DEPORTES › PROPOSITO DE LA INCORPORACION DEL BURRITO ORTEGA A DEFENSORES

El mismo amor, el mismo fútbol

Como otros grandes jugadores del fútbol local, el ex crack de River y la Selección jugará esta temporada en la B Metropolitana, la tercera categoría. En su presentación con la rojinegra avisó que quiere ser campeón y conseguir el ascenso.

 Por Gustavo Veiga

Ariel Ortega es presentado en Defe junto a Gastón Casas.

Con una sonrisa de gol, las ganas intactas de gambetear a los 37 años y la simpleza de sus definiciones (“el fútbol es uno solo, si jugás bien, jugás bien en la C o en el Barcelona”), Ariel Ortega está de nuevo entre nosotros. Su rentrée después de pasos olvidables por Independiente Rivadavia de Mendoza y All Boys enciende la chispa de una vieja polémica sobre qué destino espera a un crack de Primera cuando desciende un par de categorías. Ha pasado con otros como él, de similares o menos condiciones, a menudo rebajados al escarnio. Como si el fútbol se dividiera en castas sociales y los ídolos no pudieran acomodarse a un PH después de vivir en un piso con dependencias. Una falacia igual a suponer que River es el Barça y los clubes del ascenso sociedades de fomento.

La vuelta del Burrito para ponerse la camiseta de Defensores de Belgrano está abonada de ejemplos parecidos: jugadores que, en el ocaso de sus carreras, creen que todavía pueden ofrendar lo que no abunda (talento), en canchas más pequeñas, con menos público, pero donde la camiseta se defiende con un sentido de fuerte pertenencia. Ese que se acota al espacio sagrado de un barrio y no se extiende o diluye en la inmensa geografía del país, como sucede con Boca y River.

Ortega sigue el camino que emprendieron otros grandes jugadores como él. Aunque por su trayectoria resulta difícil encontrar en la B figuras con tres mundiales encima, una final olímpica y siete títulos con River, uno con Newell’s y otro con Parma de Italia. Surgió del semillero inagotable de un club poderoso que hoy está en ruinas. Igual que Oscar “Pinino” Mas, otro ídolo de River (su segundo goleador histórico detrás de Angel Labruna) que llegó a Defensores para jugar en las temporadas de 1980 y 1981. Metió 40 goles en 57 partidos, una marca excelente.

El club que acaba de elegir al jujeño tiene ejemplos en los dos sentidos. Así como recibió a grandes de Primera en la última etapa de sus trayectorias (ver aparte), de ahí salió el último gran wing que dio el fútbol argentino: René Houseman. Debutó en Defe en el ’71, se consagró campeón de Primera C en el ’72 y en el ’73 fue vendido a Huracán, con el que ganó un recordado título –el único de su historia– dirigido por César Luis Menotti.

En River, Matías Almeyda le propuso a Ortega ser su ayudante de campo, pero recibió una negativa como respuesta. Quiere seguir en una cancha y del lado de adentro. Sus antecedentes más recientes ponen en duda esa voluntad de sobreponerse a la adicción que sufre. Pero a él no lo intimida la exposición que da el fútbol, aun cuando se amplifiquen los problemas de salud y miserias de sus protagonistas; al contrario, el fútbol es su malla de protección. Ahora se sabe que en el club donde se formó le deben una suma que supera con holgura el millón de dólares. Casi nadie dice una palabra de eso. En Defensores afirman que su contrato de unos 10.000 dólares mensuales se pagará sin afectar a la tesorería. La mitad la aportará su vecino, todavía dueño del pase, y la otra mitad será cubierta por los sponsors y el ex presidente de Defensores y secretario general de la Conmebol Eduardo Deluca.

La idea nació de Javier Santos, periodista-dirigente-hincha, como tantos otros que combinan la pasión con el oficio. El Día del Amigo se cruzó en una parrilla de Núñez con Ortega y, medio en broma, medio en serio, lo invitó a jugar en el club. El deseo se multiplicó en la comisión directiva, el presidente Marcelo Achile lo hizo suyo y el resto ya se sabe. Fue presentado en una conferencia de prensa que no tenía antecedentes en Defensores. Se puso la camiseta rojinegra, dijo que quería salir campeón y ascender a la B Nacional. También lo acompañó Gastón Casas, un delantero goleador con pasado en Huracán, Racing y el fútbol europeo.

El ídolo desafió esa corriente aburguesada que señala el retiro para los jugadores como él, más cerca de los 40 que de los 30 y con varias marcas de la vida sobre el cuerpo. Ortega quebró –como quiebra su cintura cuando juega– esa resistencia a aceptar que el fútbol es uno solo y que se puede jugar bien en la A como en la B. Es cierto que los años no vienen solos y que quizá él no hizo mucho para agregarles vida a los suyos, pero, ¿quién se animaría a recetarle el abandono definitivo de las canchas? ¿A decírselo en la cara? Sería tan arbitrario como suponer que un futbolista surgido del ascenso no tiene condiciones para jugar en Primera.

El fútbol de todas las épocas desmiente el aserto. Héctor Yazalde con Piraña en la D, Héctor Enrique con Lanús en la C, Daniel Bertoni con Quilmes en la B y Javier Zanetti en el Nacional B con Talleres de Escalada jugaron unos cuantos partidos en el ascenso antes de debutar en Primera División. Los cuatro se destacaron en la Selección Nacional y, según cada caso, ganaron títulos internacionales, triunfaron en el fútbol europeo o salieron campeones mundiales.

Hoy la tendencia a contratar jugadores de categorías menores no se discute. Hasta la década del ’90 era extraño ver a tantos en la A o transferidos sin escalas intermedias al exterior. Gabriel Hauche, Juan Mercier, Gonzalo Bergessio, Germán Denis, Mario Bolatti, Diego Pero-tti, Alejandro Martinuccio o Facundo Parra están en ese grupo de futbolistas vigentes. Si hablamos de la vigencia de Ortega, se sostiene en el talento que le queda y un profundo amor por la pelota que la mayoría de sus colegas maltrata. ¿Por qué no pensar entonces que se merece una nueva oportunidad si su mejor terapia es jugar?

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