DIALOGOS › EL DIRECTOR ESPAÑOL ALEX DE LA IGLESIA, EL CINE Y SU VIDA

“Reírte de lo que no puedes es lo más divertido”

Es uno de los directores de cine español más personales. Autor de El día de la Bestia y La comunidad, entre otras películas, estrena Los crímenes de Oxford, su primer drama y su mayor reto, basado en la novela del escritor argentino Guillermo Martínez.

 Por Rosa Montero *

–Dice usted que se siente más libre al trabajar con el material de otro. ¿Por eso ha podido hacer por primera vez una película que no es una comedia? O sea: si habla de temas que le son más propios, ¿necesita hacer como que se los toma a risa?

–Sí, totalmente. Para hablar de ti mismo necesitas buscar unos mecanismos que lo hagan soportable.

–Usted suele decir que el humor es una huida. Por ejemplo ha dicho: “Mis películas son fundamentalmente cobardes, de un tío que no se atreve a afrontar la realidad directamente y utiliza la comedia o la broma como los bufones de la Edad Media”.

–La verdad, yo no lo veo así. Al contrario, creo que el humor permite profundizar en las cosas. Bueno, sí, por lo menos huyes atacando. Y además el humor acaba con los soberbios. Mira, en Los crímenes de Oxford lo que les pasa a los personajes es que son castigados por su soberbia. Lo interesante de la película es que te hace ver que las cosas son como son porque tú de alguna manera las provocas, tú también formas parte del juego, y no puedes echarle la culpa del dolor de la Humanidad al sistema o a la Historia. En realidad tú también estás trabajando todos los días para que exista ese dolor. Con tu propia alegría, por ejemplo. Porque la alegría supone una cierta inconsciencia.

–Cielos, sí, ya le he escuchado esta teoría otras veces, esa idea de la alegría como algo egoísta...

–A mí me parece, por el contrario, que es el motor de la vida, la compensación necesaria del dolor. Sí, tienes razón, pero por otra parte el hecho mismo de decirte “Vamos a divertirnos ahora”, supone poner entre paréntesis un montón de cosas terribles que están ocurriendo en ese momento y que tienes que olvidar para poder ser feliz. Y a mí me parece que eso es de alguna manera injusto.

–Se diría que tiene usted un complejo de culpa inmenso...

–Probablemente sí... Claro que ser consciente de mi complejo de culpa me redime un poco.

–Lo que usted está diciendo es: yo la alegría no la vivo del todo porque siento que con eso estoy traicionando al dolor del mundo, pero gracias a que con esos pensamientos me fastidio un poco la alegría, puedo perdonarme en parte...

–Exacto. Por otro lado, en mi película 800 balas Sancho Gracia decía: no ser feliz cuando uno puede serlo es el mayor pecado del mundo, porque supone perder una oportunidad que otros no tienen. ¿Encima de privilegiado este tío va de llorón? No, hombre, ésa es la cosa más espantosa del mundo. Yo tengo el privilegio de dedicarme a una profesión absolutamente maravillosa. Si hago cine es porque pienso que es lo más maravilloso que se puede hacer en la vida. En fin, no sé de dónde me viene lo de la culpa, de los jesuitas, de la educación católica o no sé de dónde, pero de algún sitio me tiene que venir.

–Del conocimiento del dolor, supongo... Usted es muy divertido, sus películas son desternillantes, pero siempre hay en el fondo como un sustrato terrible...

–Sí, y además lo que sucede es que el conocimiento del dolor genera una capacidad para disfrutar la diversión mucho mayor. El que ha estado en un funeral sin duda sabe lo que es una fiesta. En ese sentido, el humor que interesa es el prohibido.... Reírte de lo que no te puedes reír, eso es lo más divertido del mundo. Recuerdo que una vez estaba en misa de pequeño con un amigo, en primera fila. Y al cura le pasaba algo, y mi amigo y yo nos empezamos a reír a carcajadas. Y al principio era algo simplemente gracioso, pero cuando nos dimos cuenta de que el cura nos estaba viendo pero no podía decir nada porque estaba en el sermón, entonces la carcajada se convirtió en algo enorme, incontrolable, algo casi doloroso. Esa es la clave, reírte de lo que no te puedes reír.

–¿Era usted de esos que hacen bromas de pequeños para ser queridos?

–Sí, sin duda. Yo recuerdo haber sido muy servil de pequeño para intentar caer bien a los profesores, y también disfrutar mucho al ver que los mayores se reían de las bobadas que yo hacía.

–¿Y los compañeros de su edad?

–No, ésos no se reían, porque los compañeros jugaban al fútbol y yo odiaba el fútbol.

–Pero sí tenía amigos...

–Sí, los outsiders de la clase. Pero a ésos no tenía que hacerlos reír. Disfrutábamos juntos hablando de temas absurdos, como por ejemplo... ehhhhhh... Cómo torturar pulgas, o debatir qué produciría más daño en una tortura. Esa escena la incluí en la novela que escribí, Payasos en la lavadora. Nos planteábamos cosas como, por ejemplo, si tú tomas y pones tus genitales en una mesa, y alguien los aplasta violentamente con un martillo, ¿ése sería el máximo dolor posible que uno puede sentir? Recuerdo que esa discusión nos llevaba horas cuando éramos pequeños. Y especulábamos: si se le quitan los dientes a un tío y se le colocan alfileres y se le obliga a masticar... Así pasábamos el recreo.

–Y dígame, ¿sus amigos han terminado asesinos en serie?

–Ese con el que especulaba de torturas ha terminado de abogado. No nos vemos mucho.

–¿Es cierto que iba usted al colegio vestido con pantaloncitos tiroleses?

–Pues sí. El colegio al que yo iba se llamaba Divino Infante y llevábamos un uniforme que eran unos pantaloncitos tiroleses... Pero yo me encontraba muy elegante. Como siempre ocurre en la vida, no te das cuenta de que haces el ridículo hasta mucho más tarde.

–Mucho tiempo después de eso, hace ahora diez años, se casó usted en Las Vegas con su mujer... Y lo hizo vestido de Elvis Presley. No parece que mejorara mucho desde el terno tirolés.

–No, la verdad, no mejoré. Es que ése es otro de los temas que dan vueltas en mi cabeza, y es que pienso que el ridículo redime. De hecho estaba pensando en hacer un guión sobre un tipo que disfruta haciendo el ridículo, que no puede evitarlo... Por otra parte, hacer cine o escribir novelas tiene un componente de riesgo a hacer el ridículo, de abrirte y mostrarte... Y en el fondo, en realidad, lo que buscas es cariño. Yo tenía otro proyecto de película en la cabeza titulada Quiero tener un millón de amigos... Verás, hacer una película es como hacer una fiesta. Tú lo que quieres es que la gente se divierta, y tocas música como en una fiesta... Yo he perdido esa sensación de ridículo por el hecho mismo de hacer cine. Porque todo el mundo sabe quién soy.

–¿Usted cree?

–Viendo mis películas se puede saber exactamente quién soy, cuáles son mis problemas, mis obsesiones, dónde flaqueo, qué intento esconder. Yo veo una película de alguien y sé exactamente quién es, qué hace y por qué lo hace.

–Es verdad, las obras revelan al artista, pero no todo el mundo sabe leer esas obras, o más bien cada uno pone lo suyo y ve una película distinta. Y luego está el personaje público, que suele tener muy poco que ver con uno. Por ejemplo, leí una entrevista con usted en la que el periodista parecía obligarle a ser constantemente gracioso. Si usted quería hablar en serio, no le dejaba. El personaje público es un estereotipo.

–Sí, sí, eso es así. El agobio de este negocio en el que estamos metidos es que la gente quiere tener las cosas claras, quiere saber quién eres. Y entonces te etiquetan: éste es ese señor que hace películas graciosas. Y hay un momento en el que dices, oiga, perdone, hago películas graciosas, o no. Billy Wilder quizá sea el director que ha hecho las mejores comedias del mundo, pero también, películas dramáticas brutales. Y sus comedias son terroríficas... ¡Y sus comedias son aún más terroríficas que sus dramas! Por ejemplo, El apartamento me da terror probablemente sea una de las mejores películas que he visto en mi vida, pero no me atrevería a decir que es una de las mejores comedias, porque a mí me da miedo. Me siento tan identificado con la cobardía y la angustia del protagonista... Ese tipo que para agradar a los mayores hace fiestas en su propia casa y todo el mundo piensa que es un cachondo y no lo es...

–Y por dentro está llorando.

–Y eso se parece tanto a lo que me puede ocurrir a mí, a lo que nos sucede a todos, que esa película me aterroriza. Pero lo maravilloso de Wilder es que nos hace pasar un buen rato contándonos la verdad.

–Eso es lo que usted hace en sus comedias negrísimas.

–Azcona, que yo creo que es una de las personas más importantes de la cultura española de las últimas décadas, decía que él no hacía comedias, que él hacía tragedias grotescas. Y es algo que yo también suscribiría.

–Usted estudió filosofía pura en la universidad. ¿Qué quería ser de pequeño?

–Yo quería ser paleontólogo. Me encantaban los dinosaurios en una época en la que no estaban de moda como ahora. Sólo había una enciclopedia estudiantil en donde aparecía un dibujo precioso de un tiranosaurio mordiendo a un iguanodonte con un volcán detrás. Y recuerdo haber pasado horas, días, viendo ese dibujo... La filosofía pura siempre me había gustado. Así es que me metí en filosofía y me pasé cinco años en el bar hablando de cosas de las que no tenía ni idea. Lo peor es que mucho después te dices, caramba, esto estaba realmente bien, debería haberme leído los libros que me recomendaron...

–Tengo entendido que los está leyendo ahora.

–Sí, pero poco a poco y con mucha paciencia, porque me cuesta mucho.

–Lo que hacía de joven era dibujar cómics.

–Sí, me gustaba mucho dibujar. Y al mismo tiempo que dibujaba y estaba en el bar de Filosofía me metí en el cineclub de la universidad. Y entonces un amigo, Enrique Urbizu, empezó a rodar una película. Yo siempre digo que me metí en el cine por envidia. En aquel momento la gente que hacía cine era toda gente seria, Pilar Miró, Mario Camus, no eran chavales. Yo pensaba que para hacer cine tenías que ser así, alguien serio y con un documento oficial que te autorizara a ser director... Pero el valor y la audacia de Urbizu me demostraron que alguien como yo también podía hacer una película. Y ahí se me rompió el mundo. Estuve una semana sin dormir diciéndome: si no hago cine, nada tiene sentido. Si no hago cine, me muero.

–E hizo su primer corto, Mirindas asesinas.

–Sí, todo lo teníamos que aprender sobre la marcha... Tenía exactamente el dinero para pagar la película, no tenía más. No podía pagar a los actores y se me iban. Era un corto de cuatro días y ni siquiera eso aguantaban. El protagonista se fue al segundo día y me quedaban como un millón de planos que tuve que hacer yo, de espaldas. De ahí que el corto tenga esa planificación tan extraña.

–Pero todo le salió bien muy rápidamente. Después de eso hizo usted un guión con su coguionista de siempre, Jorge Guericoechevarría, y Almodóvar produjo la película.

–Pues sí, le dimos el guión a una amiga, Paz Sufrategui, que trabaja con Almodóvar, y Paz nos dijo que Pedro quería hablar con nosotros... Uf, el impacto fue tremendo. Pedro fue quien nos propuso hacer la película. Porque si nos llega a decir: no, os quiero para barrer...

–Hubieran contestado: sísísísí...

–Sí, sí, Pedro, lo que usted diga. Os quiero para que hagáis un documental sobre ballenas... Pues nada, venga, se hace. Pero no, nos produjo el guión e hicimos Acción mutante, una película increíblemente mal dirigida.

–No, qué va, está muy bien. A mí me gustó mucho. Era originalísima.

–Todo lo hicimos sobre la marcha. ¿Quién va a dirigir la peli? Dije: yo. Y pensé: alguien me va a abofetear ahora mismo... Yo creo que ahora no me atrevería a rodar Acción mutante, porque sé las consecuencias de las cosas. El motor de la acción es la ignorancia. Si alguien me hubiera dicho: no, mira, esto te va a acarrear toda esta serie de problemas, vas a leer en un periódico que eres idiota... entonces probablemente no me hubiera atrevido.

–Precisamente usted, que lo hacía para ser querido...

–Exactamente, el mayor impacto que recibes cuando haces cine es descubrir que cualquiera puede decir lo que quiera sobre ti. Eso te sorprende muchísimo, que tu madre diga: ayer leí en el periódico que la segunda parte de tu película pierde ritmo... Y tú: pero, mamá, el que esté escrito por un señor no quiere decir que sea verdad... (a estas alturas ya está llorando de risa).

–¿A quién vas a hacer más caso, mamá, a tu hijo o a ese imbécil?

–De todas formas mi madre es muy dura conmigo a la hora de criticarme. Recuerdo que cuando vio Mirindas asesinas dijo: es una película honesta. Y yo: ¿qué habrá querido decir? ¿Por qué no dice que le ha gustado?

–Su segunda película, El día de la Bestia, fue un éxito enorme...

–Era una idea que teníamos desde hace mucho, desde la universidad. Jorge y yo no nos atrevimos a hacerla en primer lugar porque nos parecía difícil. En el proyecto inicial la historia hablaba de un cura de la Universidad de Deusto, que es donde estudié, que viaja a los altos hornos de Sestao a buscar al Anticristo. Y además al principio El día de la Bestia no era una comedia en absoluto. Se titulaba El beso negro, y la película acababa en las Torres Kio, y había 5000 curas de todo el mundo en lo alto de una de las torres, y a través de una cuerda iban andando en el abismo hasta el otro edificio, y en la otra torre estaba Satán, que medía quince metros de altura, sentado en un trono. Entonces todos los curas daban la vuelta y le daban un beso en el trasero a Satán, y en el trasero veían su propia cara... En los cuentos medievales que hablan del demonio es así... Ese era el primer guión que escribimos. Pero cuando lo leímos nos dimos cuenta de que eso era imposible.

–¿Y no se puso usted un poquito tonto, un poquito engreído, después del enorme triunfo de El día de la Bestia? Con todos esos Goya y los premios internacionales que ganó...

–No, porque no tuve sensación de éxito, los premios vinieron después, pero cuando la estrené... Lo que vale es lo que dicen las críticas al día siguiente del estreno y las críticas fueron muy malas, terribles. Y de todas formas cuando vinieron los premios tampoco los disfruté mucho. Me arrepiento ahora de no haber disfrutado más de eso.

–Tal vez forme parte de lo culposo.

–No sé, es que... Mira, yo creo que hacer cine es como follar. El hecho mismo de hacerlo es tan satisfactorio que encima querer que te aplaudan, pues... Tú ahí desnudo y la gente alrededor aplaudiendo y tú levantando la cabeza y diciendo, ¿lo estoy haciendo bien, eh, chicos? Sí, sí, sigue... No, es que hacer cine es tan satisfactorio que en cuanto terminas quieres ponerte a hacer otra película. El éxito de El día de la Bestia lo que me permitió fue decirme: qué bien, voy a poder hacer otra película mañana mismo. Porque conseguir producir El día de la Bestia nos había llevado muchísimo tiempo... No la quería hacer nadie. Recuerdo muchas caras de gente que me dijo que no a esa película y no las olvidaré nunca. Recuerdo a uno que me dijo: “Mira, esta película es absurda, no funciona ni de principio ni de final, está mal escrita, no tiene gracia y además el terror y la comedia no van bien juntos. Y sin embargo, para que veas que no hay mal rollo, toma una entrada para una película que acabamos de producir. Toma, vete al cine...”

–Muchísimas gracias, le dije.

–Yo no sé si la gente de la calle sabe hasta qué punto eres machacado en el proceso de realización de una película. Incluso cuando ya tienes la película acabada hay cantidad de gente que te dice, esto es una mierda, esto no funciona, esto cámbialo.

–Hace usted mil cosas a la vez, participa en festivales de cortos, dibuja cómics, escribe narrativa, prepara mil guiones para cine y televisión, lleva un “blog”... No para. Parece usted Obélix, se ha caído en la marmita.

–También me parezco en el volumen... Uno de los grandes misterios de la Humanidad aún no resueltos es si es mejor llevar el pantalón por encima o por debajo de la barriga. Y yo estoy con Obélix, creo que es mucho mejor por arriba.

–Yo lo decía por el “acelere” constante. Es como si se hubiera tragado de niño una marmita mágica de energía...

–Sí, la verdad es que desde que empecé a hacer cine estoy como... Me siento como en una caída libre, es como si me estuviera cayendo todo el rato a un abismo sin fondo, ahhhhhhhhhhhhhhh... Pero, claro, como es una caída libre muy larga pues ya me he acostumbrado, y de vez en cuando, mientras caigo, leo el periódico, y tengo sofás que caen conmigo, estoy cómodo en la caída.

–Desde luego parece que le es imposible relajarse... Todo el rato está moviendo la pierna y haciendo saltar la rodilla, por ejemplo.

–Sí, sí. Es una ansiedad brutal. ¿Y qué se puede hacer? ¿Cómo podría arreglar eso? ¿Cuándo y cómo se relaja uno? Me gustaría saber hacerlo. Nunca descanso. Además es que el cine, como trabajo, es una ocupación muy ansiosa. En cuanto que terminas una película quieres empezar otra para hacer bien lo que en ésta te salió mal... Ahora sí que lo voy a bordar, te dices. Es como un intento constante de arreglarlo todo.

–De arreglar el mundo...

–Exacto.

–Debe de ver usted el mundo muy roto para tener esa necesidad de arreglarlo tan aguda... Es como si el mundo estuviera en llamas y usted fuera un bombero.

–Sí... Y yo todo el rato estoy intentando apagar las llamas, pero no se apagan nunca. Por eso no hay nunca una sensación de descanso. Bueno, los domingos sí que parece que se para el mundo... Pero no me gusta nada la manera en que el mundo se para los domingos. Me agobio. ¿Por qué será?

Quién sabe. Tal vez los domingos se esté usted viendo la cara en el trasero del diablo. Sí, debe de ser eso. Para ver las cosas de verdad, hay que pararlas. Y yo no quiero ver las cosas de verdad, por eso no quiero que paren.

–¿Es usted de los que tienden a angustiarse por las noches antes de dormir?

–Yo creo que el mundo se puede dividir entre aquellos a los que no les gusta irse a dormir y aquellos a los que sí... Bueno, yo soy de los primeros. Y cuando se hace de día y puedes abandonar la pesadilla de la noche, ves que el problema que te estaba angustiando era una bobada. Y te dices: pero, por Dios, ¿cómo podía yo estar agobiado por esta estupidez? Pero unas horas antes, por la noche, en tu cama, aquello te parecía irresoluble, era lo peor de lo peor. Rodando tengo pesadillas continuas y además se repiten. Sueño que me ruedan. Sueño que estoy en la cama y me giro mal, y entonces me dicen: otra. Y vuelvo a girar mal. Otra. Y me giro y me giro, y está todo el equipo mirándome con cámara y todo.

–Haber tenido dos hijas, ¿no le ha dado cierta calma?

–Me ha cambiado la vida. Ahora por fin le encuentro un sentido a la existencia. Gracias a mis hijas, y también a mi mujer. Siempre tuve la sensación de que la vida es una obra de teatro de Ionesco, pero ahora ya no. Es que el guión de la vida está muy bien pensado, porque cuando llega ese bajón del segundo acto, de repente aparecen dos cositas pequeñas que dependen de ti y te das cuenta de que hay cosas más importantes que tú. Todos pensamos que somos el protagonista de nuestra película, y a lo mejor no, puede que seamos un mero secundario. Y eso consuela mucho. En fin, tengo que aprender a disfrutar de lo bueno. ¿Cómo se consigue eso?

–Pues no sé. Tal vez deteniéndose un poco. Pero decía usted antes que no se quiere parar. ¿De qué huye? ¿Qué incendios personales tiene a las espaldas? Sé que ha pasado por circunstancias difíciles... Su padre murió cuando usted era niño...

–Mi padre murió cuando yo tenía doce años. Y mi hermana murió de cáncer con treinta, y tampoco supe afrontarlo en absoluto. Salí corriendo. Y tengo un hermano con problemas psíquicos desde que tengo uso de razón, y eso también es muy difícil. En ocasiones sientes como que las cosas no tienen solución, y eso es lo que muchas veces te hace volverte loco, ¿no?.... Pero, ay, no me gusta nada todo esto de lo que estamos hablando. Estamos pecando de excesiva autoconciencia. Si yo leyera esta entrevista, este personaje no me caería nada bien. ¡Pero qué llorica, teniendo como tiene una vida impresionante, una suerte impresionante! Y es verdad, la tengo. Soy un privilegiado, soy feliz haciendo cine. Yo lo que más admiro en el mundo es al humorista. A la persona que se dedica a hacer reír. Y sobre todo al humorista que no tiene ningún tipo de pretensión. Por eso muchas veces he dicho que me gustaría hacer una película químicamente pura, exclusivamente de diversión. Sin ningún dolor detrás.

–Una película que festeje la alegría de la vida. Porque la alegría existe.

–Sí... Hay momentos felices. Estás en una sobremesa, has comido bien, estás con alguien con quien estás bien, estás tomando un café, estás tranquilo, las niñas corretean, y te dices, esto es la vida. Y es perfecta. Sí, es verdad. Eso existe... (Pero el niño interior vuelve a asomar a sus ojos para contrarrestar el tono serio y la pequeña burla le tiembla en los labios hasta que estalla y sale:) Un amigo mío lo llama el momento Nescafé...

* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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