CONTRATAPA

La senadora y la Gran Muralla

 Por Leonardo Moledo

¿Quién es el pueblo más sabio del mundo?
Los chinos.
Porque inventaron la pólvora
pero no inventaron las armas de fuego
porque inventaron el papel
pero no inventaron los periódicos
porque inventaron la brújula
pero no descubrieron América.
Proverbio obviamente chino

Interrogada por un agudo periodista, Cristina Kirchner contestó que si tuviera que resumir a China en una sola palabra esa palabra sería “Futuro”. La respuesta me afecta personalmente, ya que elogiar al Celeste Imperio asimilándolo al suplemento de ciencias que edito –y que este sábado llega al número 800– es un honor para mí. Pero cabe también la posibilidad, sólo la posibilidad, de que lo que la senadora quiso decir es que China será “el futuro”, y no “el suplemento Futuro de Página/12”.
Si se acepta esta extravagante suposición habría que aclarar que, en realidad, China es también el país del pasado; en realidad, fue siempre (salvo los últimos tres siglos) el país más avanzado, más organizado, más rico e importante del mundo. Una vez, buscando información sobre los integrantes del Club Nuclear leí que los dirigentes chinos no solamente eran conscientes de esto último, sino de que en doscientos años más volverían a serlo, lo cual indica una peculiar percepción del tiempo y la historia; coincide con la anécdota, posiblemente apócrifa, de Mao que cuando le preguntaron por la Revolución Francesa contestó que “era muy pronto para opinar”.
China no es ni exótica ni extravagante, ni lejana; China es el país más antiguo del mundo, y el más importante para la mayoría de la humanidad. Al fin y al cabo, casi todo el mundo (el 70 por ciento) vive en China, la India o el sudeste asiático en general (y así fue siempre); el Imperio Chino es la estructura política más antigua que existe y aún perdura y la que más duró desde la prehistoria; los chinos inventaron la escritura que luego adoptaron todos los pueblos de la región; las estadísticas mundiales varían notablemente si está incluida China o no (en un momento, la tasa de urbanización era del 80 por ciento sin China y del 50 incluyendo China y la India) y es un hecho a tener en cuenta cuando se miran números mundiales. China, en chino (el enjambre de idiomas más hablado en el mundo), se dice Tien-hia, que significa “lo que está bajo el cielo”, y era ya un Estado importante en la época en que vivió Fo-hi, su primer legislador, en el siglo XXX antes de Cristo, dos mil trescientos años antes de que se fundara Roma. La historia oficial china comienza en el año 2637 a.C., bajo el reinado de Huang-ti (del que tanto hablaba Borges –La muralla y los libros–); las dinastías se alternaron y la misma palabra “China” proviene de la dinastía Chin que hizo construir la Gran Muralla, de 2500 kilómetros de longitud (y que no se ve desde el espacio), para defenderse del asalto de los pueblos de la estepa. Este trabajo ciclópeo que comunicaba fortalezas y construcciones defensivas a través de cordilleras montañosas de hasta 3500 metros de altura se llevó a cabo en solamente diecisiete años (221 a 204 a.C.), en la época en que Roma estaba embarcada en las Guerras Púnicas y era una pequeña potencia mediterránea, que perfectamente podría haber sucumbido ante Cartago.
China no pudo resistir la expansión brutal del Imperio Mongol en el siglo XIII y en 1214 Pekín cayó en manos de la Horda de Oro de Gengis Khan (que logró, dicho sea de paso, y pese a sus escasos 1,50 m de altura, el imperio territorial más grande que se haya conocido en extensión, pero que respetando una variante histórica del principio de incertidumbre de Heisenberg, fue muy frágil en el tiempo). Al morir Gengis (porque a los guerreros brutales se los recuerda por su nombre de pila), sus hijos se repartieron el imperio, los mongoles de China se “chinizaron”, y aunque extranjeros, adoptaron la cultura local. Entre los grandes khanes del período mongol se destaca Kublai Khan, que construyó un palacio maravilloso que irrumpió muchos años más tarde en un sueño de Samuel Taylor Coleridge. Al despertar, y recordando lo que había soñado, escribió uno de los más bellos poemas de la lengua inglesa (Xanadu, the ballad of Kublai Khan: In Xanadu did Kublai Khan / a stately pleasure-dome decree / where Alph, the sacred river ran/ trough caverns measureless to man / down to a sunless sea. En Xanadu construyó Kublai Khan/ un fabuloso palacio/ allí donde el río sagrado Alf corría/ a través de cavernas inconmensurables para el hombre / hacia un mar oscuro y sin sol), hasta que alguien lo interrumpió y no pudo recordar lo que había soñado.
Fue durante los emperadores mongoles cuando Marco Polo visitó China y se quedó estupefacto al ver una ciudad diez veces más grande que Venecia, con diez veces más canales, con veinte veces más guildas y gremios, y que gobernaba un territorio equivalente al de la Unión Europea (claro está que Marco Polo no sabía lo que era la Unión Europea).
En 1365, los emperadores mongoles fueron derrocados por la dinastía Ming, que no sólo se dedicó a producir jarrones sino que inventó el papel moneda y la inflación galopante (los emperadores, cuando se encontraron en apuros, emitieron sin control y empapelaron china como los alemanes durante la década que siguió a la Primera Guerra Mundial). El arte del estampado y la impresión era frecuente y común en China y la imprenta al modo chino, que dicho sea de paso Marco Polo no detectó, funcionaba mediante planchas y no tipos móviles (que habrían sido inútiles con la profusión de caracteres del alfabeto chino).
El resto es historia conocida: los Ming fueron sucedidos por los Manchúes que en 1911 fueron sustituidos por la República/Imperio (recordar a Bertolucci), la República Popular de Mao, la revolución cultural, que florezcan mil flores, el libro rojo, el gran salto adelante, el capitalismo comunista, Deng Xiao Ping, Jian Zemin, Hu Jintao, y Cristina Kirchner. Si verdaderamente se refirió al futuro y no a Futuro, valdría preguntarse si es imprescindible que la globalización se haga bajo el signo norteamericano. O recordar que, en épocas de la dinastía Han (206 a 220), la Gran Muralla se convirtió en la gran represa que contuvo la invasión de los hunos, a quienes los chinos derrotaron y obligaron a retirarse. La huida de los hunos desde el Imperio Chino triunfante puso en movimiento a los pueblos del Asia Central que se lanzaron sobre el Imperio Romano y lo destrozaron.

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