DEPORTES › UN WIMBLEDON POCO FRECUENTE

¡Es una locura!

 Por Tomás Rudich

Llantos, peleas entre jugadores, caídas escalofriantes, lesiones en serie y sorpresas monumentales: Wimbledon se encuentra sumergido en el vértigo total. “¿Qué demonios está pasando?”, se preguntaba el ex jugador estadounidense Andy Roddick en Twitter. Muchos tenistas, periodistas y autoridades se hacían la misma pregunta, porque en el All England este año nada parece responder a la normalidad. Ni siquiera la lluvia, un elemento que forma parte de la genética del certamen londinense, se hizo presente en los primeros días de acción. Sólo ayer interrumpió la jornada.

El torneo se había sacudido el lunes con la eliminación del español Rafael Nadal, los picantes cruces de declaraciones entre la estadounidense Serena Williams y la rusa Maria Sharapova y la caída con llanto incluido de la bielorrusa Victoria Azarenka. Pero cuando parecía que volvía a retomar el sendero de la cordura, Wimbledon ofreció el miércoles una jornada explosiva que fue creciendo en sorpresas a medida que transcurría el día. Apenas empezaba a despuntar la jornada y ya cuatro jugadores habían tenido que abandonar el certamen por diversas lesiones: Azarenka, el belga Steve Darcis –verdugo de Nadal en primera ronda–, el checo Radek Stepanek y el estadounidense John Isner, el jugador que ganó el partido más largo de la historia del tenis hace tres años en Wimbledon.

La lista no se cerró ahí, porque a medida que transcurría la jornada las figuras fueron cayendo una tras otra. El francés Jo-Wilfried Tsonga, el croata Marin Cilic, la kazaja Yaroslava Shvedova... las alarmas sonaban por todos lados.

Según los registros de la Federación Internacional de Tenis (FIT), nunca siete jugadores habían tenido que abandonar o retirarse en una misma jornada en el singles de un torneo de Grand Slam en la era abierta. El All England Club se apresuraba a emitir un comunicado negando las “insinuaciones” de que las lesiones pudieran haber obedecido al estado de las canchas.

Pero los resbalones se sucedían uno tras otro y casi nadie quedaba a salvo. Sharapova caía al suelo, debía ser atendida de una pierna y encendía una nueva alarma. La rusa finalmente se recuperaba, pero no podía evitar ser eliminada.

No fue lo último ni lo más impactante, porque la jornada tenía guardada una carta final. Roger Federer, el defensor del título y siete veces campeón del certamen, caía derrotado increíblemente ante el ucraniano Sergiy Stakhovsky. Nadie se acordaba por entonces de la inusual advertencia que el certamen le había hecho por usar unas zapatillas de suela naranja y romper la estricta norma sobre la vestimenta blanca.

Stakhovsky, el número 116 del ranking, finalizaba así curiosamente como el único jugador capaz de festejar una victoria por mérito propio en la cancha central ese día.

Mientras el mundo del tenis miraba atónito el cataclismo de Federer, la estatua de Fred Perry, el último campeón local en 1936, seguía ahí, impasible en un rincón del club. El público británico, entusiasmado como nunca con Andy Murray y dispuesto a acampar sobre el pavimento para conseguir una entrada, se preguntaba si no tendría algo que ver, si todo esto no sería una señal, si no llegó por fin la hora de romper el maleficio y volver a ver un campeón local.

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