CONTRATAPA

Rafecas, Sharp, la política, el odio y la paz

 Por Mempo Giardinelli

Y la Presidenta salió a responder con Política, nomás. Y es que era inadmisible que el “Caso Nisman” dominara todos los escenarios por más de cuarenta días. La ciudadanía de una nación democrática tiene muchas otras cosas que hacer y los gobiernos también. En primer lugar, y en estos tiempos, Política. Unica vía superadora de crisis institucionales como la que planteó la muerte del desdichado fiscal de la por veinte años congelada Causa AMIA.

A la par, la valiente resolución del juez federal Daniel Rafecas determinó que no están dadas las mínimas condiciones para iniciar una investigación penal a partir de lo presentado por quien en vida fuera el fiscal Alberto Nisman. “Ha quedado claro –establece en 62 páginas– que ninguna de las dos hipótesis de delito sostenida por el fiscal Pollicita en su requerimiento se sostienen mínimamente.”

No obstante, y todo el país lo sabe, es absolutamente previsible que la Cámara de alzada va a rechazar esta decisión y ordenará la continuación del proceso, a cargo de magistrados “amigos”. Y es muy probable que la Corte Suprema, en su nuevo estilo pas de quatre, zafe o dilate.

Con lo que el odio seguirá instalado en primeras planas insidiosas y en la pequeña farándula de odiadores que intentan confundir al pueblo desde programas de la telebasura.

No hay duda de ello, y es lógico que así será porque el otro gran protagonista del presente argentino –oculto– es el todavía casi desconocido Sr. Gene Sharp, un veterano dizque filósofo estadounidense especialista en derrocar gobiernos a través de métodos no violentos, que sustituyen bombas y fusiles por mentiras, desobediencia y boicot.

Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Massachusetts, fundó en 1983 la así llamada Albert Einstein Institution, cuya misión es el uso de la acción no violenta para “democratizar” el mundo. Le guste o no a quien sea y cueste lo que cueste y caiga quien caiga, claro está, pues se trata de una “democratización” anticonstitucional mediante la manipulación del humor social.

En su ensayo “De la dictadura a la democracia”, traducido a decenas de idiomas, el Sr. Sharp propone la acción no violenta como método ideal para manipular conflictos cuya gravedad se estimula hasta límites intolerables y en los que sí puede estallar la violencia, pero en ese caso “justificada” porque “los pueblos anhelan la libertad”. De ahí la necesidad de caracterizar primero a los gobiernos a derrocar como “dictaduras”. La viveza de Sharp y sus seguidores locales es que, así, ellos estarán libres de culpa porque son, claro, “pacifistas”.

El principio rector es lo que Sharp llamó “political jiu-jitsu”. Empezó con ello en 1973 con su primer libro: Política de la acción no violenta. Propone allí 198 caminos, acciones o métodos para derrocar gobiernos y los divide en tres fases: la protesta, la no cooperación y la intervención. Las cuales siempre son aplicadas antes o después de procesos electorales.

Son innumerables las crisis políticas y sociales en las que hubo personeros locales de este “método”. En Latinoamérica lo aplicó hace poco la derecha venezolana, con Henrique Capriles a la cabeza. Pero también se practicó en Siria, Libia, Irak y muchos otros países de Asia y Africa, y acaso también en el Chile de Salvador Allende.

El llamado “Método Sharp” comienza casi siempre por el no reconocimiento y/o el duro cuestionamiento de los resultados de las elecciones presidenciales, a lo que le siguen muchas pequeñas y grandes acciones deslegitimadoras de la institucionalidad. En ese contexto debería leerse el capítulo que atraviesa hoy la Argentina. Y para continuar la meditación sobre el odio que esta columna viene describiendo, hay que recordar que a la cabeza de los odiadores están los medios dominantes y sus discípulos, la enorme mayoría de los dirigentes políticos argentinos. Lo que es una vergüenza por el flaco favor que le hacen a nuestra ardua democracia, pero hasta esos extremos llega su odio.

El cual, por cierto, a la vez es inexplicable desde el punto de vista económico y social, porque es un odio que carece de sentido en una sociedad como la nuestra, con múltiples problemas, pero también con soluciones y paliativos que en los últimos diez o doce años han venido mitigando muchos dolores sociales. Aunque buena parte de la clase media no lo quiera reconocer, los trabajadores argentinos en general han prosperado y asumen sus derechos. Y si bien muchísimas víctimas del horror social menemista y de 2001 todavía no se recuperaron (y son entre un 10 y un 20 por ciento de la población total, o sea entre 4 y 8 millones de argentinos), esos sectores no son hoy mera clientela sino que saben, se enteran y se dan cuenta de que por primera vez en décadas sus derechos son atendidos, poco o mal pero atendidos. De ahí que no sean ellos los argentinos enfermos de odio.

La virulencia y el ciego rencor antiperonista (aunque pasaron 60 años) pueden basarse hoy en la desinformación sistemática y en el hecho de que el gobierno se equivocó mucho y venía perdiendo la batalla, por la sencilla razón de que no es con respuestas nerviosas y pura irritación como se responde al Sr. Sharp.

De ahí el acierto de cambiar a tiempo y haciendo Política, que es lo que mejor hizo siempre el matrimonio Kirchner. Así lo prueba el doble regreso de Aníbal Fernández a la Jefatura de Gabinete y de Jorge Capitanich al gobierno del Chaco. El despido del gris Juan Manzur del Ministerio de Salud hace plausible el nombramiento de un sanitarista respetado como parece ser Daniel Gollán.

Con el obvio guión del Sr. Sharp, la corporación judicial destituyente, asociada a la prepotencia desinformativa y la estolidez de las dirigencias opositoras que padece este país, es capaz de todo en su afán destituyente. Lo seguiremos viendo.

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