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Salvo los funcionarios, nada cambia

 Por Gustavo Veiga

Otto Adang, el especialista holandés que invitó la Subsecretaría de Seguridad en el Fútbol (Subsef), descubrió en una visita reciente a Buenos Aires que le asombraban los vínculos que tienen las barras bravas con el poder. Lo comprobó in situ. Y regresó a su país con la certeza de que “el problema más grave está en la Argentina”. Vino a decirnos lo que ya sabemos hace un par de décadas después de varios estudios previos.

El atribulado Adang quizá no sabía bien quién lo invitó a analizar la violencia en nuestro fútbol. De ser así, no se hubiera sorprendido con lo que pasa. En los confortables despachos del poder, a los que llegan con facilidad la Doce o los Borrachos del Tablón, tendría la explicación que busca. Es una lástima. Por ser extranjero lo encumbraron a la categoría de gurú. Y nos dio una verdad ya revelada.

Si el problema se transformó en una preocupación de Estado (en Brasil, el presidente Lula da Silva lo elevó a esa categoría la semana pasada, proponiendo nuevas medidas contra los violentos) debería quedar claro que políticos, sindicalistas, policías, dirigentes de fútbol y también algunos magistrados tienen mucho que ver. Apañan a las barras y se valen de sus servicios para campañas electorales, les otorgan prebendas a cambio e incluso se asocian a ellas con fines comerciales. Esa es la base de un poder indestructible que se amasó en cuatro décadas, desde los años ‘70 hasta hoy. Los medios hacen el resto, amplifican sus conductas y los ubican en el centro de la pantalla como un ingrediente extra de la industria del entretenimiento.

Incauto, Adang se sorprendió de que acá las barras bravas manejen pases de jugadores, estacionamientos, entradas, negocios de comida y hasta merchandising. Fue convocado por una dependencia del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, que ha demostrado una gran ineficacia en su tarea específica. La Subsef estaba a cargo del ex árbitro Javier Castrilli hasta el año pasado. Ahora la conduce un abogado: Pablo Paladino. Pero nada cambió, a no ser los funcionarios. En el resto del país pasa otro tanto, no hay jurisdicción que se salve. Como la Hidra de Lerna, el fenómeno tiene demasiadas cabezas y cuando se corta una aparece otra.

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