EL MUNDO › LA CIA CAMBIA SU PERFIL Y BUSCA PARAMILITARES

Los nuevos reclutas del Tío Sam

La mítica agencia de seguridad norteamericana dejó atrás el perfil de cueva de espías que la caracterizó durante la Guerra Fría, para especializarse en el paramilitarismo.

 Por María Laura Carpineta

Si usted es un ciudadano estadounidense menor de 35 años, sabe varios idiomas, le gusta viajar, tiene un diploma universitario y algún tipo de entrenamiento militar..., su lugar es la CIA. La agencia de espionaje más famosa del mundo le ofrece una oportunidad única: ser un paramilitar norteamericano. Los beneficios del trabajo no son pocos. Un sueldo de 6300 dólares por mes, todos los chiches de un espía –autos, aviones, barcos, lanzabombas–, la posibilidad de conocer los lugares y los personajes más peligrosos del planeta y, lo más importante, una impunidad total.

La CIA está cambiando y por eso necesita gente nueva. Ya no están interesados en espías que puedan infiltrarse en un cóctel de una embajada o en las filas de un partido comunista de algún país del tercer mundo; ni tampoco quieren hacer todo el trabajo de inteligencia para después dejarle la gloria al ejército. “Antes los agentes de la CIA operaban como apoyo a los marines u otros grupos selectos. Les preparaban el terreno y les dejaban la mesa servida para atacar. Pero ahora ellos hacen sus propias misiones. Ya nadie les dice qué hacer”, explicó a este diario Trevor Paglen, un geógrafo militar que hace años se dedicó a investigar las cárceles clandestinas de la CIA en el mundo.

A finales de los noventa, el nuevo director de la CIA, George Tenet, uno de los hombres de confianza de George Bush padre e hijo, decidió que sus espías estaban para más. El atentado contra las Torres Gemelas en 2001 y la “guerra contra el terrorismo” que se desató le cayeron como anillo al dedo para convencer al Congreso. “Las operaciones militares de la CIA en Afganistán son la acción clandestina más importante y letal que ha realizado la agencia desde que se creó en 1947, y son un retorno definitivo a la participación paramilitar de la CIA en los conflictos armados”, escribía un coronel en un trabajo interno publicado por la Escuela de Guerra del Ejército estadounidense en 2003.

Con más fondos y un apoyo incondicional del gobierno de Bush, la CIA sale a buscar paramilitares para ocupar su nuevo rol. “Los candidatos calificados se enfocarían en operaciones de inteligencia y actividades designadas por funcionarios estadounidenses en lugares inhóspitos y peligrosos en el exterior”, promete la agencia en su página web (https://www.cia.gov/careers/jobs/view-all-jobs/paramilitary-opera tions-officer-specialized-skills-of ficer.html). Si la descripción del trabajo no es lo suficientemente clara, la agencia agrega algunas aptitudes extras que serán tenidas en cuenta en el proceso de reclutamiento. “Experiencia en aviación, actividades marítimas, operaciones de guerra psicológica, de inteligencia y contrainteligencia” son algunas de las que se enumeran.

Pero, ¿de dónde salen estos jóvenes estadounidenses que saben pilotear aviones, pelear en medio de las vicisitudes del desierto, infiltrarse detrás de las líneas enemigas y espiar a criminales o terroristas peligrosos? PáginaI12 intentó consultar a la oficina de reclutamiento de la agencia varias veces, pero siempre chocó con un contestador automático. La oficina nunca contestó los mensajes telefónicos ni tampoco mails.

Para los que conocen un poco el mundo del espionaje, la pregunta no es difícil de responder. Los paramilitares de la CIA vienen de los cuerpos de elite de las Fuerzas Armadas y la policía, como los marines, los Navy Seals, los Army Rangers y los equipos SWAT. Con apenas unos años en el oficio, estos hombres y mujeres ya tienen el entrenamiento básico, la disciplina necesaria y muchos de los contactos que después usarán en sus misiones con la CIA. “Cambian el uniforme por un traje; nada más”, explicó Loch Johnson, un especialista de la CIA de la Universidad de Georgia.

En realidad, los que pasan el detector de mentiras, la prueba de drogas y los exámenes psicológicos cambian el uniforme por un par jeans y una remera. Disfrazados de jóvenes comunes y corrientes, pasan un año en La Granja, el campo de entrenamiento de 3750 hectáreas de la CIA, cercado por alambres de púa y bosques, que tantas veces sirvió de escenario para el suspenso hollywoodense, en películas como El discípulo con Al Pacino y Juego de espías con Brad Pitt. En La Granja los reclutas se transforman en la combinación perfecta entre James Bond y G.I. Joe. En 2003, un comandante del ejército afgano daba una descripción similar a la revista Time: “Sí, peleé junto a unos norteamericanos y tenían ametralladoras. Pero no creo que fueran soldados. Pasaban mucho tiempo frente a sus laptops”. Los paramilitares de la CIA se hicieron mundialmente conocidos allí, en Afganistán.

Apenas un mes después del inicio de la guerra, el gobierno estadounidense reconocía la primera baja norteamericana. No era un soldado, sino un paramilitar, y no había caído en combate, sino en un centro de detención clandestino manejado por los propios estadounidenses. Según reveló la agencia de inteligencia, Johnny Spann fue asesinado en medio de un motín por un grupo de talibanes, a los que había estado interrogando hacía días. Meses antes de que los aviones norteamericanos empezaran a lanzar sus bombas sobre el desierto afgano en busca de Osama bin Laden y sus secuaces, los hombres de la CIA ya estaban allí preparando el terreno para los soldados. Su trabajo era ganarse la confianza de los jefes tribales y señores de la guerra y sellar alianzas en contra de los talibán. Según la revista Time, el primer equipo de la CIA llegó a la tierra de los mujadines con algo más que espejitos de colores: un cargamento de armas livianas, radios, provisiones y tres millones de dólares. Dos años más tarde, hicieron un trabajo similar en Irak.

Pero antes de conocer los lugares y las personas más peligrosas del mundo, los jóvenes paramilitares deben dejar atrás las limitaciones de sus antiguos uniformes. Los espías no deben regirse por la Convención de Ginebra, el acuerdo internacional que prohibió la tortura y los malos tratos a los prisioneros de guerra. Claro, cuando se redactó el tratado, en 1949, las agencias de inteligencia no tenían entre sus filas paramilitares, o al menos, no declarados.

Según el profesor Johnson, cuando salen de La Granja los ex uniformados creen estar por encima de cualquier ley o regla moral. “Les enseñan a usar armas para combatir a un grupo terrorista o para derrotar a otro país, como si no hubiera diferencia entre ellos”, señaló en diálogo telefónico con este diario. La única autoridad que reconocen, continúa, es la del presidente. Su autorización y la ratificación de los comités de Inteligencia del Congreso convierten en legal (al menos para sus cortes) cualquier acción.

Tienen libertad para secuestrar, como lo hicieron en Milán en 2003, cuando raptaron al clérigo musulmán Hasan Mustafá Osama Nasr a plena luz del día y lo tuvieron guardado durante cuatro años en Egipto; o para torturar, como está probado que lo hacen en Guantánamo y se sospecha que lo hicieron en las cárceles secretas que construyeron en remotos países asiáticos.

Incluso tienen licencia para matar. “El asesinato por decisión ejecutiva es ilegal en Estados Unidos, excepto en un caso: la guerra; y nosotros, según el presidente Bush, estamos en guerra con Al Qaida y el terrorismo”, señaló Johnson.

La guerra contra el terrorismo de George Bush no se limita a Irak, Afganistán y algunas regiones violentas de Asia. “Esta gente está operando todos los días alrededor del mundo”, advertía en 2003 el subdirector de operaciones de la CIA Jim Pavitt. “Los puedo hacer entrar rápida y clandestinamente a cualquier parte”, agregaba, orgulloso.

Trevor Paglen no duda de Pavitt. Paglen publicó este año un libro sobre los vuelos secretos de la CIA en Europa. En Torture Taxi documentó cómo los espías de la CIA secuestraron y trasladaron a supuestos sospechosos de terrorismo bajo las narices (cómplices o indiferentes) de los gobiernos europeos a prisiones secretas en Asia o a Guantánamo. “América latina también podría estar en el radar de la CIA. Después de todo, sus paramilitares empezaron a operar en los ’80 en países como Honduras, El Salvador y Nicaragua”, aseguró en diálogo telefónico con este diario.

“Es más –agregó–, si Estados Unidos estuvo metido en el ataque al campamento de las FARC en Ecuador, los hombres para ese trabajo habrían sido los paramilitares de la CIA.”

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