EL MUNDO

Europa, principal plaza fuerte del extremismo

El mundo islámico puede ser el centro de irradiación de Al-Qaida, pero su verdadera retaguardia estratégica está en Europa, donde la libre circulación da a la red una oportunidad óptima para montar sus atentados. En esta investigación de Página/12, se describen la compleja logística de sus grupos y los esfuerzos para detener sus acciones.

 Por Eduardo Febbro

Las fronteras de los países de la Unión Europea constituyen el eslabón débil de la lucha contra las redes terroristas. Desde los atentados del 11 de setiembre los operativos policiales en los círculos terroristas funcionando en Europa se multiplicaron a un ritmo vertiginoso, pero todos los expertos coinciden en señalar que el “espacio europeo”, sin fronteras ni trabas administrativas, constituye un terreno de predilección para los grupos armados y sus “células”. La administración norteamericana no cesa de reclamar a los dirigentes del Viejo Continente una reforma de su sistema de libre circulación y recuerda, con explícita razón, que fue en Europa donde residieron o por donde transitaron los hombres de Al-Qaida que perpetraron los atentados del 11 de setiembre. Cabe recordar que el presunto jefe de los kamikazes, Mohammed Atta, vivía en Alemania y que la mayoría de los hombres del grupo pasaron por Londres, Berlín y Roma. Como si fuera poco, fuera del mundo musulmán, los islamistas más radicales predican en las plazas de Londres, en los suburbios de ciudades francesas como Lyon y es también allí donde reclutan sus adeptos más decididos.
En 1990, 13 de los 15 países de la Unión Europea y dos que no pertenecen a ella firmaron los acuerdos de Schengen. Este texto garantiza la libre circulación de las personas y los bienes dentro de ese espacio. Ello significa que si alguien llega al Viejo Continente con “malas intenciones” o con un prontuario a sus espaldas, le basta con atravesar una sola frontera, es decir, la del país al que llega, para luego poder desplazarse en el conjunto de los demás países. Los comandos terroristas de todo pelo sacaron mucho provecho de esta configuración. Según Roland Jacquard, presidente del Observatorio Internacional del Terrorismo, los terroristas islámicos trabajan en Europa “compartimentando sus actividades”. Jacquard explica que los “terroristas estudian en Alemania, tienen centros culturales en Italia, gozan en Gran Bretaña de la tradición de asilo y se sirven del más que flexible sistema financiero británico”. Los activistas pueden perfectamente residir en Italia, tener sus depósitos en Londres y preparar los atentados en París, desplazándose entre esos tres países sin sufrir controles peligrosos. Lo que vale para los hombres de Bin Laden y otros grupos radicales como el FIS (Frente Islámico de Salvación, Argelia) también vale para los terroristas europeos. En el pasado mes de julio, la policía francesa descubrió un importante escondite de armas de ETA en Francia. Este verano, los servicios de inteligencia franceses terminaron de desmantelar al núcleo español del Grapo, que se había “mudado” a la capital francesa.
Lo más paradójico de la situación radica en el hecho de que a pesar de que la circulación entre fronteras sea extremadamente fácil, no existe en el Viejo Continente una policía específicamente europea. La única estructura es Europol, pero esta policía no tiene ni medios ni poder para llevar a cabo investigaciones por su propia cuenta. Más aún, si, pese a todo, la cooperación entre las policías de la Unión es una realidad, en el plano judicial las fronteras son un auténtico “colador”, según la expresión de un magistrado francés. El mismo magistrado, ligado a la lucha antiterrorista, cuenta que “la cooperación judicial funciona bien con algunos países como Holanda y España. En cambio, con otros, especialmente los más concernidos, Alemania y Gran Bretaña, la cooperación es cambiante, digamos francamente aleatoria”.
Françoise Rudetzki, presidenta de la ONG francesa SOS Atentados, reconoce que la cooperación “entre los servicios de inteligencia ha mejorado mucho, pero es una catástrofe en el campo judicial”. Detrás de los discursos se esconde una realidad intrincada. Las legislaciones difieren entre los países y ni siquiera se ha aprobado una legislación específica a la lucha contra el terrorismo. Los intereses creados de cada Estado de la Unión suelen ser una barrera infranqueable en materia de cooperación. Desde el año 1995, Francia viene reclamándole sin éxito a Gran Bretaña la extradición del argelino Rachid Ramda, implicado en la ola de atentados que ensangrentó París durante ese año. Sin embargo, los pedidos, las polémicas y las acciones judiciales interpuestas por Francia no dieron ningún resultado. Hay figuras delictivas en un país que no tienen cabida en otro y ello traba muchos de los pedidos. Aunque parezca increíble, en épocas de “cruzada” internacional contra el terrorismo, cada Estado administra a esos “visitantes incómodos” según sus prioridades y sus compromisos. Hace dos meses, el Reino Unido anunció que reduciría el plazo de las extradiciones hacia los países de la Unión Europea, haciéndolo pasar de los 18 meses actuales a tres meses. Con todo, los pedidos de extradición y la demora que éstos acarrean también cambian de una frontera a otra. Mientras Italia acepta extraditar a sus ciudadanos, Alemania se opone tajantemente.
Frente a la urgencia de la situación, los responsables policiales trataron de acelerar la coordinación de sus acciones y elaborar conceptos y definiciones comunes. Incluso si resulta paradójico y hasta incongruente, las naciones de la UE se pusieron de acuerdo hace muy poco sobre una definición común de lo que realmente es el “terrorismo”. Asimismo, el 21 de setiembre de 2001, Bruselas decidió crear un “mandato de arresto común” que hará más fácil las extradiciones. Pero para que este mandato sea una realidad hay que esperar por lo menos dos años. De aquí a entonces, los terroristas detenidos e inculpados o aquellos que fueron arrestados en el marco de una investigación podrán seguir permaneciendo en el país que los arrestó, incluso si, por ejemplo, Francia los reclama para un interrogatorio o un “complemento de investigación”. La tragedia del 11 de setiembre cambió el panorama, ampliando el marco de la cooperación. Hasta el año pasado sólo existían acuerdos bilaterales de cooperación, de asistencia judicial y de extradición. De ahora en más se “piensan las cosas a un nivel más europeo, más global”, reconoce un magistrado belga.
Al enredo de las legislaciones no convergentes y a las fronteras abiertas se le suma el antagonismo entre Estados Unidos y los especialistas de la Unión Europea. Las investigaciones en torno de la red de Bin Laden dejaron al desnudo dos concepciones muy distintas de la acción de los servicios de inteligencia. El contraespionaje francés recuerda con cierta ironía que, hasta hoy, “no se ha encontrado ningún documento con el sello de Al-Qaida, no ha habido ninguna reivindicación a nombre del grupo de Bin Laden”. La única certeza reside en la evidencia de que “Afganistán es el lazo entre los grupos que componen Al-Qaida. Probablemente, existe un núcleo impenetrable que opera en secreto y que puede contratar a otros grupos dispersos en el mundo, que intervienen en nombre de la fraternidad”. Los europeos consideran que, más que una entidad terrorista propiamente dicha, “Al-Qaida puede ser una suerte de label, de marca que todo terrorista usa para cometer un atentado”. Si los servicios estadounidenses les reprochan a los europeos el hecho de que los atentados del 11 de setiembre fueron preparados en Alemania, España, Gran Bretaña y Francia, los europeos critican la visión simplista y caricatural que Estados Unidos tiene del terrorismo y sus protagonistas. Según argumentan especialistas franceses, el mayor “peligro radica en la simplificación a la que a veces llegan los norteamericanos. Por ejemplo, el término cosa nostra es una invención norteamericana y no el producto de una autodenominación”.
A descargo de la CIA, la NSA y el FBI queda, no obstante, un dato innegable: la enorme inmigración de origen árabe en Europa. En 1995, Francia descubrió azorada que el cerebro de los atentados de ese año era un joven que residía en las afueras de Lyon. Su red estaba igualmente localizada en esa región. No sin argumentos contundentes, países como Francia, Italia y Alemania le devuelven el “reproche” a Estados Unidos argumentando que es su principal aliado en Europa, es decir Gran Bretaña, quien, desde hace 15 años, constituye lo que los franceses llaman “la retaguardia del islamismo radical”. Imanes extremistas, profetas de la violencia, bancos sospechosos, asociaciones caritativas de doble fondo, activistas buscados en los cuatro puntos del planeta y predicadores del extremismo residen con toda libertad en Londres. Varias capitales europeas estiman que el Reino Unido “juega sólo la partida de la lucha contra el terrorismo”. Un ejemplo tan escandaloso como concreto sustenta los argumentos de París, Berlín y Roma. Abou Qatada, alias Omar Mohamed Athman, es uno de los fundamentalistas islámicos más violentos. Este jordano de 42 años, además de estar considerado como uno de los más notorios guías espirituales de Al-Qaida, es, sobre todo, el patrón de Al Hijra Takfir, que significa Expiación y Exilio. Takfir es un movimiento de fanáticos nacido en Egipto en los años 60. El movimiento decretó que todas las sociedades musulmanas eran impías y que era preciso reislamizarlas mediante la espada. En 1994, Abou Qatada fue condenado en Jordania a cadena perpetua por haber financiado una serie de atentados. Pero el hombre se refugió en Londres, bajo el estatuto de imán de la mezquita de Finsbury Park. Luego de que entrara en vigencia el Antiterror Act, Qatada fue arrestado en febrero pasado por la sección antiterrorista de Scotland Yard y liberado por un tribunal londinense sin cargo alguno. En París, Berlín, Madrid o Milán, el nombre de Qatada aparece en todos los procesos de instrucción, en todas las investigaciones ligadas a Al-Qaida y realizadas luego del 11 de setiembre. En los videos que la policía encontró en Hamburgo en el domicilio de Mohamed Atta aparecía Qatada con sus sermones más violentos. Como si todo esto no bastara, Abou Qatada desapareció de la faz de la tierra entre marzo y abril de este año. El islamista más vigilado del país se esfumó de Londres como por arte de magia. Los servicios de inteligencia franceses sospechan que Londres lo “guarda en lugar fresco” para utilizarlo luego a su antojo. Lo guarda, tal vez, pero no informa ni tampoco “lo” comparte. La cooperación tiene sus límites.

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John Ashcroft, secretario de Justicia de EE.UU., con su contraparte danesa, Lene Espersen.
 
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