DEPORTES › OPINION

Ejercicios estériles

 Por Gustavo Veiga

Se mama casi desde la cuna. Para apasionarse por el fútbol, antes hay que vivirlo. Por eso, duele la eliminación argentina en el Mundial. Nos empuja a escribirlo un mandato de los sentimientos que podemos exteriorizar sin caer en bajezas como el chauvinismo o demagógicas invocaciones al ser nacional. Desde las entrañas del país que ama a este juego, también deviene cierta prescripción de la subjetividad que tenemos para con el seleccionado. Algo bien alejado de su sublimación. Porque hay un camino extenso entre una cosa y la otra. La despedida de Japón es nada más que un hecho deportivo. No un drama, ni siquiera un episodio que merezca continuar una semana en el imaginario colectivo.
La analogía puede parecer injusta con nuestra manera de sentir el fútbol. Pero vale la pena retroceder unas horas hasta París, donde cientos de franceses asistieron a la eliminación de su equipo. Estaban sentados en un gran espacio abierto, frente a una pantalla gigante. Así vieron cómo, el último campeón del mundo, el del exquisito Zidane, quedaba eliminado ante un rival tan nórdico como el que nos sacó del torneo a nosotros. Entre ellos, un puñado de dinamarqueses, festejó la victoria. Ese ejemplo de urbanidad debería ser asimilado en estas tierras, no otros. Ni el voto a Chirac, ni mucho menos a Le Pen, ni la política de experimentos nucleares en atolones de la Polinesia o el “siga, siga” con Estados Unidos.
Aquí, cualquier polémica sobre si Marcelo Bielsa hizo bien o no en convocar a tal o cual jugador, si apostó como correspondía al ataque cuando la mayoría opta por defenderse, si Verón o Aimar, si Batistuta o Crespo, hoy se torna un ejercicio estéril. Las preocupaciones no deben ser ésas. Ahora que pasó el efecto de la anestesia publicitaria mientras la selección se mantuvo con chances de clasificar, deberíamos mirarnos hacia adentro. Aquí andamos con lo puesto y, encima, cargamos con ciertos personajes y sistemas que no son los jugadores ni la táctica que impuso el técnico.
“El fútbol es inocente”, sentenció en 1990 Jorge Valdano para colocarlo a resguardo de diversas contaminaciones. No es políticamente correcto y tampoco lo contrario. Todo depende del uso que se le dé. La Argentina, frente a esa disyuntiva, hizo más de un trágico aporte. Quizá por eso, hoy, ante la tentación que siempre significó un balcón de la Casa Rosada, no parezca descabellado haber pegado la vuelta. No hay mal que por bien no venga.

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