregunta de hoy osadamente pareciera ser: ¿Qué Consenso reemplazará al de Washington? ¿Acaso el de Pekín? Como fuere, Alan Grez es un optimista sobre el destino de los países de esta intempestiva América latina: “Como nunca desde la descolonización, los países del Sur tienen la posibilidad de llevar a cabo políticas independientes y encontrar socios –tanto Estados como empresas– no alineados con la visión de Washington (...) Los países pueden decidir planes de desarrollo sin pasar por las horcas caudinas del Consenso de Washington” (Ob. Cit., p. 267).

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