ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Baño de humildad

 Por Alfredo Zaiat

El economista profesional transita su labor en una trampa permanente. No puede mostrar nunca que duda, que no conoce algo o que no existe una única receta para cuestiones complejas. Sabe que si expone cierta vacilación, el interlocutor ocasional va a descartarlo como consultor. Tiene que responder a la demanda de un público que deposita en él la cualidad de sabio de la ciencia oscura y le reclama lo imposible: capturar el futuro de la economía. Su misión en la vida es entregar sentencias inapelables sobre lo que va a pasar, ya sea la cotización del dólar, el crecimiento del PIB o la estimación de la cosecha de trigo. Esta dinámica del gurú y los millones de feligreses que esperan ansiosos el mensaje salvador para alejar los fantasmas de la incertidumbre de la vida económica provoca no pocos mal entendidos y daños a la sociedad. El pecado original se descubre cuando el economista comienza su sentencia con la construcción gramatical “si...”. Esto implica basar toda la argumentación en un supuesto, que puede ser válido o no, pero que, en última instancia, resulta una presunción sobre cómo evolucionarán determinadas variables frente a un conjunto de imponderables. Tarea de por sí ambiciosa en general y que en particular con la economía la experiencia argentina los ha puesto en ridículo en más de una ocasión en los últimos años. Los economistas devenidos en pitonisas hablan, sugieren, recomiendan, exigen, ordenan como si tuvieran autoridad –por supuesto, derecho– de prescribir lo que hay que hacer.

El caso argentino, por las sucesivas crisis y desequilibrios macroeconómicos, ha sido un campo de experimentación y de exagerada ponderación del lugar que ocupan los economistas-consultores. Los propios desbarajustes han catapultado a un espacio que no les correspondía a esos profesionales. Resulta evidente que no se trata de un grupo de especialistas aislados en laboratorios de investigación, sino que irrumpieron con fuerza en el escenario como uno de los principales batallones de lobby del poder económico. Frente a la angustia del devenir de una sociedad castigada por un pasado traumático, el establishment presenta a su elenco de economistas para orientar a los gobiernos. Ese proceso extremo hasta el absurdo fue el gobierno de la Alianza, que contó con cinco economistas (Machinea, Llach, López Murphy, Rodríguez Giavarini y De Santibañes) en los cargos claves de la administración, para luego depositar su suerte en manos de uno: Cavallo. Así le fue.

Ahora, el saber sensato de los economistas reconvertidos en gurúes enciende alertas como si fuera próxima una hecatombe. Exigen desacelerar el crecimiento del gasto público, subir las tarifas, contener los reclamos salariales, arreglar con el Club de París, abrir el canje de deuda en default. La aceleración en las expectativas inflacionarias y todo el desastre que hace el Gobierno en el Indec para alimentarla les sirve como encuadre para arremeter con sus recetas tradicionales. Aunque se sabe que no se trata solamente de discutibles análisis de la economía, sino de poderosos y millonarios intereses en juego, igualmente no deja de sorprender. Después de cinco años de crecimiento a un ritmo del 8-9 por ciento deberían someterse a un baño de humildad frente a un proceso que nunca pronosticaron ni pensaron que podía suceder. La ignorancia que rebelan sobre los determinantes de las fuerzas que impulsan el crecimiento económico en el país resulta increíble. Y es sorprendente porque lo niegan pese a las evidencias. Ese desconocimiento tiene una base concreta. No es solamente por anteojeras ideológicas o por el conflicto existencial de reconocer que sus ideas en materia económica fueron un fracaso. Las tinieblas aparecen porque la estructura de la economía ha variado sustancialmente en los últimos años. No tomarlo en cuenta deriva en grotescos comentarios y consejos.

Se denomina Matriz Insumo-Producto a la herramienta técnica que ordena las transacciones intersectoriales, en un cuadro de doble entrada. Ese recurso en forma simplificada significa que las filas se ocupan con los valores de a quién se vende la producción, esto es, la estructura de la demanda. Y las columnas muestran cómo está compuesta esa producción, o sea la estructura de costos. En concreto, es un registro ordenado de las transacciones entre los sectores productivos orientadas a la satisfacción de bienes para la demanda final, así como de bienes intermedios que se compran y venden entre sí. De esta manera se puede ilustrar la interrelación entre los diversos sectores productivos y los impactos directos e indirectos que tiene sobre éstos un incremento en la demanda final. Así, la Matriz permite cuantificar el incremento de la producción de todos los sectores, derivado del aumento de uno de ellos en particular. El modelo de Insumo-Producto fue desarrollado en la década del 30 por Wassily Leontief culminando con la publicación, durante 1941, de las matrices de los Estados Unidos de los años 1919 y 1929. A partir de ese momento, diversos países comenzaron a elaborar los cuadros de Insumo-Producto. En el caso de la Argentina, los cuadros fueron confeccionados para el año 1950, con la intervención de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) y para 1953, 1963 y 1973, con la intervención del Banco Central.

Después de la convertibilidad, su salida traumática, los cuatro años de recesión, la megadevaluación y el posterior crecimiento a tasas chinas resulta un tanto aventurado opinar con autoridad sobre el recorrido que puede tener la economía a partir de la implementación de ciertas medidas. El record de errores de pronósticos de los gurúes y el ridículo en que quedaron expuestos los burócratas del Fondo Monetario con sus profecías fallidas tienen que ver, además de la particular soberbia del poderoso, con la profunda y aún ignorada con precisión transformación de la estructura de la economía local. Antes de emprender la destrucción del Indec por parte de Guillermo Moreno, especialistas del Instituto y del Ministerio de Economía estaban trabajando en la elaboración de una renovada Matriz Insumo-Producto. Mediante un decreto de 1997 se declaró de interés nacional la realización de un proyecto para construirla en el ámbito de la Secretaría de Política Económica, con la participación conjunta del Indec y la Subsecretaría de Programación Macroeconómica. Y todavía no está culminada. Con el desastre que se hizo en el Indec y la credibilidad de sus indicadores será complicado presentarla, puesto que de esa nueva herramienta surgirá que el PBI creció y crece a una velocidad aún mayor, puesto que la industria recuperó terreno en relación a los servicios, y ese sector tiene un peso más importante en la economía.

La Matriz Insumo-Producto constituye una herramienta central en el análisis económico y, por lo tanto, en la consecuente política económica. Permite entender los impactos sectoriales frente a variaciones que son consecuencia de decisiones de los particulares o de los responsables de la definición de la política económica. Sirve para definir estrategias de empleo, proyección de comercio exterior, analizar estructuras de precio y costos y colabora en decisiones empresarias, entre otras utilidades. Por caso, al empresario le brinda la participación relativa de su compañía en el total de una determinada rama de actividad con sus consecuentes posibilidades de expansión de mercado.

Si ya es bastante arriesgado asumir el papel de profeta de la economía, transitarlo con soberbia sin contar con una herramienta fundamental para el vaticinio deposita a gran parte de los economistas-consultores en el universo de la chantocracia. Este plantea que el actual ritmo de crecimiento provoca inflación y lleva a la economía a zonas riesgosas. Aconsejan reducir la intensidad de la expansión porque la inversión no es suficiente. Estiman que la velocidad de marcha debería ser del 4 al 5 por ciento por año. Sólo en Argentina puede generarse semejante consenso. Todas las experiencias exitosas de crecimiento de países, desde las actuales potencias hasta las que emergen en Asia apostaron a un avance vertiginoso del Producto. No es usual escuchar a profesionales de la ciencia económica hablar de la necesidad de “normalizar” el crecimiento de China, por ejemplo.

Si bien se refiere a la organización de una empresa, a nivel conceptual es muy valiosa la idea que el francés Bernard Girard expone en su reciente libro Modelo Google. Una revolución administrativa. El especialista en gestión empresaria señala que “como todas las empresas nuevas de rápido desarrollo, Google aprendió muy pronto que el camino del crecimiento está lleno de todo tipo de obstáculos”. Menciona que “de todas lados llegan presiones para la normalización” y advierte que “las enfermedades del crecimiento rara vez son fatales, pero casi siempre conducen a las empresas a abandonar aquello que las hizo originales y exitosas”.

La clave no pasa hoy por el ritmo de crecimiento, sino en cómo se distribuye esa creación incremental de riqueza, aspecto que está en deuda la gestión Kirchner. Para ello se requiere que la economía incorpore en el análisis, además de herramientas básicas de su propia ciencia como la Matriz Insumo-Producto, las cuestiones sociales, políticas y culturales del país. Así quedarán descolocados los supuestos de los economistas-consultores, que se pretenden científicos, pero son en realidad conocidas armas de presión de los sectores privilegiados.

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