CULTURA › ENTREVISTA A ROBERTO FONTANARROSA

“Yo le escapo a la imagen del escritor torturado”

Luego de presentar en simultáneo “Usted no me lo va a creer”, su décimo libro de relatos, y un nuevo tomo de Inodoro Pereyra, el humorista y narrador rosarino habla de la evolución de su escritura, de su relación con la crítica y de cómo el humor gráfico encara los temas más delicados.

Por Angel Berlanga

“Siempre he relacionado a la literatura con la información, la diversión y el placer”, señala Roberto Fontanarrosa, uno de los emblemas del humor gráfico argentino, novelista y cuentista, legendario habitante de Rosario e hincha de Central. “Y le rajo a la imagen del escritor torturado que dice ‘¡Ah, lo que cuesta escribir, el sufrimiento que representa!’”, agrega en la charla con Página/12. Fontanarrosa, que acaba de presentar el 27º tomo de Inodoro Pereyra y su décimo libro de relatos, Usted no me lo va a creer, que empieza a recibir elogios de críticos literarios que no suelen regalar demasiado, que tiene agendado un viaje a España para publicar allí todos sus volúmenes de cuentos, privilegió durante la reciente Feria del Libro el contacto con el público: durante una semana se pasó tres o cuatro horas diarias firmando ejemplares en el stand de su editorial, De la flor. “Mientras estoy ahí firmo constantemente; cualquiera podría decir ‘bueno, éste vende millones de ejemplares, como Stephen King’. Pero no: al igual que otros dibujantes, firmo lo que me pongan adelante: papelitos, libros de otro...”, intenta minimizar.
–¿En serio? ¿De otros?
–Sí, he firmado de Quino, de Hemingway, de Borges, de esos de yoga... Me pasan cosas muy graciosas, porque hay cursos de alumnos a los que se ve que los profesores les dijeron “vayan y háganle un reportaje a alguno”, y a lo mejor en un mismo día pasan veinte grupitos que hacen las mismas preguntas: cuándo empezó con su vocación, qué pretende con su literatura... Mientras tanto, sigo firmando. Una vez fue maravilloso: vino un grupo de nenas de doce o trece años que deben haber sacado las preguntas de alguna revista, porque una me preguntó: “¿Usted se considera un esclavo del amor?”
–Bueno, pero la mayoría es gente que lo conoce.
–Sí, claro. Y los libros que más me dan a firmar son los últimos, en este caso éste de cuentos. Alguna gente viene siempre; a lo mejor alguien me muestra una agenda en la que doce años atrás hice un dibujo. También está el público que conoce más del asunto; la relación pasa mucho por el fútbol, el tipo que dice: “Ponele ‘para Jorge, bostero’”... O el rasgo de lealtad: “De Rosario y canalla”, me largan, como diciendo “estamos donde tenemos que estar”. En algunos casos se acercan tipos que no son lectores en general, y sin embargo de fútbol sí leen. Por ahí me extraña que la gente se haga una cola de mucho tiempo para un dibujito, que uno hace rápido y cada vez peor... En fin, sí, tengo una relación muy afectuosa con la gente.
–Ultimamente su obra recibió elogios de críticos literarios “serios”. ¿Cómo se los tomó?
–Y, eso gratifica, lógicamente. Uno en principio ambiciona que el trabajo sea leído por el lector común, y que guste. Si el crítico también responde bien, mejor. Digamos: no me sería satisfactorio tener buenas críticas y que no me lea nadie. Pero ahí está esa frase de Landrú: “A veces es mejor ‘rico y sano’ que ‘pobre y enfermo’”. Nunca tuve muchas expectativas respecto del trabajo de escribir, en el sentido de que no tengo ninguna base académica. Intento contar determinadas historias. Y seguramente tengo fallas estructurales concretas en el armado de los textos. Probablemente con el paso del tiempo vaya mejorando algunas cosas, pero tengo la sensación de que gano técnica y pierdo creatividad.
–¿Cómo fue evolucionando su escritura?
–Al principio era casi todo parodia: escribía a la manera de Selecciones, por ejemplo. ¿Pero eso cuánto tiempo se puede hacer? La ventaja aquí es que hay un modelo de guía al que se lo distorsiona, se lo exagera o se lo minimiza. Dos o tres libros atrás me di cuenta de que me estaba despegando de eso y que buscaba una voz propia, de decir “¿Cómo cuento eso? Ya no puedo contarlo a la manera de fulano o de mengano”. También hay temas sobre los que ya trabajé mucho, como el fútbol, y entonces hay que buscar otras vertientes, visiones distintas. Por eso digo que se hace más compleja la creatividad. Me acuerdo, sin embargo, que una vez le preguntaron a Quino si le preocupaba que no se le ocurrieran más cosas, y él contestó algo real: “Todo tipo que labura con esto tiene esa preocupación, pero si hasta ahora, a la edad que tengo, se me ocurrieron cosas, ¿por qué se me van a dejar de ocurrir?”. Uno también va tomando información de otros cauces, que disparan temas distintos. Y además cambia como persona, y se incorporan nuevas problemáticas, miedos, satisfacciones, que generan otras maneras de escribir.
–¿Esas críticas elogiosas lo afectaron de alguna manera a la hora de encarar sus nuevos trabajos?
–Yo creo ser un tipo paulatino en líneas generales, es difícil que produzca sacudones grandes. No digo que me resbale la crítica, pero... Por otra parte nunca he tenido críticas demoledoras, de esas que hacen mierda un libro. En general hacia el humorista hay una actitud de agradecimiento, el mismo que tengo con los tipos que me hacen reír. A los que les gusta el trabajo se acercan y agradecen, y a los demás les resulta indiferente: no es que me tiran piedras. Con la crítica por ahí también pasó eso. Y estas últimas, las más “serias”, de tipos que no regalan nota, generan como mayor responsabilidad ante el trabajo, y cierta sensación de que tengo que defender el título; pero creo que sería perjudicial si uno entrara en eso. Es casi obligatorio eludir la tendencia a la solemnidad, y decir “no, voy a escribir algo que sea absolutamente en joda”.
–Ya que apareció la palabra solemnidad, ¿se planteó en algún momento escribir una novela dramática, por ejemplo?
–Creo que hay unas jerarquías en torno del libro: no es lo mismo que una revista. El libro tiene una aureola de seriedad, de seudoprofundidad; publicar uno da una falsa sensación de “instalación”, porque puede ser una cagada absoluta, o puede tratar sobre cómo se fabrica un tornillo. También hay un sobreentendido respecto de que ser dramaturgo es más que ser humorista. De todas formas, creo que en los sueños del escritor está “la gran novela”. Pero yo me muevo con más comodidad dentro del cuento. La novela necesita otra estructura, otro aliento, otro esfuerzo, y tener algo más consistente para contar. Ojalá pudiera hacer como Osvaldo Soriano, que decía que se le ocurría una imagen y de ahí arrancaba, aunque no supiera para dónde. Yo soy mucho más estructurado. No creo que vaya a abandonar el tono humorístico, porque creo que es el plus que puedo agregar, y porque me divierto más. Por otro lado, a veces me pregunto por qué llevan mis cuentos al teatro, si no soy un tipo de ese ámbito; la mayoría parten de una situación dramática, y temáticamente son muy densos, pero los resuelvo hacia lo humorístico. Nunca he pensado en hacer Los desnudos y los muertos, ese tipo de novelas que marcan la literatura mundial. Tener ese tono, como de guía moral o ética, no me lo he planteado.
–¿Cómo abordó el humor gráfico la invasión estadounidense a Irak?
–En lo que vi hay una gran confluencia en ser contrario a los norteamericanos. También hice chistes con respecto a Saddam, un tipo indefendible, por otro lado. En este caso, con la lejanía física de la guerra, uno trabaja con menos presión sobre el tono del humor, a pesar de la cosa trágica. Ese tema apareció mucho en los últimos tiempos, con respecto de la crisis argentina: ¿cómo hacer humor en este momento? Las crisis son “propicias” para el periodismo en general: hay mucho para decir. En países como los nuestros, por otro lado, desde que recuerdo estamos en crisis. El problema es cuando se transforman en tragedias como Malvinas, o los desaparecidos de la dictadura, o el atentado a las
torres, o la AMIA o la miseria y la desocupación. Es muy difícil encontrar el tono como para no aparecer riéndose de la tragedia. En el caso de la guerra de Irak, más allá de las imágenes terribles, el enfoque natural se dio contra la invasión y la actuación norteamericana.
–¿Se pueden decir las cosas más directamente a través del humor gráfico?
–Hay una necesidad de resumir, obligadamente, por el espacio. En cualquier grupo, por otra parte, puede verificarse que hay cosas que se dicen en broma que no se dirían en serio. O se les da un matiz de broma para que se pueda metabolizar más fácil. Siempre ha sido así.
–En el trabajo de muchos humoristas gráficos se ven, también, las señales de angustias. ¿Qué pasa en su caso, dónde se evidencian?
–A nivel personal procuro que ciertos datos –que tampoco son de orden espectacular, porque uno no ha sido pasajero del “Titanic”– no estén ahí, en el trabajo. Esto se inscribe en una cosa muy elemental: no tirar pálidas. No tirar pálidas. Uno por ahí lee libros de alguna gente, que son como unos vómitos de todas las porquerías que tenían adentro, y dice: “Bueno, está bien, si les hizo bien contar... Pero no sé hasta qué punto...” Yo les rajo. Uno usa elementos dramáticos, de conflicto, pero que después termine todo con una sensación de desesperanza, de amargura... No es precisamente lo que quiero transmitir. En general, siempre he tomado a la literatura como un elemento de información, de diversión y de placer. Con eso la relaciono. También le rajo a la imagen del escritor torturado que dice “¡ah, lo que cuesta escribir, el sufrimiento que representa”. No, lamentablemente a mí no me pasa eso. Puedo estar tenso, buscando determinada palabra, pero en general me divierte mucho escribir. Si fuera un sufrimiento trataría de hacer otra cosa. Tampoco ignoro que para grandes escritores de la historia debe significar un sufrimiento y que eso da una espesura a su literatura. La mía no va a tener nunca esa espesura.

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Recién ahora empieza a recibir elogios de la crítica literaria.
 
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