ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: LA REFORMA DE LA CARTA ORGANICA DEL BANCO CENTRAL

Barajar y dar de nuevo

Los especialistas analizan los cambios que impulsará el Gobierno en el Central para que su función no sea sólo preservar el valor de la moneda, sino también garantizar crecimiento, producción y empleo. La experiencia de Estados Unidos y Brasil.

Producción: Tomás Lukin

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Por Alejandro Vanoli * y Haroldo Montagu **

Falsa dicotomía

Hace ya cinco años, en el marco de una jornada organizada por el Plan Fénix, presentamos una propuesta para añadir objetivos múltiples en la Carta Orgánica del Banco Central. En concreto, se propuso la incorporación de metas tales como crecimiento del PIB y nivel de empleo/desempleo, con el fin de complementar la única función establecida en la reforma de 1992, la de mantener el valor de la moneda. La premisa que nos llevó a realizar dicha propuesta era la de no atar la política monetaria al solo objetivo de controlar la inflación. Nuestra propuesta se sustentaba, por lo tanto, en intentar sumar instrumentos al proceso de crecimiento económico y reducción del desempleo que comenzaba a consolidarse en aquellos años. En el presente, se está dando un bienvenido debate acerca del rol que debe cumplir el Banco Central en la economía del país. ¿Debe ocuparse solamente del nivel de inflación? ¿Debe incorporar una meta de crecimiento económico y empleo? ¿Puede hacer una cosa sin la otra? En este sentido, y habiendo transcurrido una crisis global que dejó al desnudo las falencias del paradigma neoliberal que inspiró la aún vigente Carta Orgánica, ratificamos nuestra propuesta presentada años atrás.

¿Cuál es la razón de nuestra insistencia? El crecimiento económico y la inflación no han tenido una pacífica convivencia en la Argentina. Hiperinflaciones han pulverizado salarios y empleos. Regímenes de alta inflación, por un lado, y deflaciones, por el otro, han deprimido el PIB. Asimismo, se registraron senderos de crecimiento del nivel de actividad cuyo correlato fue, también, un aumento en el nivel general de los precios. Es decir, la relación entre inflación y crecimiento en nuestro país no es clara y no parecería, a priori, que una variable “domine” a la otra. Tampoco resulta claro que el Banco Central, como una de las instituciones rectoras de la política económica de la Nación, deba abocarse únicamente al nivel de precios, sin resguardar otro tipo de objetivos o metas. El Banco Central debe preservar el valor de la moneda, desde ya, dado que la inflación genera pobreza. Del mismo modo, la falta de empleo –en caso de ser por períodos prolongados– también produce pobreza, en este caso, estructural. De hecho, los mayores niveles de pobreza (e indigencia) que alguna vez haya registrado la Argentina, a fines de la convertibilidad, se dieron en un contexto en donde la inflación era nula o incluso existía un descenso en el nivel de precios. Con esto queremos decir que tanto “preservar el valor de la moneda” como “sostener un sendero de crecimiento de la actividad y el empleo” son serias prioridades en las cuales el Banco Central puede, y debe, tomar cartas en el asunto.

Al complementar la autonomía del Banco Central con el mandato de estabilidad nominal, compatible con un proceso de crecimiento y nivel de empleo, se evita que la autoridad monetaria deba sostener su credibilidad luchando por contener la inflación y sacrificando objetivos de la economía real. Así, el Banco Central no estaría obligado a bajar la inflación a cualquier costo, como podría surgir de una interpretación estricta de la normativa vigente, pudiendo entonces coordinar la política monetaria y cambiaria con la política fiscal y productiva. De este modo, podría ser legítimamente evaluado en función de la consecución conjunta de objetivos de empleo y precios, como ocurre en la mayoría de los bancos centrales del mundo, incluyendo el Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Esto implica la fijación de metas de crecimiento, empleo y precios por parte del Poder Ejecutivo y una coordinación de las políticas entre el Ministerio de Economía y el Banco Central.

La actual Carta Orgánica, enmarcada en un enfoque ortodoxo, establece un único objetivo a la autoridad monetaria, la estabilidad de precios. Este paradigma, mediante una caracterización simplista, atribuye la inflación sólo a la emisión monetaria desconociendo la multidimensionalidad del fenómeno. Esta postura promueve, implícitamente, un esquema de metas de inflación y creemos que dicho esquema, dadas la memoria y la “cultura” inflacionaria de la Argentina, resultaría de difícil aplicación y tendría efectos aún más dudosos. En esta falsa dicotomía entre precios y crecimiento, creemos conveniente citar a Julio H.G. Olivera en ocasión de una de sus intervenciones en el Plan Fénix: “En suma, armonizar el crecimiento económico con la estabilidad de precios no implica reducir la tasa de crecimiento económico, sino estabilizar la tasa de crecimiento económico sobre un sendero de crecimiento equilibrado”.

* Presidente de la Comisión Nacional de Valores y Docente de la FCE-UBA.
** Docente FCE-UBA.

Por Rodrigo López *

Cuidar producción y empleo

En el debate reciente sobre los objetivos del Banco Central existe un posicionamiento ideológico y dogmático que pretende mantener la ley vigente amotinándose tras el único objetivo cavallista de mantener el valor de la moneda. La experiencia nacional e internacional lo desacredita al punto de que si pedimos que muestren las cartas se van al mazo.

En las últimas Jornadas Monetarias del Central su presidenta indicó que el Banco Central de la India compartía el mismo aniversario que nuestra institución. Ese dato se condice con la denuncia de Scalabrini Ortiz sobre la política británica en el Río de la Plata: Otto Niemeyer vino de Inglaterra para redactar la primera carta orgánica donde no había mención al nivel de actividad, salvo en lo que atiende a regular los afectos de los empréstitos públicos sobre las actividades comerciales. Se agradecieron sus servicios, pero la definición de la mano pasó a Raúl Prebisch. Así, la primera Carta Orgánica de 1935 dice al respecto: “Concentrar reservas suficientes para moderar las consecuencias de la fluctuación en las exportaciones y las inversiones de capitales extranjeros, sobre la moneda, el crédito y las actividades comerciales, a fin de mantener el valor de la moneda”. Fue una clara jugada de Prebisch, preocupado desde sus épocas de estudiante por las consecuencias internas provocadas por los desequilibrios en el balance de pagos. En el segundo artículo se establece algo razonable, como acompañar el volumen de los negocios: “Regular la cantidad de crédito y de los medios de pago, adaptándolos al volumen real de los negocios”.

Pero en 1946 aparece un nuevo jugador en la sociedad argentina. El peronismo canta seis objetivos. El primero es de una bella prosa peronista: “Promover, orientar y realizar, en la medida de sus facultades legales, la política económica adecuada para mantener un alto grado de actividad que procure el máximo empleo de los recursos humanos y materiales disponibles y la expansión ordenada de la economía, con vistas a que el crecimiento de la riqueza nacional permita elevar el nivel de vida de los habitantes de la Nación”. Debería estar en la entrada del BCRA, enmarcado con un bonito fileteado porteño. En 1949 se volvió a un tono más formal y técnico: “Efectuar la regulación del crédito y de los medios de pago a fin de crear condiciones que permitan mantener un alto grado de ocupación y el poder adquisitivo de la moneda”.

En 1957 se mantuvo la esencia, pero en la extraña doxa neoclásica de factores productivos: “Estimular el crecimiento ordenado y persistente del ingreso nacional con el máximo posible de ocupación de los factores productivos”. En 1973 se retomó la ley de 1949, pero retrucando con desarrollo económico y sentido social: “Crear condiciones que permitan mantener un desarrollo económico ordenado y creciente, con sentido social, un alto grado de ocupación y el poder adquisitivo de la moneda”. Los cambios en la carta de 1977 no afectaron los objetivos del BCRA, aunque sí quitaron a los representantes de los trabajadores del directorio.

En 1992, a comienzos de la convertibilidad, se estableció la letra que aún nos rige, con el único objetivo: “Es misión primaria y fundamental del Banco Central preservar el valor de la moneda”. Esta norma es tan estricta que ni siquiera mantuvo las disposiciones de Prebisch sobre los efectos de las cuentas externas ni de garantizar los medios de pago. De hecho, parece que Cavallo se carteó de Uriburu y su frustrado proyecto con objetivo único de caja de conversión: “El Banco tendrá a su cargo, principalmente, asegurar la convertibilidad en oro de sus billetes al tipo que fije la ley monetaria”. El resultado fue la tasa de desocupación de dos dígitos durante todo el período, con reducciones del tamaño de la economía desde 1998 a 2002.

A nivel internacional, la ley de Estados Unidos plantea un poker de ases con objetivos múltiples: “Mantener el crecimiento sostenido de los agregados monetarios y crediticios de largo plazo de un modo consistente con el potencial de crecimiento para incrementar la producción de largo plazo de la economía, así como para promover efectivamente los objetivos de pleno empleo, estabilidad de precios y moderadas tasas de interés de largo plazo”. Por su parte, los tan mentados vecinos del Brasil plantean como objetivo el desarrollo: “Adaptar el volumen de los medios de pago a las reales necesidades de la economía nacional y su proceso de desarrollo”. Y agregan: “Orientar la aplicación de los recursos de las instituciones financieras, sean públicas, sean privadas, teniendo en vista propiciar las diferentes regiones del país, condiciones favorables al desenvolvimiento armónico de la economía nacional”. En definitiva, para cuidar el valor de la moneda no parece inteligente seguir jugando con la carta marcada de Uriburu, sino barajar y dar de nuevo, cuidando el crecimiento, la producción y el empleo.

* CEFID-AR y Cátedra Jauretche UBA.

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