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Se estafa a sí mismo

 Por Diego Bonadeo

Hace ya varios años que el fútbol brasileño se está estafando a sí mismo. No se trata de pretender igualar al maravilloso equipo del Mundial de 1970, tampoco a aquel recordado –aunque no ganador– de 1982 que dirigía Telé Santana. Se trata ni más ni menos que de un mínimo respeto por la historia futbolera del país que acaba de burlarse de los que fueron durante años los espejos a mirarse.

La mayoría de los integrantes del plantel que eligió Luiz Felipe Scolari para afrontar el Mundial que acaba de finalizar no habrían podido entrar a ninguna cancha del mundo con la camiseta de su selección, si de respetar una manera de jugar se habla o se escribe.

David Luiz se dedicó empecinadamente a los pelotazos, así como Dani Alves –luego reemplazado por Maicon– siguió con su costumbre de jugar a la lotería de los centros al azar. Pareciera que Thiago Silva fue designado capitán por su entrecejo permanentemente fruncido. Los eventuales mediocampistas Paulinho y Luiz Gustavo no resisten mayores comentarios, en tanto que Hulk, Fred y Jo fueron nada más que caricaturas de delanteros.

Con Neymar sano, quizás el panorama en cuanto al juego pudo haber sido algo menos lamentable. Pero no mucho más.

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