ECONOMíA › “EL TEMOR A LA HIPER EMPIEZA A DESVANECERSE”, OPINA STIGLITZ

Sin los consejos del FMI, todo iría mejor

El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz publicó ayer un artículo en el diario español El País en el que analiza las posibilidades de recuperación de la economía argentina. El temor a la hiperinflación, asegura, empieza a desvanecerse y el país “parece dispuesto a unirse a la larga lista de naciones que controlaron las devaluaciones sin que se disparase la inflación”. Menciona los casos de Brasil, Corea, Rusia, Tailandia e Indonesia, países que atravesaron por severas crisis a finales de los ‘90 y después lograron estabilizar su situación. El tono del texto es en general optimista, salvo cuando ingresa en el capítulo de la relación de Argentina con el FMI y advierte sobre las consecuencias que podría tener para la economía seguir las recomendaciones de Washington, un argumento ya clásico en su análisis, que le ha valido un gran prestigio internacional.
En verdad, lo que dice Stiglitz tiene poco de novedoso, pero su palabra adquiere mayor relevancia por el hecho de haber sido el economista jefe del Banco Mundial. “Si centramos la atención en la reactivación (de la Argentina), queda claro por qué los créditos del FMI están mal encaminados”, apunta en otro párrafo, para luego explicar que “estos créditos se emplearán para devolver el dinero al propio FMI, no para reactivar la economía”. Además, afirma que si las condiciones para acceder a ese “financiamiento” son aceptar “una mayor contracción fiscal o una mala reestructuración del sistema financiero (como hizo en Indonesia), entonces la economía se verá debilitada y eso desembocará en una erosión adicional de la confianza”.
La recomendación que hace Stiglitz es que la política del Gobierno se centre en la reactivación. Para conseguirla, un elemento crucial es aumentar el financiamiento al sector privado a fin de que pueda explotar las ventajas competitivas ganadas con la devaluación. Si el sistema financiero tradicional no puede mejorar la oferta crediticia y “ningún buen vecino da un paso para echarle una mano, como hizo Japón en Asia oriental en 1997 cuando entregó 30.000 millones de dólares, entonces el Gobierno debe desempeñar un papel más activo” en aquella tarea.
El economista aconseja que se lleven dos contabilidades separadas, una con los gastos ordinarios del Estado y otra con los gastos necesarios para reestructurar el sistema financiero. En lugar de achicar la banca pública, como exige el FMI, Stiglitz desliza que se podrían “crear algunas nuevas” entidades.
En relación al sector bancario, dedica una parte de su artículo a explicar cómo el perfil que tomó en la segunda mitad de la década pasada, con la extranjerización, actuó como combustible para la crisis que estalló a fines del año pasado. Asegura que la “falta de oferta de crédito adecuada para las Pymes ahogó el crecimiento, lo que contribuyó a los males económicos del país; y ahora el crédito prácticamente se ha secado”. Además, dice que se suponía que una de las ventajas de la extranjerización era que las casas matrices responderían en caso de una crisis. “Desgraciadamente, los depositantes argentinos se encontraron con todo lo contrario.”
Finalmente, Stiglitz recuerda que “la obstinación en mantener la Convertibilidad mucho después de que hubiera quedado claro que el sistema no podía durar empeoró las cosas cuando se desmoronó”. En parte, esa tozudez se justifica en el temor a la hiperinflación, pero indica que ese riesgo está quedando atrás y que lo que aparece es que “la devaluación estimula varias fuerzas restauradoras”. “El turismo y las industrias relacionadas están en pleno auge, y la sustitución de importaciones salta a la vista”, concluye, en una descripción esperanzadora del futuro económico argentino.

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